Las formas se derriten
Frank Gehry se ha ganado un lugar en el panteón de la arquitectura coqueteando con otra de las bellas artes, la escultura
Pascual Perea
Jueves, 8 de mayo 2014, 16:35
Para muchos arquitectos, la piel de un edificio es la expresión lógica de un diseño funcional. Para Frank O. Gehry es mucho más: la oportunidad de convertir el espacio habitable en escultura, de romper la secuencia de planos en un aparente caos de volúmenes. Sus edificios, como consecuencia, se derriten y descomponen como si estuvieran hechos de mantequilla, se desencuadernan en superficies alabeadas complejas, que colisionan con estrépito o se expanden como el papel de celofán.
Publicidad
Fachadas encorsetadas por hilos invisibles, como la de la Casa Danzante de Praga, descosidas como la del Ecomuseo de Panamá, o vacías de contenido, como la del Instituto Lou Ruvo de Las Vegas... El resultado es siempre de un enorme impacto visual y no deja indiferente a nadie. Si la arquitectura más convencional persigue la solidez y estabilidad, la suya transmite tensión, energía, emoción y cambio. Es decir, vida en movimiento. No es extraño que se haya convertido en el gran icono de la arquitectura popular.
Maestro de la deconstrucción y heredero del pop art, Gehry es un genio pragmático que lo mismo rinde homenaje al arte 'povere' utilizando metales corrugados, mallas metálicas o maderas laminadas y dejando sus obras a medio terminar, que envuelve sus diseños más deslumbrantes en carísimo titanio.
Tal vez por lo original de sus propuestas o por el uso de un programa informático desarrollado a su medida, el famoso Catia, lo cierto es que todos sus edificios mantienen un sello inconfundible, cuando no se parecen como dos gotas de agua. Al fin y al cabo, si algo tiene éxito ¿para qué cambiar?
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión