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La Casa Danzante de Praga, que construyó en colaboración con el arquiecto checo Vlado Milunik (1996).

Las formas se derriten

Frank Gehry se ha ganado un lugar en el panteón de la arquitectura coqueteando con otra de las bellas artes, la escultura

Pascual Perea

Jueves, 8 de mayo 2014, 16:35

Para muchos arquitectos, la piel de un edificio es la expresión lógica de un diseño funcional. Para Frank O. Gehry es mucho más: la oportunidad de convertir el espacio habitable en escultura, de romper la secuencia de planos en un aparente caos de volúmenes. Sus edificios, como consecuencia, se derriten y descomponen como si estuvieran hechos de mantequilla, se desencuadernan en superficies alabeadas complejas, que colisionan con estrépito o se expanden como el papel de celofán.

Fachadas encorsetadas por hilos invisibles, como la de la Casa Danzante de Praga, descosidas como la del Ecomuseo de Panamá, o vacías de contenido, como la del Instituto Lou Ruvo de Las Vegas... El resultado es siempre de un enorme impacto visual y no deja indiferente a nadie. Si la arquitectura más convencional persigue la solidez y estabilidad, la suya transmite tensión, energía, emoción y cambio. Es decir, vida en movimiento. No es extraño que se haya convertido en el gran icono de la arquitectura popular.

Maestro de la deconstrucción y heredero del pop art, Gehry es un genio pragmático que lo mismo rinde homenaje al arte 'povere' utilizando metales corrugados, mallas metálicas o maderas laminadas y dejando sus obras a medio terminar, que envuelve sus diseños más deslumbrantes en carísimo titanio.

Tal vez por lo original de sus propuestas o por el uso de un programa informático desarrollado a su medida, el famoso Catia, lo cierto es que todos sus edificios mantienen un sello inconfundible, cuando no se parecen como dos gotas de agua. Al fin y al cabo, si algo tiene éxito ¿para qué cambiar?

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