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En cuanto acaba la Aste Nagusia, el recinto festivo se transforma en algo muy parecido a un campo de trabajo. Las comparsas dedican la jornada ... de hoy a desmontar las txosnas, una tarea que rematarán en los próximos días: poco a poco van desapareciendo los paneles pintados de colores vivos, los segmentos de mecanotubo, todas esas piezas de arquitectura efímera que brindan un hogar a la fiesta, y vuelve a asomar el Arenal prudente y ordenado de las semanas normales, el paisaje del resto del año.
«Hay unas que tienen mecanotubo y paneles y otras con una estructura más sencilla. ¡La nuestra es de las complicadas!», sonríe José Ignacio Royo en la txosna antimilitarista Sinkuartel, donde un batallón –con perdón– de voluntarios aúna esfuerzos en la tarea. «Venimos con toda la paliza acumulada, pero hoy también lo damos todo. Tiene esa parte emocional de hacerlo entre todos, así que también lo disfrutamos», explica. En realidad, el desmontaje arrancó ya ayer domingo por la noche, tras la quema de Marijaia, cuando se empezó a recoger las cosas de la cocina, entre otras labores menudas.
Hoy es el momento de desarmar las txosnas, que no dejan de ser casas provisionales, de manera que han de intervenir profesionales de distintos gremios. Y, después, hay que guardar ordenadamente todos esos materiales para facilitar el montaje de agosto de 2025, en el que muchos ya están pensando. Los de Sinkuartel depositan una parte de las piezas en su local y otra parte dentro de un contenedor como los de barco. «Cuando acabamos hay que tener cuidado al cerrarlo, para que no se quede nadie dentro, porque hasta la siguiente Aste Nagusia no saldría. Corre la historia de que alguna vez ha ocurrido, pero creo que es apócrifa», bromea José Ignacio.
La decoración desaparece, se descuelgan los carteles de los bocatas y queda solo el esqueleto metálico. En Txomin Barullo, están desatornillando el gigante de Groucho para almacenarlo en dos piezas. «El día de hoy es de sensaciones encontradas. Por una parte, se siente pena, porque se acaba una experiencia que para nosotros empezó el 7 de agosto, con el montaje. Esto es un punto de encuentro, un lugar donde suceden muchas cosas y en el que trabajamos todo el año. Pero, por otra parte, hay cierto alivio porque el descanso empieza ya», expone David Rosales. El comparsero de Txomin Barullo prefiere enfocarlo en positivo: «Estamos desmontando con las pocas energías que nos quedan, pero es la primera piedra para la siguiente Aste Nagusia».
Una familia de turistas argentinos atraviesa el recinto festivo y contempla con lógico asombro ese aparatoso desmantelamiento de la fiesta. «Vaya, ¡llegamos un día tarde!», lamenta la madre. Pero no, qué va, en realidad han venido trescientos cincuenta y tantos días pronto.
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