En otro países está permitido que los menores trabajen en tareas menores.

Ni un palo al agua

Mientras la mayoría de los adolescentes españoles pasan el larguísimo verano sin hacer nada, los de otros países aprovechan las vacaciones para aventurarse en sus primeros trabajos y aumentar su autonomía

Pascual Perea

Martes, 1 de julio 2014, 01:23

Iñigo acaba de terminar sus últimos exámenes -dejó una asignatura para la convocatoria que antes se celebraba en septiembre y desde hace unos años se adelanta a junio, pero la mayoría de sus compañeros cerraron los libros hace semanas- y atisba, a sus dieciséis años, tres largos meses de asueto por delante en los que se olvidará de los deberes, de madrugar, de cualquier obligación que no sea la de hacerse la cama... y ni eso. Vamos, como cualquier chaval de su edad. Pero no de otras latitudes. Mientras en los países anglófonos y escandinavos los 'teenagers' aprovechan sus vacaciones escolares para ganar un dinerillo haciendo tareas sencillas como repartir periódicos o lavar coches, en España la mayoría se preparan para el futuro de 'ninis' que les espera no haciendo absolutamente nada. Es cierto que cada vez son más los que dedican este periodo a aprender idiomas viajando al extranjero o acuden a clases de verano, y otros muchos son enviados a colonias y campamentos estivales, pero para una amplia mayoría el verano se resume en un 'dolce far niente' interminable.

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Bryce Bevin, entrenador del Getxo Artea de rugby y exseleccionador del combinado nacional español, se educó en las antípodas, y no sólo geográficas. "La primera diferencia que encontré al llegar de Nueva Zelanda es que el sistema de estudios es aquí de tres trimestres al año, en vez de cuatro como en mi país, donde las vacaciones de verano no duran tres meses sino cinco semanas: del 20 de diciembre a finales de enero. El sistema español es horrible, aguantar a los niños tres meses en casa sin hacer nada es desastroso. Deberían acortar las vacaciones, es una idiotez que sean tan largas, incluso desde el punto de vista logístico: no sabes qué hacer con tus hijos. En mi país los padres cogen tres semanas de vacaciones en verano para hacerlas coincidir con las de los niños".

Y, aunque las vacaciones sean más cortas, en Nueva Zelanda se aprovechan más. "Con doce años, yo trabajé en verano como repartidor de periódicos; luego en una carnicería cuatro o cinco horas al día, encargándome de tareas sencillas como limpiar o hacer salchichas. Más tarde en un vivero de plantas, en un supermercado...".

Bryce lamenta el excesivo proteccionismo del sistema judicial español con los menores en el tema laboral. "Me gustaría que mi hija adquiriera una experiencia a partir de los doce años ayudando en una tienda o haciendo otras tareas sencillas, pero no puede, está prohibido por ley. Y sin embargo es muy enriquecedor. Aprendes el valor del dinero, lo que cuesta ganarlo, a ser autosuficiente y responsable. Estos primeros empleos nos preparan para ser independientes económicamente cuando lleguemos a la universidad, donde lo habitual es estudiar y trabajar a la vez para pagarnos los estudios. Yo estudiaba, entrenaba, jugaba a rugby y compaginaba todo ello con trabajos en un bar, en gasolineras o en cualquier empleo que me permitiera ganarme la vida".

Son diferencias culturales que, en su opinión, van forjando adultos de otra pasta. "Nosotros preparamos a nuestros jóvenes para que salgan de casa a los 17 o 18 años. Los españoles son mucho más protectores. Para nosotros es muy chocante ver a personas de 25 años, e incluso de 35, viviendo aún con sus padres. Aquí, en Euskadi, la familia extendida de tíos, abuelos y primos tiene mucha más importancia. Y eso que la estabilidad de la familia es uno de los puntos fuertes de la sociedad vasca, me gusta".

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La normativa española, muy garantista en la protección del menor, estipula en 16 años la edad mínima para trabajar, ya sea como asalariado o por cuenta propia, y amplía esta limitación hasta los 18 años para empleos nocturnos, con jornadas de más de ocho horas diarias o que impliquen horas extras, así como para trabajos "declarados insalubres, penosos, nocivos o peligrosos, tanto para su salud como para su formación profesional y humana". En cualquier caso, plantearse encontrar un empleo temporal y sin cualificar en un país con más de cinco millones de parados y unos sindicatos beligerantes ante cualquier intromisión no regulada en esta famélica bolsa de trabajo parece una hazaña imposible.

"Desterrar miedos y salir"

"Lo que no cabe es decir que el verano es para no hacer nada", sentencia Javier Urra, doctor en Psicología y en Ciencias de la Salud y exdefensor del Menor de la Comunidad de Madrid. "En esta época hay que hacer cosas distintas de lo cotidiano, pero sin angustiarse, sin pretender verlo todo, de una forma relajada. Las vacaciones son muy buenas para conocer otros mundos y otros ambientes, aprender y experimentar. Viajar, practicar otros idiomas, hablar con otra gente, moverse en tren. Es bueno que los que viven en ciudades vayan a los pueblos, y que los de pueblo aprendan a moverse en metro y por los aeropuertos. También es tiempo para estar con personajes como los abuelos, para conocer la soledad y disfrutarla. Para hacerse preguntas como qué estoy haciendo con mis quince años, en qué voy a emplear mi tiempo...".

