Bilbao me ha hecho sentir vieja. Es imposible seguirle el ritmo. Este lunes no tuve más remedio que lucir en mi oficina la misma camisa ... de flores que utilizo desde hace tres días, sudada y a falta de un botón. Son las noches que llevo sin pasar por casa, acogida por mis amigos con hogares más cercanos a la movida. Ayer llovió y no tenía con qué cubrirme. Un pantalón corto y unas zapatillas sucias han sido mi uniforme para estos últimos días de bochorno y muchedumbre. Un abanico y un spray de agua, mis armas. ¿Cómo hacen los vizcaínos para seguir al pie del cañón?
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No debo ser la única que, a pesar del golpe, disfruta de esta clase de combinados. Una copa fría con largas horas de jornada laboral, dos rodajas de fiesta y tres gotitas de descanso, al gusto.
Es cierto que Bilbao canta, baila y ríe estos días, pero también trabaja, limpia y abastece. La atmósfera casi onírica que se respira en la ciudad, los telones, el confeti, las chispas, y el olor a palomitas y algodón de azúcar no surgen por arte de magia. Son miles los disfrutones que avasallan las plazas y parques, pero son otros tantos los que cada mañana, tarde y noche hacen posible la diversión. Y lo hacen, además, combinándolo con pequeñas dosis de ocio propio. Porque nadie quiere quedarse fuera de este festival que lo inunda todo.
La lluvia y la fatiga me han hecho entender el verdadero espíritu de la Aste Nagusia. No se trata solo de fiesta y jolgorio, es un sentimiento que cala más profundo. Es ser parte de un movimiento, de este ecosistema del divertimento que no solo habitan jóvenes alcoholizados, sino que la fauna más longeva también echa sus bailes y los retoños de primavera se ciegan de igual manera con la adrenalina de la feria y toboganes infinitos.
Yin & Yang
Bilbao es dualidad. Es fiesta pero también trabajo. Su patrimonio cultural lo demuestra. No puede renegar de su pasado industrial, que sigue más que vigente. Los pinchazos más tecno sonaron ayer bajo la sombra de la grúa Carola. Jóvenes se agolpaban a las orillas de una ría en la que hace no mucho fluían mercancías pesadas que no llegaron a conocer. Representación viva del fino equilibrio entre deber y disfrute, entre pasado y presente. Como el Yin y el Yang, las dos fuerzas opuestas pero complementarias que sustentan Bizkaia.
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Capaz que me he puesto en plan filósofo de bar y haya cargado el asunto con demasiada trascendentalidad. ¿Será que, simplemente, me ha llegado la hora de sustituir el kalimotxo en vaso de plástico por el gintonic en mesa y silla con respaldo? Continuaré hasta averiguarlo.
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