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La ventaja del inexplicable viacrucis que el Deportivo Alavés está atravesando esta temporada cada vez que debe jugar en Mendizorroza es que ahora las victorias ... tienen un sabor especial. Queda el regusto de preguntarse lo que sería de este equipo si hubiera mantenido desde el principio de curso los registros que hacían temporada tras temporada de Mendizorroza su fortín. Pero saberse de nuevo ganadores tras tantos sinsabores deja en la grada del estadio vitoriano una sensación de plenitud que hasta hace no tanto tenía cierta pátina de rutina. Ahora las victorias, más escasas, alimentan con más vigor una memoria hambrienta de más recuerdos de victorias en casa con las que palpita cada esquina del campo.
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Aunque lo cierto es que el bocadillo del descanso supo a resignación. Otra vez, se decían muchos de los albiazules presentes en Mendizorroza, tocaba una noche de fútbol plano y carácter insulso. La primera mitad había transcurrido sin apenas sobresaltos, lo cual no habla bien de un Alavés que está obligado a morder a su rival desde el primer minuto. Pero ese equipo había sido de nuevo plano, a la expectativa, dejando hacer a una Real Sociedad que al menos con amasar el balón se veía capaz de ahorrarse sufrimientos aunque en ataque tampoco llegase.
Pero algo hizo clic en el mejor momento. Sean los cambios de Coudet, algún grito en el vestuario o simplemente el peso de una lógica que clamaba la necesidad de que el Alavés cogiera el toro por los cuernos. Sea como fuere, cuando el plantel vitoriano saltó al campo en la segunda mitad ya se creía su propia proclama de que en Mendizorroza solo sonríen los que visten de azul y blanco. Y así logró cuajar una segunda mitad que recordó a ese anfitrión voraz que ya mira al futuro con optimismo: tres partidos le quedan en casa para consolidar de forma plena su recuperación e imponer el peso de la lógica doméstica.
La victoria tiene muchos porqués. Uno de ellos, que el Alavés volvió a dejar su portería a cero. Para un equipo al que le sigue costando una eternidad generar ocasiones con frecuencia, la fórmula para celebrar victorias es echar el candado a la portería propia. Dicho y hecho. Esta vez llegó con una pareja de centrales inédita. Mouriño y Garcés nunca habían jugado juntos desde el inicio, pero transmitieron la sensación de llevar un centenar de partidos en sus piernas, Esa bendita normalidad de dos zagueros aplicados al extremo en defender por encima de todo solidificó a un Alavés que apenas permitió a la Real generar. Los donostiarras se marcharon de Vitoria sin un solo disparo entre los tres palos.
Con ellos, la energía de dos laterales que también contribuyeron a cerrar la portería, el brío de Carlos Vicente o el incansable desempeño de un Kike García que disfruta casi tanto de luchar con los centrales como de marcar él mismo los goles, el Alavés sigue de lleno metido en la pelea por la permanencia. Los 34 puntos que ahora atesora no acabarán siendo garantía de nada, pero le permiten salir del descenso tras superar a Las Palmas -también a un Girona al que ya iguala a puntos pero supera por average general- y afrontar las últimas cinco jornadas sabedor de que puede que dos victorias más sean suficientes para festejar el objetivo. Cuando todo empieza a funcionar, los números también sonríen.
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