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miMIGUEL RAMOS

Gente pequeña con sueños grandes

Respaldada por una suntuosa Sinfónica de Bilbao, la cabaretera teutona Ute Lemper dio un estupendo concierto en el oasis de Abandoibarra, un viaje por su vida y los repertorios de Piaf, Brel, Weill, Piazzolla, Marlene, Gershwin…

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Jueves, 23 de agosto 2018, 01:35

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El miércoles, quinto día de Semana Grande, cruzamos el ecuador de los conciertos bien guiados por nuestra brújula: descartamos el paquete doble y juvenil en el lejano Parque Europa con los guipuzcoanos Skakeitan y los navarros Vendetta, relegamos la sesión reggae de la Plaza Nueva con el veterano jamaiquino Johnny Osbourne (nos cuentan que estaba llena, que sonó estupendamente, que el señor cantante pareció disoluto y que el show estuvo bien sin más, de 6 puntos exactamente), nos imaginamos que estaría bien la sesión habanera de La Pérgola con el Coro Marinero Marín, pero sin dudarlo señalamos en el itinerario el concierto de Abandoibarra, una colaboración entre la Orquesta Sinfónica de Bilbao y la cantante alemana Ute Lemper, que ofrecieron uno de los mejores conciertos del año.

Lo que es el arte, ¿eh? La última vez que vimos a Ute, en el Arriaga en noviembre de 2014, no pudimos evitar colocarla entre los peores diez conciertos de ese año en el que presenciamos 383. Ese jueves, la segunda parte del concierto, la más cabaretera, tuvo un pase, pero la primera, con la vocalista teutona destrozando a Neruda con graznidos a lo Nina Hagen en español ininteligible, fue… de orates. Al acabar el concierto, una maestra sentenció: «Ha sido mortal, horroroso, insufrible». Pues sí.

Sin embargo, este miércoles, se cumplieron los mejores augurios y presentimientos. De hecho, se rebasaron al alza las más optimistas expectativas. No sólo por la labor de la BOS (Orquesta Sinfónica de Bilbao), que sonó suntuosa, de cine, brillante, siempre bien arreglada, sino porque Ute Lemper (Münster, 1963), hija de banquero y de cantante de ópera, cantó bien equilibrada con ella, demostrando tablas, delicadeza y capacidad de interpretación (también teatral, no solo vocal).

Alta y con melena rubia que le asemejaba a una garza, bailando a veces con la mitad de su cuerpo y ondeando el brazo, embutida en un bonito, sobrio y elegante vestido de lentejuelas, Ute se ganó la atención de una explanada del Guggenheim que llenó todas sus sillas y que reunió a público extra circundando el pie el perímetro.

En un ambiente limpio y sereno, cual oasis en plena Semana Grande, Ute Lemper se mantuvo en escena durante 90 minutos exactos en los que cantó 15 piezas con dos bises. Y, vaya, se dejó en el tintero 'Bilbao Song / La canción de Bilbao' del tándem Weill / Brecht, que al menos un par de veces se la hemos oído cantar en el Arriaga y el Euskalduna. La del miércoles en Abandoibarra era la cuarta vez que la catábamos y en su primer parlamento informó: «Llevo 30 años viniendo a Bilbao. Estoy tan feliz de que me tengan con ustedes… Les propongo un viaje especial desde París a Berlín y de ahí a Nueva York y Buenos Aires, y de vuelta a Bilbao. Son canciones de gente que vive en la gran ciudad, gente pequeña con sueños grandes. Y con soledad, con decadencia… Y también se puede decir que es parte de mi vida». Sí, porque ella misma ha permanecido profesionalmente en todas esas ciudades de las que nos habló siempre en inglés.

Nos embargó la sensación de que sería una velada memorable ya en la pieza inaugural, 'Milord' de Edith Piaf, con desarrollo cabaretero y coda de big band swing. Cinemática e inspirada ofició Ute en el 'Que reste-t-il de nos amours' de Charles Trenet (con coda en plan scat jazzístico), y no tardó en evocar su estancia en Berlín, recuperando el repertorio de Kurt Weill, del que es especialista: se caló el bombín en una de las cimas, un 'Mackie el Navaja' tan recogido como emocionante, y fue exagerada en la exótica 'Der Song von Mandelay', con la BOS sonando un tanto sucia por microfonía.

Tras un sinatriano 'Cabaret', la Lemper se refirió a su gran influencia Marlene Dietrich: «ella tenía la última palabra cuando las mujeres aún no la tenían, además fue soldado de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial», la elogió entre otras facetas, y la homenajeó con 'Ich bin von Kopf bis Fuss', con prolongación swing y ella imitando el sonido del trombón (y en el solo de saxo reconocimos en pantalla a un colaborador especial de la BOS: al saxofonista navarro Alberto Arteta).

Políglota

Ya ven qué políglota la teutona: cantó en alemán, en francés (la séptima, de Léo Ferré, 'Avec le temps', dramática, casi lúgubre, con Ute imbuida por el papel, el paso del tiempo y quizá porque también nos estaba contando su carrera, arrancada en los 80), en inglés (el popurrí de George Gershwin, «increíbles sus ritmos, bailes, sueños y películas de Hollywood», como indicó en la introducción; en esta la BOS se salió de magnífica), y castellano un tanto chirriante en el 'María de Buenos Aires' de Piazzola, cuando avisó: «el mayor enemigo del tango es la luz del sol».

La alta teutona retomó el francés en una terna del belga Jacques Brel, «el más grande poeta de la cotidianeidad y las rutinas», compuesta por un 'Je ne sais pas' delicadísimo en el que se volvió a revelar la versatilidad de la BOS, un 'Amsterdam' de épica floreciente, y un 'Ne me quitte pas' lánguido, bonito y emotivo hasta decir basta. Se despidió insistiendo en el francés con los experimentalismos del 'Padam Padam' de Edith Piaf, y para los dos bises espigó un justito 'All that Jazz' del musical 'Chicago' en el que imitó una trompeta mediante el scat, y remató con un presumido 'Che… Tango… Che!' de Astor Piazzolla, que menos mal no lo entonó en castellano.

Y así cursó un lujo para todos los públicos, no sólo por ser de entrada libre, un concierto que entrará en nuestra lista de lo mejor del año. Si lo acabamos, claro. Al subir por las escaleras del Guggenheim oímos a la gente comentar: «muy bien», «ha merecido la pena», «tiene una potencia…»…

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