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José Calderón, siempre correcto, no ve el camino en un equipo en el que solo Prigioni y Anthony reman a su lado
Pesadilla en la ciudad que nunca duerme
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Pesadilla en la ciudad que nunca duerme

Calderón chapotea en la ciénaga de Nueva York, dentro de unos Knicks incapaces de ganar con un plantel mediocre y carísimo

Ángel Resa

Miércoles, 24 de diciembre 2014, 11:45

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Acudir al Madison Square Garden para ver un partido de los Knicks es uno de los señuelos recurrentes con los que contentar a los turistas. Si no por el juego del equipo, al menos para visitar ese recinto cilíndrico en pleno centro de Manhattan donde boxearon las leyendas del cuadrilátero, Frank Sinatra anegó con el imán de su prodigiosa voz, cualquier espectáculo de alto nivel tiene cabida e incluso- cuentan que el equipo de Nueva York llegó a jugar bien al baloncesto. Un templo de la canasta que ahora depende del talento visitante ante las limitaciones sangrantes del conjunto local. Hoy es el día en que resulta más divertido dar de comer a las ardillas de Central Park que asistir a la enésima muestra de impotencia deportiva de uno de los clubes fundadores de la NBA. Mucho oropel y nada dentro para desgracia particular de José Manuel Calderón, chapoteador en una ciénaga.

Los seguidores de los Knicks nos pasamos la vida conjugando los verbos en pasado y viendo por el retrovisor imágenes viejas, de cuando los pantalones marcaban. Recordando la aparición heroica de Willis Reed por el túnel que comunica los vestuarios y la cancha arrastrando la pierna, los dos únicos títulos (1970 y 1973), la final perdida contra los Rockets del grandioso Hakeem Olajuwon (1994) o la de 1999 que otorgó su primer campeonato a San Antonio del dúo interior Duncan-Robinson. Desde entonces, la Gran Manzana está podrida en materia de baloncesto hasta alcanzar el máximo grado de descomposición: la campaña actual. Mientras los aficionados deciden si abrazar o no la fe en el futuro que predica Phil Jackson señor de los anillos y presidente de la franquicia donde jugó en los setenta-, el equipo firma el peor arranque de su historia. Un balance desolador (5-25) que le sitúa, entre treinta franquicias, solo por delante de los desahuciados Sixers. Vaya en descargo de la plantilla que el grupo pelea los partidos, que ningún otro de la Liga cede tantos encuentros por diferencias inferiores a los seis puntos. De cuanto se deduce la cruda realidad, que resulta imposible armar un buen cesto con mimbres mojados.

Gerencia infame

Todo es fruto de una gerencia deportiva infame, que paga salarios desorbitados a medianías y a hombres que más que ir, vienen. El renacer de la ilusión se traslada al próximo verano, cuando una mayoría de jugadores termina sus carísimos contratos los que la franquicia ha firmado- y el club espera atraer estrellas y tipos comprometidos con una causa. La del triángulo ofensivo que practicó Jackson en sus once títulos repartidos por Chicago (6) y Los Ángeles (5). Para ello confía en la poderosa capacidad seductora del exentrenador de Michael Jordan y Kobe Bryant y en el atractivo indudable que ejerce sobre los actores de este deporte la ciudad que nunca duerme. Porque si los Knicks tuvieran que reclutar a golpe de resultados y glorias recientes, por la Octava Avenida no aparecía ni el Tato.

Ahora mismo el triángulo de ataque tres hombres en el lado fuerte, pívots con buena visión del juego y aptitudes para pasar la pelota, movimientos continuos sin balón, tiradores apostados en las esquinas y bases sin necesidad de sobar la pelota- les sale a los Knicks tal que un poliedro amorfo. Como si la secuencia fílmica se atascara por falta de fluidez en fotogramas concretos. Falta inteligencia natural en la plantilla para interpretar un sistema solo apto para gente lista que encuentra las ventajas sobre la marcha. No es Amare Stoudemire un poste repetidor que encuentre las posiciones favorables de sus compañeros, hay demasiada mediocridad en el plantel y la materia gris se condensa en el cerebro de los timoneles que manejaron en su día las riendas del Baskonia. Cuando el presidente y el entrenador Derek Fisher, tirador preciso y conductor correcto de aquellos Lakers- quieren palique sobre baloncesto llaman al extremeño de Villanueva de la Serena y al argentino de Río Tercero. El resto, salvo el celestial Carmelo Anthony, da apagado o fuera de cobertura.

Sí, entre los errores mayúsculos de la gerencia deportiva cabe enumerar la desproporción entre salarios y rendimientos de un grupo con demasiadas carencias para competir y ganar, la inexistencia de hombres apropiados para dibujar el triángulo y la soledad de Melo. Claro que el alero, una de las estrellas incuestionables de la NBA, prefirió la pasta fresca de Nueva York a las opciones deportivas de Chicago. Luego, en el pecado lleva la penitencia. La esperanza se centra en renovar profundamente la plantilla con jugadores aptos para un sistema que se demostrado triunfador a partir de piezas irrenunciables como Anthony y Calderón. El base español necesita recuperar las viejas sensaciones que lo han convertido en el paradigma de la consistencia y la fiabilidad. Pocos fuegos de artificio, pero mucha sustancia en el puchero. Siempre la acción que todos haríamos si supiéramos hacerla. Cuesta recordar un mal partido del pacense, uno de esos jugadores que se mueven entre la corrección absoluta y el notable alto. Lo demostró en la ACB, en Toronto, en su paso fugaz por Detroit y en Dallas. Pero ahora se le ve desorientado, remiso a la hora de tirar y sin la precisión informática de quien ordena el tráfico. Porque reactivar el atasco neoyorquino ni siquiera parece al alcance de un base tan venerable como don Pablo Prigioni.

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