¿Hacia dónde vamos?
Paseíllo. Los blusas han entendido que un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Y se han portado
Vamos como pollos sin cabeza. Nos dicen que no celebremos, que no nos juntemos, que llevemos mascarilla todo el rato, que nos embadurnemos las manos ... con ese gel pringoso, que no nos besemos ni nos abracemos y que corra el aire. Lo acatamos porque es lo que toca, porque no hay otra, porque es lo más sensato. De hecho, es lo único sensato. Vale. Pero, todo esto, ¿hacia dónde nos conduce? Ahora reconocen que vamos irremediablemente hacia esa temida segunda oleada de contagios. Y, si uno lo piensa, resulta un poco desalentador. Llevamos meses caminando casi todos en la misma dirección, sin salirnos del recorrido que nos marcan. Y todo para llegar... ¿a dónde?
De esto, de esa rara frustración de avanzar por avanzar sin llegar a ninguna parte, ellos, blusas y neskas, saben rato largo. Llevan años marchando por marchar, en ese paseíllo que se pensó para acudir a los toros y que desde 2016 –última feria de La Blanca– tiene como único fin desfilar por desfilar, en esa algarada libérrima, ácrata y etílica que, a diario, a las 17.00 horas, cortaba la principal arteria de Vitoria para reservarla a las plaquetas de la fiesta. Estos días, la calle Dato, con la tensión por los suelos, les echa de menos a ellos, alma de la fiesta de milrayas.
El alcalde Urtaran pidió hace unos días que el personal no se vistiera de blusa y neska durante estos días porque se podría «incitar a la fiesta»; flagrante delito que podría estar tipificado en el código penal, sólo superado por el enaltecimiento de la alegría. Se levantó una buena polvareda, claro. Pero, en realidad, nadie entendió al señor regidor. Él sólo vino a confirmar algo que todo el mundo sospechaba: el de blusa tiene algo de traje de superhéroe. Los que lo visten adquieren poderes sobrehumanos, una capacidad titánica para tolerar el exceso, incompatible con estos días en los que ha de primar la mesura.
Se ven cuadrillas, pero son pocos y andan taciturnos, comiendo con mascarilla y en grupos siempre de diez
Lo han terminado por comprender neskas y blusas. Saben que un gran poder conlleva una gran responsabilidad y estos días algunos han salido a la calle, en cuadrillas, vestidos, sí. Pero se les ve en grupos de diez y con la mascarilla puesta entre el chuletón, entre el postre y el txupito de patxaran. Son pocos y andan taciturnos. Al blusa le han quitado su razón de ser. Que una cosa es desfilar sin rumbo y otra bien distinta es que te roben la única semana del año en la que antes que fulanito o menganito, operario de la Mercedes o notario, uno es blusa a secas.
A este grupo que ve ahí arriba, con el enmascarado Mikel, con Alberto, Eduardo y Aníbal, todos, más que veteranos, patas negras de la farra, no hizo falta animarles demasiado para que comenzaran a brincar y a saltar, como en un paseíllo de los de antes, ese que no lleva a ninguna parte. Y, bien visto, ni falta que hace.
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