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Él se reconoce un entusiasta defensor de los campamentos de verano, "que permiten aunar naturaleza y deporte, aprender a convivir, alejarse de los padres, asumir las normas que marcan los monitores, mirar las estrellas por la noche... Mis hijos han ido de campamento, en tren por Europa, a recoger fresas a Inglaterra... Vivir otros horarios, costumbres e idiomas no es lesivo para ellos".

Según los datos más recientes, correspondientes a 2012, alrededor de 100.000 estudiantes españoles se desplazan en verano al extranjero a estudiar idiomas, siendo los destinos de turismo idiomático más solicitados Reino Unido, Irlanda, Malta y Estados Unidos. Una práctica enriquecedora para ellos, aunque a menudo constituya una pesada carga para los ahorros familiares. Javier Urra asegura que ofrecer esa experiencia a los hijos no tiene por qué ser caro: "La fórmula de intercambio sólo cuesta el precio del billete del avión", plantea. "Es una cuestión de criterio más que de posibilidades".

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También apoya animar a los adolescentes a buscar tareas sencillas que les permitan ganar algún dinero, aunque con limitaciones. "La ley española permite trabajar en actividades que no sean peligrosas a partir de los 16 años; no se trata de que un chico de esa edad esté limpiando platos a las doce de la noche, porque eso sería explotación", puntualiza. Para los mayores, propone a los más inquietos la posibilidad de viajar como voluntarios de una ONG a otros países durante las vacaciones universitarias, abrirse a la solidaridad y conocer otras realidades. "Ir a Kenia te formará mejor si quieres ser enfermera, o viajar a Egipto si te entusiasma la arqueología...".

Cualquier opción es buena si sirve para dar un empujón fuera del nido a estos polluelos ya talluditos. "Animo a los padres a desterrar miedos", dice Urra. "La mejor protección que puedes dar a tus hijos es formarles. El mundo ya no tiene fronteras, es uno. El que no haya entendido que es una mezcolanza de razas, culturas y religiones no ha entendido nada. Tan esencial como la formación académica es el aprendizaje de la vida: conocer otros paisajes, otras gentes, abrir caminos, responsabilizarse, gestionar su libertad".

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En los campos de maíz

Matthew Cissell, profesor de inglés en Bilbao, creció en un pueblecito de Illinois. Desde los trece años, sus vacaciones de verano tenían tan poco que ver con las de un adolescente vasco como aquellas praderas infinitas del Medio Oeste norteamericano con las playas del Cantábrico. "Me levantaba a las cinco de la mañana para trabajar en los campos de maíz, donde hacía todo tipo de tareas, como arrancar las malas hierbas que las máquinas habían pasado por alto. Trabajaba cinco o seis horas, hasta el mediodía, cuando hacía demasiado calor". En España, un tribunal lo consideraría explotación infantil y lo prohibiría. En Estados Unidos, en cambio, constituye una sana y extendida costumbre que permite a los chavales sacarse un dinero para sus gastos y, al mismo tiempo, familiarizarse con ese proverbio bíblico que dice 'Ganarás el pan con el sudor de tu frente'.

Los siguientes veranos se empleó en pizzerías y establecimientos similares -"allí los camareros no son profesionales cuarentones sino, en la mayoría de los casos, chavales", ilustra-, donde obtenía los ingresos para sacarse el carné de conducir al cumplir los 16 años, invitar a chicas a un helado y comprarse ropa. En aquellos veranos del profundo Illinois había poca más diversión que recorrer en coche la calle principal del pueblo hasta el McDonalds, con la música a tope, en una sucesión de rondas que allí llaman 'cruising'.

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"No había nada que hacer, pero nadie quería quedarse en casa", recuerda, así que aquellos trabajos ayudaban a combatir el aburrimiento y ganar unos billetes para pagar el seguro del coche, un buen estéreo, una noche de juerga o los estudios de la universidad. "Desde luego, aquello me vino muy bien", afirma. "En mi pueblo decimos que una paliza y un empleo de mierda sirven para aprender a callarse y a saber lo que es trabajar. No digo que aquellos empleos me hicieran el hombre más trabajador del mundo, pero me volvieron más responsable, aprendí que cuando hay que hacer algo, se hace y punto. Conocer el trabajo duro te enseña a valorar y respetar lo que hacen otros. Esta ética del esfuerzo está muy presente en el mundo anglosajón".

Matthew da clases de inglés en el British Council de Bilbao a adolescentes de costumbres muy diferentes. "Intento no verles muy flojos, sino un poco mimados", les excusa. "Este país ha cambiado mucho en muy poco tiempo, los españoles pasaron dificultades en su juventud y por eso ahora se lo quieren dar todo a sus hijos, que lo han tenido demasiado fácil. Mis alumnos piden dinero en casa y se lo dan; yo tenía que cortar la hierba en primavera y verano, recoger hojas en otoño y palear la maldita nieve en invierno. Los chavales de aquí han crecido demasiado protegidos, son muy consumidores. Y la crisis ha supuesto un cambio brutal. Ahora están viendo que no van a trabajar antes de los treinta si no acceden al mercado global, ya sea en Londres o en Sao Paulo. Saben que no podrán independizarse, por eso su sueño es tener un coche cuanto antes. Es su espacio privado, su único medio para encontrar satisfacción".

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