Arar el océano a caballo
Doce familias belgas son las últimas en el mundo que extraen camarón metiendo a sus percherones en el mar
antonio corbillón
Domingo, 7 de septiembre 2014, 01:38
La tradición dice que los pescadores de camarones a caballo de la costa belga tienen tal compenetración con sus potentes percherones de raza brabante que los quieren más que a sus mujeres. Son los últimos en el planeta que se meten en el mar para 'arar' la marea baja y sacar una cosecha de camarones grises cada vez más exigua. Antiguamente podían lograr hasta 80 o 90 kilos en una buena jornada. Ahora se conforman si se acercan a los diez kilos.
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Hace 70 años, los aliados eligieron las playas del Mar del Norte de Dunkerque y alrededores porque eran las más planas y adecuadas para un desembarco masivo. Esas condiciones ya las vieron los lugareños hace 500 años cuando empezaron la tradición de entrar en las aguas a buscar el pequeño crustáceo. Durante siglos, no solo a lo largo de toda la costa belga, sino también en Holanda, norte de Francia e incluso Inglaterra era habitual encontrar la estampa de estos granjeros de agua salada recortada sobre el horizonte marino.
Ahora, apenas una docena de familias mantiene esta vieja tradición en Oostduinkerke, la playa más larga de Bélgica (a 10 kilómetros de Francia). Se puede considerar casi una multitud. Los defensores de esta costumbre ancestral recuerdan que, a mediados del pasado siglo, solo la constancia de tres familias permitió garantizar el futuro. Oostduinkerke podría traducirse como la Iglesia de las Dunas Orientales. Los pescadores deben compartir las olas con los surferos. Pero en este escenario ubicado junto al balneario estival de Koksijde (el Benidorm flamenco) hay sitio para todos.
Con su rostro de color acangrejado por el sol veraniego, el joven Jan Dominique limpia con esmero en el establo los gruesos lomos de sus dos percherones tal y como le enseñó su padre, Johan. Una hora para preparar al animal y su carruaje, y otra para recorrer la distancia que les separa de la costa. Con el arranque de septiembre se abre la segunda parte de la temporada camaronera, que se prolongará hasta octubre, aunque solo puedan practicarla dos días a la semana para no esquilmar su propio medio de vida. La fase inicial la agotaron entre abril y junio. En los meses centrales del verano, algunas familias han encontrado en el folclore para turistas y las exhibiciones de su método una forma de completar los cada vez más exiguos ingresos que dejan los bajos fondos marinos.
Tirón turístico
Al llegar a la orilla, padre e hijo se calzan unos trajes de agua amarillo chillón. Despliegan sus 30 metros de redes con forma de embudo abierto gracias a unas tablas de madera. Después arranca una danza acuática cuya batuta marca siempre la marea baja. Cuando el caballo comienza a caminar en paralelo a la línea costera, una cadena se tensa y casi a ras de arena, pero sin tocar el fondo, va agitando el agua. Esas ondas provocan que el camarón dé un saltito y caiga dentro de la red.
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El trabajo del percherón es tan duro que hay que descansar cada media hora. Un tiempo que el concienciado hombre de mar emplea para seleccionar las piezas válidas y devolver al agua los 'pezqueñines'.
La jornada acaba con el regreso a casa, donde esperan las mujeres. Aunque la pesca implica a toda la familia, la tradición aún no ha roto los tópicos en la división del trabajo y no hay mujeres al mando de los caballos. Ellas se encargan de lavar, salar y hervir la pesca. Cada familia tiene su particular y secreta receta que cada vez va ganando más aprecio entre los usuarios. En especial en el Festival del Camarón, que suele reunir a finales de junio a miles de personas en la localidad belga.
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Desde que la Unesco inscribió el pasado diciembre a estos particulares pescadores en su lista de Patrimonio Cultural Inmaterial, el lugar se ha convertido en foco de atracción en el casi siempre tristón verano belga. El rescate ha permitido incluso un espacio propio en el Museo Nacional de Pesca, cerca de Oostduinkerke.
Y es que la pesca que no parece pesca siempre ha tenido su tirón entre los profanos del océano. La pesca de la almadraba en la costa gaditana, los pescadores de mejillones en Bretaña o Vlissingen (Holanda) o la pesca con tractor en Morcambe Bay (noroeste de Inglaterra) también pugnan por tener la misma consideración que les permita no ser engullidos por los habituales métodos que están esquilmando al mar de una parte de su riqueza.
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