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Aleix Vidal sintió el mayor escalofrío de su carrera en Mendizorroza, en febrero de 2017. El Barcelona, donde todavía militaba el hoy jugador albiazul, ganaba por 0-6 en un encuentro engañoso por el número de titulares que reservó Mauricio Pellegrino en busca de un lugar en la final de Copa. En el minuto 85, el extremo catalán miró estremecido a su tobillo al recibir una dura entrada de Theo Hernández. La articulación parecía colgar de un hilo. No respondía a sus órdenes, y el dolor le recorrió el cuerpo como una punzada. «Me tocó vivir la peor época como futbolista y estuve cerca de dejarlo, así que tengo cuentas pendientes con este estadio y con la gente», reconoce el futbolista, recién llegado al Alavés cedido por el Sevilla hasta final de temporada.
Pero lo que más sedujo a Aleix Vidal para aterrizar en Vitoria no fue una necesidad de reivindicación puntual o de reconciliarse con el césped que le dio el gran susto de su carrera deportiva. Eso no pasaría de ser una mera anécdota el primer día que el jugador destacara con la camiseta albiazul. El catalán, a punto de cumplir los 30 años, quiere volver a encarar, vibrar con los duelos individuales con los defensores y saborear el gol. De hecho, se le intuye cierto hastío en las labores de «tapar agujeros», como él reconoce, o de actuar como parche cuando alguna figura se resiente. Quiere aprovechar la gasolina que le queda para volver a creerse relevante, ser un referente sentirse un hombre desequilibrante y recuperar un rol «protagonista e importante».
«El 90% de las razones por las que ahora estoy aquí pasan por volver a disfrutar de jugar de extremo. Es mi posición ideal. Para mí no es un paso atrás, sino un paso más en mi carrera», afirma Vidal, que captó la atención del Sevilla y el Barcelona cuando se lució en Primera con el Almería. Hoy quiere experimentar esa vieja sensación, lo que vivía cuando apenas era un veinteañero hambriento en el Estadio de los Juegos del Mediterráneo. Y eso, después de varios años reconvertido a carrilero por su capacidad física y vocación ofensiva, pero sin llegar al desequilibrio de estrellas como Jesús Navas o la constelación blaugrana, es ahora el mayor desvelo del catalán. «Para mí, este es un reto igual de grande que jugar en el Barcelona o el Sevilla. No es importante llegar a lo más alto y no jugar», explica la última incorporación albiazul.
El Alavés, por su lado, cuenta ya con un once reconocible y de garantías, a la espera de ampliar su plantilla con recursos interesantes que eleven la competencia interna. Hasta la llegada de Vidal, de hecho, el conjunto albiazul carecía de un extremo diestro puro, ya que Twumasi todavía está sin contrastar en la Liga y Burgui arrastra una grave lesión de rodilla desde el pasado curso. No obstante, tanto el atacante, que llega sin opción de compra, como el director deportivo, Sergio Fernández, reconocen que la operación ha resultado más compleja de lo esperado. «Al principio parecía que se iba a complicar», admite el futbolista, quien asegura que le ha bastado «una llamada de quince minutos» para percibir que su mejor destino es ahora el Alavés.
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