Uno de los mayores genios de la historia. Y no lo conoces
John von Neumann fue un fabuloso matemático, economista de prestigio, químico por obligación y casi padre de la Guerra Fría. Murió a los 54 años mientras trabajaba en un proyecto para el mundo de hoy en día: los ordenadores
Jon Garay
Miércoles, 5 de noviembre 2014, 16:53
G. Hardy fue un eminente matemático inglés que vivió entre 1877 y 1947. Su vida tuvo un final de lo más trágico. Decidió suicidarse. En realidad, decidió suicidarse dos veces porque en la primera no logró su objetivo. La razón que le llevó a tomar tan dramática decisión fue, ni más ni menos, que se le había agotado la creatividad. Simplemente su cerebro no podía continuar trabajando al mismo ritmo que en sus años jóvenes. Aunque parezca extraño, los matemáticos (y los físicos o cualquiera que trabaje en disciplinas muy complejas intelectualmente) tienen mucho que ver con los deportistas: su mejor época no suele ir más allá de los treinta años. Por eso la medalla Fields -el equivalente al Premio Nobel en matemáticas- se otorga exclusivamente a los menores de 40 años. Sin embargo, hay excepciones. Una de las más llamativas la encarnó John von Neumann. Cuando un cáncer de huesos seguramente alimentado por la radiación a la que estuvo expuesto durante su participación en el 'Proyecto Manhattan' se lo llevó a los 54 años, tenía entre manos un proyecto clave para el mundo de hoy en día: los ordenadores. Antes había sido un fabuloso matemático, un economista de prestigio, un químico por obligación y casi el padre de la Guerra Fría.
Von Neumann nació el 28 de diciembre de 1903 en esa reliquia de juegos dinásticos y mezcla de nacionalidades imposible que fue el Imperio Austrohúngaro. Budapest era entonces la segunda ciudad más importante, solo por detrás de Viena. Perteneciente a una familia judía acomodada, tuvo una educación esmerada, especialmente en matemáticas. Su futuro estaba claro. A la Universidad de Budapest solo fue a los exámenes. Donde estudiaba realmente era en la Universidad de Berlín, la mejor de Alemania junto a la de Gotinga. Allí recibió clases de química de Fritz Haber, premio Nobel en 1918 y conocido sobre todo por ser uno de los padres de las armas químicas, y de mecánica estadística de Albert Einstein, sobre el que sobran presentaciones. Al tiempo, y por complacer a su padre, que quería que aprendiera algo 'práctico', estudió ingeniería química en Zúrich.
El mundo de las matemáticas a principios del siglo XX vivía en un sueño, el de la certeza absoluta. La figura más influyente del momento, el alemán David Hilbert, fue el gran impulsor de la idea de que el saber matemático podía estructurarse sobre bases tan sólidas que no habría verdad indemostrable. Era el proyecto formalista, del que Von Neumann también fue un ferviente defensor. Se trataba de prescindir incluso de los axiomas más supuestamente seguros. Decir que el sucesor de un número cualquiera es otro número parece obvio. Por eso se consideró un axioma, en este caso de la aritmética -la que se ocupa de los números naturales: 0,1,2-. Parece tan evidente que no necesita de demostración. Es una intuición que no se discute. El problema es que la geometría también tenía sus axiomas desde Euclides y resultó que no eran tales, que era posible una geometría no euclidiana. En estas estaban Von Neumann, produciendo casi un artículo de investigación al mes, y buena parte de los mejores matemáticos cuando el sueño de esa seguridad absoluta se vino abajo. Un por entonces desconocido lógico checo, Kurt Gödel, vino a decir en 1930 que el sueño formalista no era más que eso, un sueño.
Lo hizo en un congreso al que acudieron los grandes expertos en la materia -lo cierto es que el tema, la epistemología de las ciencias exactas, no era de los que levantara pasiones entre el público en general-. Faltaba el propio Hilbert, que envió a Von Neumann en su lugar, una forma de reconocer su enorme valía. Cuando Gödel presentó su demostración, nadie fue capaz de captar lo que realmente estaba diciendo. Nadie salvo Von Neumann, que le asaltó al final de su intervención para asegurarse de que lo que acababa de oír era realmente cierto. Éste fue un rasgo que siempre le acompañó. Era un pensador instantáneo, de una rapidez que abrumaba incluso a los mejores de sus colegas. Un profesor suyo en Zurich reconoció que se quedó asombrado cuando en una clase presentó un teorema que no se había podido probarse hasta ese momento. Allí mismo, y tras solo cinco minutos pensando en silencio, Von Neumann se levantó y escribió la demostración. Para un virtuoso como él, las matemáticas siempre fueron un juego.
