En la mala hora
El talante con el que está encajando la grave crisis de su equipo agranda la figura de Jürgen Klopp, como le sucedió a Marcelo Bielsa y le está ocurriendo esta temporada a Ernesto Valverde
Jon Agiriano
Sábado, 7 de febrero 2015, 01:22
No acabo de acostumbrarme a mirar la clasificación de la Bundesliga y comprobar que el Borussia de Dortmund, lejos de salir del sótano, se hunde cada vez más en las profundidades. Su última derrota en casa ante el Augsburgo (0-1) me dejó definitivamente perplejo y preocupado. Porque debo reconocer que hasta ahora no había dado demasiado importancia a la crisis del equipo de Jürgen Klopp. Me parecía un bajón pasajero, un simple descuido por parte de un entrenador y unos jugadores que saben que no pueden aspirar a la Liga alemana y prefieren centrar sus ilusiones en otras competiciones como la Champions o la Copa.
Sin embargo, la situación se ha agravado muchísimo. Después de 19 jornadas, el Borussia es colista con 16 puntos. Ha ganado 4 partidos y ha marcado 18 goles. Es cierto que sólo le separan dos puntos de la permanencia -el Friburgo es decimoquinto con 18-, pero las sensaciones del equipo son cada vez peores. Tiene la moral por los suelos, cualquier airecillo le provoca una pulmonía y hasta la mítica grada sur del Westfalen Stadium, el muro de aficionados más impresionante del mundo, comienza a perder la paciencia. Tras la derrota ante el Augsburgo, que para colmo jugó el último tramo del partido con uno menos, Weidenfeller y Hummels se acercaron a ese graderío para pedir disculpas e intentar calmar los ánimos. No se puede decir que lo consiguieran.
Esta crisis del Borussia ha hecho que vuelva a fijarme en Jürgen Klopp. Tengo que confesar que soy un espectador muy atento cuando se trata de observar a personas públicas en momentos de dificultad. Necesito esa perspectiva para tener una visión completa de ellas. Porque en los días de vino y rosas, todo resulta irreal. Todos somos simpáticos. El ser humano, en general, se antoja una especie perfecta en los momentos radiantes de la felicidad. Y, claro, todos sabemos que eso es un engaño producto de la euforia. Es obligado, por tanto, constatar el reverso, la respuesta de la gente cuando el destino se tuerce y todo se vuelve sombrío e ingrato.
En este sentido, debo decir que mi estima hacia Klopp ha aumentado en las última semanas viéndole actuar en medio de la tempestad que se ha llevado a su equipo por delante. Ninguna excusa ventajista. Ningún desplante. Como mucho, alguna frase feroz. "Parecemos un montón de idiotas", dijo al terminar la primera vuelta. Klopp ha demostrado fortaleza para encajar los golpes y una firme determinación para seguir trabajando como lo ha hecho siempre, sin renunciar a sus principios, que son los mismos que le llevaron al éxito. Por supuesto, no se le ha pasado por la cabeza abandonar el barco que capitanea desde hace seis años. Es una cuestión de dignidad. "Yo no me puedo marchar hasta que no se solucione esta situación. Mi responsabilidad es muy grande. Descarto por completo renunciar, no tener más ganas... Tengo la batería llena. Y además sigo convencido de que tendremos éxito en nuestra misión", aseguró tras la derrota ante el Augsburgo. No me extraña que Aki Watzke, el director ejecutivo del club, le haya respaldado. "Tenemos exactamente al entrenador correcto", ha repetido varias veces.
Cuando veo a algunos entrenadores -Mourinho, por supuesto, sería el último caso paradigmático de lo que digo- buscar excusas cada vez que pierden un partido, cuando les oigo despotricar de los árbitros o denunciar conspiraciones que saben que no existen, cuando les veo, en fin, convertir en un lodazal el campo de juego porque nunca han sabido perder y su ego les abruma, me consuelo sabiendo que hay profesionales como Klopp. Y no sólo él. En muy poco tiempo en el Athletic hemos tenido también dos buenos ejemplos de cómo debe comportarse un hombre cuando, tras disfrutar del éxito, de repente le llega la mala hora. Como nos ocurrió a muchos, admiré más a Marcelo Bielsa durante su segunda temporada, viéndole remar contra corriente y sufriendo en silencio los desengaños, fiel a sus ideas, dispuesto a inmolarse en una hoguera antes que buscar una excusa o eludir una responsabilidad, definitivamente grande en la derrota, que durante los días de esplendor de su primer año. También Ernesto Valverde está dando lecciones en este sentido. De hecho, creo que la mejor noticia del Athletic esta temporada no es otra que el talante de Txingurri, su sonrisa optimista, su exquisito respeto a las críticas, su saber estar. Le doy a eso más mérito que al cuarto puesto de la pasada temporada.