Una final en el Atlántico
Análisis. ·
El Glorioso de la capital de los naipes se juega a una sola carta otro ascenso decisivo como el de junio de 1995 contra Las PalmasClama la grada a voz en grito que el Glorioso nunca se rinde. Cómo va a hacerlo un club con 122 años de historia en ... el dorsal que tantas veces ha ardido en las llamas del averno y siempre vuelve a la vida tras curar sus quemaduras de tercer grado. El Deportivo Alavés agita en cada agonía y resurrección su escudo minimalista al margen de tendencias y de modas. Desde aquella simple insignia con la bandera y las iniciales entrelazadas a la manera simbólica de un matrimonio entre el equipo y su hinchada hasta el pin moderno de la banda a pinceladas y el retorno 'vintage' al de ahora que luce de forma orgullosa las cuatro cifras de su parto.
Hay formas de entender la vida y una alude a la perspectiva albiazul. Una filosofía hermanada con el fatalismo que encuentra hueco para reproducir el orgullo y renovar cada curso las ilusiones. Ser del Deportivo habla de sufrimiento y resiliencia, pero también de momentos gloriosos que procuran sentido a la letra del himno que compuso Alfredo Donnay. No podemos olvidar, ni queremos, la final europea frente al Liverpool y tampoco la copera de hace seis temporadas ante el Barça de Messi y Neymar. Porque conocemos el barro de los campos de Tercera y el derbi en Regional con el Vitoria.
Ser del Alavés habla de sufrimiento y resiliencia, de asomo perpetuo a los barrancos
Forma parte del código genético albiazul la vida al límite, el asomo perpetuo a los barrancos, el vértigo de depender de acciones concretas en un momento determinado. No hay nada que someta a mejor prueba la identidad alavesista que el anuncio de un abismo. Dos antes de rodar la pelota ayer a las seis y media de la tarde. Ganar sí o también a un Málaga desesperado en un Mendizorroza rendido a la causa albiazul. Y repetir el órdago a mayor el próximo sábado en un estado insular repleto. Nos 'pone' esto del todo o nada, va con el sentido dramático de nuestra histórica obra teatral.
Casi veintiocho años después de aquel junio de 1995 el representante de la capital de los naipes se jugará a una sola carta otro ascenso decisivo contra Las Palmas. Los veteranos del lugar recordarán aquella promoción cuadrangular con el rival amarillo, el Gramanet y el Jaén que nos devolvió al fútbol profesional en junio de 1995. Un gol de Iván Campo y otro del eterno en nuestra memoria Manolo Serrano para remontar el 0-1 que adelantaba a un conjunto siempre orfebre del cuero. Y dentro de seis días, a eso de las once de la noche, se sabrá si la Virgen Blanca bendecirá desde su hornacina el retorno a Primera por la vía rápida. O no.
Mejor tomar el atajo que invertir demasiado tiempo en la senda de dos cruces consecutivos. Un itinerario de rosas con espinas que se antoja más largo y menos hermoso que el paseo entre el Parlamento vasco y la basílica de Armentia. Este sábado evocaba uno para sus adentros la letra de Alejandro Sanz al imaginar dos triunfos como melodías encadenadas para nutrir la autosuficiencia y no depender de nadie. «Y los demás que aguanten», tarareaba con la sordina propia del desasosiego.
Era un compromiso envenenado la visita del adversario malagueño. El típico partido que odiaba de raíz la X en la quiniela que, presuntamente, a ninguno de los dos contendientes beneficiaría. Y se fue el primer tiempo entre el deseo visitante de combinar la pelota y la táctica vitoriana del cazador agazapado en su puesto de tiro a la espera de abatir la pieza mediante un disparo certero. Más incertidumbre y crecimiento exponencial de las tensiones mutuas.
Hasta que a la vuelta de los vestuarios el equipo de Luis García Plaza agitó la coctelera del partido mediante el dinamismo, la verticalidad y una dentadura más incisiva. Abde asumía el papel en la banda izquierda del siempre añorado Rioja, el Búfalo rindió honor a su apellido a los diecisiete segundos de la reanudación anotando el gol con su cabeza barbuda y el duelo entró en esa calma tensa que anticipa la tormenta. La que desató el zapatazo preciso de Muñoz mientras el personal sacaba chispas a los móviles para conocer incidencias en otros campos. Hasta que, puro ADN albiazul (minuto 87), Moya enganchó su bello misil para la bandera de salida a otra semana de ensoñaciones.
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