Un valioso símbolo alavés víctima de la desidia y el expolio americano
Pieza clave para entender la historia de la provincia, una de sus obras de arte acabó vendida y expuesta en un museo de Chicago
«El corazón se siente avergonzado. Tan gloriosa memoria, tan histórico sitio, tan rica tumba, yacen indignamente abandonados entre el polvo y con señales del ... más censurable olvido». El periodista Francisco Góngora rescató en estas mismas páginas hace tres lustros estas palabras con las que el escritor Ricardo Becerro de Bengoa denunciaba, ya a finales del XIX, la desidia a la que se había sometido el conjunto histórico de Quejana. Se han sucedido las restauraciones, las pequeñas obras con las que se ha tratado de burlar a la ruina. Pero este símbolo alavés está lejos todavía de brillar como merece.
En el segundo volumen de 'Torres y Casas Fuertes de Álava' (1978), Micaela Portilla alababa la «solera histórico artista» del conjunto de Quejana. La historia y antropóloga no se dejó llevar por el chovinismo a la hora de describir el enclave que se levanta en el municipio de Ayala. Más bien se mostró contenida. Este es un lugar imprescindible para conocer la historia de la provincia de la mano del Canciller Ayala, el personaje alavés con más trascendencia. Allí está enterrado junto a su esposa , en una capilla torre que, como los faraones, él mismo se mandó construir.
Fue Fernán Pérez de Ayala, el señor padre del Canciller Ayala (Pedro para los amigos), quien mandó poner los cimientos del palacio sobre una torre defensiva que se alzaba en uno de los rincones más apabullantes de Álava. Era mediados del siglo XIV, una época especialmente convulsa. Al final de su vida, hacia 1378, Pérez de Ayala fundó el convento instaurando una comunidad de hermanas dominicas. Las nombró «dueñas predigaderas» del lugar (y así hasta ahora) y les dotó del delicadísimo relicario de oro macizo de la Virgen del Cabello. Fue el canciller, convertido en todo un estadista del Reino de Castilla, quien decidió ampliar el legado del padre y levantar, en 1399, el torreón-capilla de la Virgen del Cabello.
De la gloria al abandono
El esplendor le duró a la familia casi 200 años. Pero hacia 1520, los Ayala se posicionan contra el emperador Carlos V en la Guerra de las Comunidades. Error. Aquella gente cayó en desgracia y con ellos, el conjunto de Quejana. Durante más de seis siglos, las monjas hicieron todo lo que pudieron para mantener aquello en pie. Y ya a comienzos del siglo XX, en 1913, tomaron una decisión imperdonable, que ni todos los 'padresnuestros' del mundo podrían enmendar: vendieron a un magnate americano (algo turbio) el bellísimo retablo gótico policromado de la capilla de la Virgen. Acabó de chiripa en el Instituto de Arte de Chicago (sí, en Estados Unidos). Y ahí sigue. El que puede ver en la foto, a los pies de las tumbas de alabastro de Canciller y señora, son una copia que realizó en 1959 un restaurador del Museo del Prado. Igual no sería mala idea reclamar su propiedad a los americanos ahora que Quejana pasará a ser de todos. Si cuela...
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