La anarquía ordenada
El partido ·
El rigor táctico era muy subjetivo y Desio, el único que tenía claro el concepto de equilibrio. Se jugó en 70 metros de campo cuando ahora se hace en 30. Se atrevían a desbordarMe piden que dos décadas después vea de nuevo la final del Alavés en Dortmund. Lo hago un par de veces para analizarla. Hay ... que decir que veinte años no parecen muchos, pero es evidente que en fútbol sí. Repasando aquella final o cualquier otro partido de entonces, comprobaremos que los campos de fútbol parecían medir más. El juego se desarrollaba en una franja de terreno de unos 70 metros. Ahora, hay muchos encuentros que se juegan en 30. Con eso ya está dicho casi todo sobre la evolución de este deporte. El achique de espacios, la línea del fuera de juego, la presión adelantada o el repliegue intenso hacen estragos eliminando metros cuadrados.
Yo definiría a aquel equipo como la anarquía ordenada o el desorden controlado. El rigor táctico era muy subjetivo. La final fue muy abierta, de ida y vuelta, o mas bien solo de ida, porque el Glorioso fue el auténtico dominador. Lo de las líneas juntas no se llevaba entonces. El equipo albiazul era muy vertical, se conducía sin problemas, se atrevían a desbordar sin ninguna vergüenza y si se perdía el balón, ya se recuperaría. Para eso estaba Desio, que era el único que tenía claro el concepto del equilibrio, del rechace, de las segundas jugadas o de las vigilancias. Luego estaba Astudillo, un jugador que él solo era capaz de recuperar mil balones y perder mil uno.
Se podían ver los pases y las combinaciones más complicadas y fallar las más fáciles. Digamos que era la antítesis del Alavés actual. Ver a Cosmin Contra conducir, regatear y progresar con el balón en los pies era un espectáculo muy habitual en aquel equipo. Algo que hoy en día solo lo conseguimos ver hacer a Messi, y alguno más.
Karmona quedó retratado por una idea de hombre libre o 'stopper' que otras veces salió bien
Cinco mantenían las posiciones
El sistema que empleo de inicio Mané no era el más habitual. Colocó tres centrales: Eggen, Karmona y Téllez. Al cuarto de hora tuvo que rectificar porque ya llevábamos dos goles encajados. Quitó a Eggen, metió al delantero Iván Alonso y volvió con cuatro atrás: Contra, Karmona, Téllez y Geli. Y estos cuatro, más Desio como pivote del centro del campo, y evidentemente el portero Herrera, eran los únicos que mantenían sus posiciones. Los demás, un poco a su libre albedrío, digamos una anarquía posicional ordenada.
Y sin querer reprochar en absoluto a nadie, hubo un aspecto que condicionó totalmente cuatro de los cinco goles encajados. Y en los cuatro salió retratado Karmona. Fue un poco la consecuencia de aquel curioso planteamiento que Mané aplicaba en la línea defensiva. Es cierto que esa idea muchas veces le salió bien, pero no dejaba de ser una temeridad. Posicionaba a Karmona como el antiguo defensa libre o 'stopper' inglés. Se situaba uno o dos metros por detrás del último compañero, con la idea de barrer o despejar lo que a los demás se les colaba. Incluso cuando sacaba el porteo rival, él se situaba unos pocos metros por delante del área de Herrera. Hoy es imposible ver esa imagen con las líneas tan separadas. Pero su segunda función y la más arriesgada es la que aplicaba en ese espacio o franja horizontal que quedaba entre él y los demás compañeros. Ahí, se la jugaba. En cuando entraba algún delantero rival y el poseedor de balón intentaba meterle un pase él salía pitando para dejar al delantero en fuera de juego.
Y claro, hay que decir que muchas veces salió bien, pero en este partido no. El Liverpool nos pilló en varias, de las cuales cuatro fueron goles. Es más, había una jugada típica cuando el rival botaba una falta lateral a la altura de los tres cuartos de campo. Mané levantaba los brazos, se colocaba un jugador delante del balón haciendo el mismo gesto y un segundo antes del golpeo el equipo entero salía pitando buscando el fuera de juego de varios rivales. Muy espectacular cuando sale bien, pero una temeridad cuando sale mal. Y a punto se estuvo esto de costarnos otro disgusto. Cosas de Mané.
Otro imagen curiosa después de veinte años es ver cómo en los córners, algo muy habitual en aquellos tiempos, se colocaba un defensa en cada poste. O esa otra curiosidad ahora inexplicable de presionar el saque del portero cuando estábamos con uno menos y a falta de pocos minutos para ir a los penaltis.
Pero veinte años después de aquella final de Dortmund se sigue recordando aquel subcampeonato como un gran triunfo. Algo que no deja de contradecir a todos esos mensajes fanfarrones, poco deportivos y menos edificantes muy recurridos para ridiculizar incluso al subcampeón del mundo. Me vienen a la memoria algunos como: «el subcampeón es el mejor de los perdedores». O una muy argentina y poco pedagógica, donde un entrenador de infantiles queriendo demostrar que solo vale ganar, les preguntaba a los chavales a ver si sabían quien fue el segundo que descubrió América. O esa verdad a medias: «las finales se ganan, no se merecen». O la gran mentira: «el que no triunfa no es nadie en el fútbol».
Ver a Contra regatear y progresar con balón era un espectáculo que hoy solo dan Messi y alguno más
Seguimos muy orgullosos
Por suerte estas teorías se vienen abajo en nuestro alavesismo porque seguimos estando muy orgullos del aquel subcampeonato. Además esto nos debe servir como eslogan en nuestra filosofía albiazul. Sabemos que es muy difícil que se repita algo parecido. Por lo tanto, en el alavesismo debe estar grabado a fuego eso de que nuestro Glorioso debe ser más importante por ser querido, que por ganar títulos. No existe mayor satisfacción, ni mejor inversión en cualquier institución que el reconocimiento y cariño social ganado por aplicar gestión ejemplar.
Pero lamentablemente, como suele ocurrir muchas veces, después del éxito vino la decadencia. Como dijo uno, el éxito es como llegar al borde del abismo, un paso más y desapareces, un paso atrás y podemos llegar a la gloria. Fue una pena ya que nunca con tanto se invirtió tan poco. Resulta que, cuando más éxito tanto deportivo, social e incluso económico hemos tenido en la historia, menos se ha invertido. Es más, creo que se dilapidó mucho, sobre todo en credibilidad y sentimiento albiazul. Y aunque todos sabemos de quién hablamos, haré como lo de Quevedo para no llamarle coja a María de Austria: «entre el clavel y la rosa, su majestad escoja». Porque de aquellos lodos vinieron estos polvos en forma de Piterman. A partir de ahí, la ruina total. El pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla.
Noticia Relacionada
Lo improbable
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión