La Virgen embarazada a lomos de un burro
Por el caminito avanza el matrimonio al encuentro de un lugar humilde donde descansar de tan largo viaje y poder dar a luz a la criatura al calor de una lumbre y el aliento del ganado. Es la escena más enternecedora de cuantas integran el grandioso belén montado por la vitoriana Puri Lacalle, de 69 años, en su vivienda de Zalduondo, municipio alavés respetuoso con las tradiciones. A punto de parir a Jesús, María recorre embarazada el trayecto hacia Belén de Judea, como relatan los evangelistas Mateo y Lucas, montada sobre los lomos de un burro y a su lado, a pie, la acompaña su esposo José. En el nacimiento recreado por Puri, la Virgen, que se lleva las manos al abdomen, aún no ha parido, luego no hay portal que admirar ni pesebre con paja sobre el que recostar al bebé. Quien espera encontrar tan admirado pasaje se lleva un chasco. «Aún no está montado el Misterio», asienta ella, escrupulosa con la historia. «El Niño Jesús no ha nacido. El 25 ya sí y lo pondrán las nietas cuando vengan a casa». Entonces, solo entonces, se podrá ver a la familia en el refugio con la mula y el buey.
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La Virgen embarazada en la escenografía dispuesta por Puri ocupando toda una habitación de su casa, que de corriente la utiliza como estudio de manualidades, no tiene mayor misterio que el del alumbramiento posterior. Es una figura tan corriente, de valor testimonial, como que la adquirió en un bazar de chinos en la calle Francia. Cuando la vio, se dijo: «Ahí está mi Virgen». Resulta que llevaba tiempo tras una encinta en su empeño por ser fiel al desarrollo de unos hechos que sucedieron hace dos milenios y marcaron el devenir de la Humanidad. En cambio, sí tiene su aquel la guarida que ofrecerá reposo a la bienaventurada familia cuando se produzca el nacimiento. Meticulosa, Puri no paró hasta dar con ese tronco abandonado en el bosque que se ajustaba a su propósito de reconvertirlo en paritorio y cueva a la vez. Ahí nacerá su Jesús en cuestión de horas.
La jubilada vitoriana con residencia estable en Zalduondo siempre ha sido muy manitas, de pintar telas, figuras, cajas de fresas, así que armar el belén se le da bien y le produce «mucha satisfacción». «Estoy muy orgullosa de él», asegura convencida de su arte para las menudencias. Excepto los personajes, todo lo demás brota de su imaginación.
«Se reían de mi castillo»
Diez metros lineales dan para mucho. Para el castillo de Herodes, las casitas de poliespán, el río con agua inventada a partir de silicona y colorante alimentario azul, las tiendas alrededor de la plazoleta, la calle con su arbolado y arco, la jaima y el vendedor... «Está muy bien», añade esta alumna de la Asociación Belenista de Álava a quien la pandemia, como a todos, ha retenido en casa en este 2020.
«Se reían de mí y de mi anterior castillo hecho con cosas reciclables. El año pasado cree uno nuevo con puertas se abren de par en par. Es una gozada». También ha corregido la iluminación. «Las luces de antes eran de colorines. Me decían: 'quita eso que no es un puticlub'. Tienen que ser blancas», añade.
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Puri aún se lía «con las medidas, las perspectivas», pero poco a poco va dando con esos trucos de experto, con ese juego de tamaños para equilibrar edificios y personajes. «Antes me compraba una casa y el señor no entraba por la puerta», se ríe acerca del corriente error de confundir tamaños. En su nacimiento, «con más gente que en la calle Dato», hay piezas que llevan con ella más de cuarenta años. «Estaban en mi casa, las ponía mi madre. Me acuerdo de pequeña de ir con mi abuela a ver los belenes de las iglesias», añade Puri Lacalle, que se declara «cristiana, pero no practicante... Creo, y el belén es una tradición» que si es por ella, perdurará siempre.
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