La misma afición y una gabarra 2.0
Toda la inmensa familia del Athletic volvió a reunirse para vivir un día histórico en el que se volvió a demostrar la grandeza del club
Por si alguno tenía la más mínima duda, la gabarra cumplió todos los pronósticos: la afición del Athletic se echó a las calles, a las ... dos riberas, desde Getxo a Bilbao, hasta formar una multitud muy similar a las de 1983 y 1984. Puede incluso que superior, aunque sólo sea porque, a lo largo de la ría, ahora hay muchos más espacios para las concentraciones. La comunión de la hinchada con su equipo, en fin, volvió a ser lo espectacular que ha sido siempre; impresionante hasta la emoción. Hay cosas que no cambian.
Los cuarenta años de espera se han hecho duros, como es natural. Un deseo tan fuerte no debe macerarse durante tanto tiempo. Se corre el riesgo de que la ansiedad provoque desperfectos, pero no ha sido el caso. Al contrario. Viendo a la afición rojiblanca se diría que el Athletic ha salido fortalecido de esas cuatro décadas de sequía, como si las dudas sobre la viabilidad del club en un fútbol globalizado y las grandes tristezas -seis finales de Copa perdidas desde 1985, más la Europa League en 2012- no hubieran hecho ninguna mella sino que hubieran fortalecido el sentimiento de pertenencia. Bien mirado, tampoco es de extrañar. No hay grandes pasiones sin grandes desengaños. De hecho, aquí reside la mayor diferencia entre el Athletic y los clubes más poderosos que llegan a convertir en rutina sus triunfos. Jamás celebrarán nada como ayer celebró la Copa toda Bizkaia. Que me perdonen el exceso los que se sientan aludidos, pero es que acabo de ver la gabarra y tengo la fibra sensible: esto es comparar la relación entre Romeo y Julieta y la de los Ropper.
Fue inevitable, por otro lado, que la gabarra reflejara el cambio de los tiempos. Era algo que toda la afición tenía asumido. Lo de los ochenta era irrepetible. Aquello fueron dos celebraciones espontáneas y caóticas, propias de una época en la que las fiestas se hacían así, a lo loco, sin tantas regulaciones ni reglamentos. Digamos que en aquellas celebraciones se asumían los principios que Irene Dunne le explicaba a Charles Boyer en 'Tu y yo': los de que todo lo que nos gusta es ilegal, inmoral o engorda. Ahora todo debe ser legal, moral y bajo en calorías y colesterol. Y se notó, sobre todo, en la propia gabarra. Había en ella espacio de sobra. Se podía hasta pasear. Estaban los jugadores, el cuerpo técnico, Iribar, el delegado Sendoa Agirre, un hombre que se hace querer por todos, un par de miembros del departamento de comunicación y Jon Uriarte y sus directivos y directivas. Nada que ver, en fin, con aquellas gabarras que fueron el camarote de los hermanos Marx, hasta el punto de que se acabó subiendo una turista venezolana.
En la percepción de todos los presentes estaba que se estaba viviendo histórico
No sólo la gabarra era una gabarra 2.0 sino que lo fue su singladura. Las aguas de la ría parecían las de un fiordo noruego y no las de un inmenso desagüe. Los diferentes barcos que acompañaban a los héroes rojiblancos eran de más enjundia y su navegación no podía ser más ordenada y respetuosa con los tiempos y los espacios. Nada que ver, lo decimos de nuevo, con aquella navegación filibustera en la que hubo hasta piraguas colándose por la popa del remolcador o embarcaciones acercándose tanto a la gabarra que parecía que iban a abordarla.
Todo era nuevo, más moderno, seguro que con certificados europeos de calidad. Como lo era el paisaje de las riberas. Aquella Bizkaia industrial dejó en su día imágenes inolvidables: los trabajadores de Altos Hornos y la Naval con sus buzos, las sirenas sonando en las fábricas, los aplausos al equipo de los mecánicos, gruistas y sopleteros de los astilleros Euskalduna, que pocos después comenzarían sus movilizaciones... Ahora es otro paisaje de grandes solares vacíos, listos para ser urbanizados, paseos de ribera, carriles-bici, puentes de diseño o edificios emblemáticos como el palacio Euskalduna, la torre Iberdrola o el mayor de todos ellos, ese museo Guggenheim que habrá aportado las imágenes más difundidas en el mundo de la celebración del Athletic.
Lo importante, en cualquier caso, es que, más allá del nuevo decorado propio de una ciudad del siglo XXI, la sustancia era exactamente la misma. Y se sintió, sobre todo, cuando la gabarra entró en Bilbao y la celebración subió en intensidad y decibelios. Llegaron las visitas al Ayuntamiento y luego a la Diputación, los agasajos, la fotos, los discursos de los protagonistas -Muniain, De Marcos, Valverde, Uriarte e Iribar, siempre homenajeado- y de las autoridades, Juan Mari Aburto y Elixabete Etxanobe. También las intervenciones desatadas de los jugadores desde el balcón. La percepción de todos ellos y de quienes les jaleaban era la de estar viviendo un momento histórico. Como para no serlo: aquello era como un millón de personas pisando la luna juntas por primera vez.
Al cabo de cuarenta años, en fin, la gabarra volvió a deslumbrarnos. Ya no habrá quien vuelva a referirse a ella como si fuera el barco del holandés errante, embrujado y de tan mal fario que era mejor no citar. Surcando las aguas de la ría volvió a reunir a toda la familia athleticzale, tan numerosa que no se puede contabilizar. Los hinchas de una edad repitieron una experiencia inolvidable que no se han cansado de rememorar y contar. Los menores de cuarenta y cinco años - o por ahí-, la vivieron por primera vez, no la olvidarán y, a partir de hoy, empezarán a contarla. Y si ese cuento se lo refieren a alguien que desconoce lo que es este club, pueden empezar mostrándole una foto o un vídeo de la gabarra -ayer se hicieron y filmaron cientos de miles- y decirle, con sencillez y orgullo, el Athletic es esto.
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