El paraíso de los matemáticos
El futuro en Europa, y más para un judío -terminaría convertido al catolicismo tras su primer matrimonio-, no era nada alentador con la sombra del nazismo cada vez más amenazante. Su increíble talento le había abierto las puertas del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, algo así como el paraíso terrenal de los matemáticos. Allí fue invitado junto a figuras como el propio Einstein o Gödel -este llegaría más tarde-. Allí, con un generoso sueldo y liberado de las clases, seguiría con su trabajo hasta que la II Guerra Mundial requirió sus servicios.
Nacionalizado en 1937, el ejército le reclutó para el 'Proyecto Manhattan', el mismo que tendría como resultado la construcción de la bomba atómica. A diferencia de la mayoría de sus colegas, Von Neumann no residió de forma permanente en el laboratorio de Los Álamos. Al contrario que muchos otros genios -sin ir más lejos, el propio Gödel era un hombre extremadamente raro que temía a la nevera de su casa y acabó muriendo de inanición por temor a que le envenenaran-, 'Johnny', como le conocían sus amigos, era muy sociable y trabó contactos con las más altas esferas del Ejército y el Gobierno norteamericanos. A él no solo le consultaban sobre los misiles o el método de explosión de la bomba, sino que participaba en las discusiones sobre dónde y cuándo debería ser lanzada. Incluso allí, rodeado de algunas de las mejores mentes del mundo, seguía destacando por su extraordinaria capacidad de cálculo. Se cuenta que hacía competiciones con Enrico Fermi... y que solía salir vencedor.
La Guerra Fría y los ordenadores
Poco después de terminar la II Guerra Mundial, empezó otra, la Guerra Fría. La Unión Soviética era ahora el rival a batir. La única forma de hacerlo era armarse hasta conseguir que el rival no tuviera la tentación de atacar por la sencilla razón de que sería inmediatamente aniquilado. Es la doctrina de la destrucción mutua asegurada, una especie de juego de póker en el que Von Neumman tenía mucho que decir. Al margen de su frenética actividad como matemático, había estado trabajando junto al economista austriaco Oskar Morgenstern -también emigrado a Princeton- en 'La teoría de juegos y el comportamiento económico', publicada en 1944. La idea era estudiar las mejores estrategias en juegos de suma cero como las damas, el ajedrez o el póker. En todos ellos si uno gana es porque el otro pierde -de ahí la suma cero-, con lo que es necesario tener en cuenta lo que el contrincante está pensando para obtener el mejor resultado posible. Esto se puede aplicar no solo a estos juegos, sino a la economía y a la propia guerra. Pese a que defendió a su colega Robert Oppenheimer de la caza de brujas del senador McCarthy, Von Neumann fue un 'halcón' del ala dura. Viejo enemigo del comunismo, impulsó el desarrollo de la bomba de hidrógeno, aterradoramente más potente que la atómica, y rechazó por principio el control de armamentos. Nunca tuvo la menor duda al respecto.
Por si todo esto no fuera suficiente, gigantes como IBM o Standard Oil se peleaban por contratarle. La primer, para tareas como la creación de sistemas de memoria fiables o para mejorar la organización de la empresa; la segunda, para la localización y producción de petróleo. Las mejores universidades, desde Yale hasta el Instituto de Tecnología de Maschussets, se lo rifaban. Parecía que no había área que se le resistiera. Sin embargo, su interés en los últimos años se centró en los ordenadores. Los primeros proyectos surgieron en los años cuarenta ligados a las necesidades de la guerra. Calcular la trayectoria de los misiles, las explosiones nucleares Su idea de cómo debía funcionar un ordenador, con una unidad central, la memoria y demás componentes conforman la llamada 'arquitectura Von Neumann', que sigue siendo básicamente la que tienen todos los ordenadores hoy en día.
Pasaba ya por entonces de los cincuenta años y no parecía sufrir los síntomas que llevaron a Hardy a quitarse la vida. Si de niño bromeaba con su padre en griego clásico y asombraba a los vecinos aprendiéndose el listín telefónico, de adulto resolvía las ecuaciones que sus colegas de Los Álamos no podían. "Simplemente se sentaba y lo hacía", dijo el físico Hans Bethe. Aficionado a las fiestas, al buen comer -se dice que su segunda esposa solía comentar de él que podía contarlo todo menos las calorías- y a conducir leyendo libros -lo que le hizo provocar no pocos accidentes-, unos fuertes dolores en el hombro le obligaron a operarse. Ese dolor no era otra cosa que un cáncer óseo que con el tiempo le relegaría a una silla de ruedas y le llevaría a la muerte el 8 de febrero de 1957. La leyenda en el Instituto de Estudios Avanzados decía que "si la mayoría de los matemáticos demuestran lo que pueden, Von Neumann demuestra lo que le da la gana". Y rápido, muy rápido.