Uno de los túneles del 'trenico'. IGOR AIZPURU

El túnel

Lo que sigue podía haber sido un diario normal, de los que se escriben al final del día contando lo que se ha hecho durante ... él. Pero no lo va a ser, por lo que se verá.

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Esta mañana he salido de casa, a buena hora, cada uno sabrá lo que esto significa para él, con la idea de irme con la 'mountain' hasta Santa Isabel de Guipuzuri. Bueno, hasta el antiguo apeadero del Anglo Vasco Navarro o lo que queda de él, que es la subestación eléctrica de Rotalde. Luego hay que coger una pista de monte, como de dos kilómetros, igual no llega. Total, unos 22 o 23 kilómetros.

Siendo como soy cofrade de Santa Isabel me gusta acercarme cada año hasta la ermita. No el día de la romería de septiembre, que hay demasiada gente. Me gusta ir en privado, o en la compañía de un buen amigo, que es lo mismo, para disfrutar en solitario de uno de los lugares más hermosos y mágicos de Álava.

He arrancado por La Senda, sorteando peatones que no ven, porque está borrada la pintura, que una parte es para las bicis. He cogido el bicicarril del 'paseo del cuarto de hora'. Luego, Comandante Izarduy, hasta subirme al que va paralelo a las calles Zumaquera e Iturritxu. He llegado a la rotonda de San Ignacio. Allí me he detenido, me he encomendado al santo, que es muy protector de los aventureros como él, y he atacado la rotonda hasta colocarme a salvo en la senda de bicis. Por ella siempre voy a gusto, hasta Puente Alto. Pasado el puentecillo sobre la vía del tren que ahora es mi camino, he tomado mis precauciones, cuyo porqué explico.

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La pista es de gravilla. En su momento fue buena superficie de rodadura, ahora ya no. Según vas subiendo por ella, hasta remontar el paso elevado sobre la carretera de acceso a las instalaciones de Olaranbe, las piedrillas se han ido soltando y hay que empezar a tener cuidado porque la bici no va firme de atrás y te puedes caer.

Yo ya me lo sabía y tenía cuidado pero el otro día me encontré con una conocida que llevaba un brazo escayolado. Se había caído y se había roto un hueso del brazo en ese tramo. Resulta que la mala condición del firme se acentúa en la bajada desde el paso elevado hacia Otazu y las posibilidades de caerse aumentan. Estuvimos hablando sobre ello y sobre de quién sería la responsabilidad de mantener la 'vía' en buenas condiciones. Porque el problema de estas cosas es que, una vez que se hacen, hay que responsabilizarse de ellas. Lo que no se puede es fardar de que te hayan dado un premio por los 143 kilómetros de una de las mejores vías verdes de Europa y luego que alguien se pueda caer porque no la tienes en condiciones.

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Por esa razón, al llegar a un punto en que se puede salir a la carretera, lo he hecho. Y he ido por ella hasta el mismo pueblo. Hay arcén y no mucho peligro.

He seguido adelante, maldiciendo que la pista, aunque no lo parezca, va siempre hacia arriba. Me vengaré a la vuelta, me he consolado. Están los aranes abundantísimos este año, y a punto de recolección. Por Aberasturi he pasado ligero para no recordar el trompazo que me di otro día por culpa de unas roderas que, como la gravilla suelta, no deberían existir.

A lo lejos he visto que venían un hombre y un perro. El perro iba suelto, a sus anchas. He advertido que, contra la costumbre del 100% de los/as que llevan perros sueltos por las vías verdes, según me acercaba, el dueño no tomaba ningún tipo de precauciones. Como llamarle al perro hasta tenerlo a los pies, si está bien educado la cosa no ofrece la menor dificultad, ni tampoco cogerlo del collar, una costumbre muy prudente que tienen la mayoría. Por el contrario, el dueño y el perro han seguido a lo suyo que, en el caso del perro, ha sido venirme a los tobillos. Yo he continuado pedaleando, sin mirarle siquiera, porque sé que es lo que hay que hacer para no caerte o que te llegue a morder, pero otra persona que venía detrás ha tenido peor suerte. No se ha caído pero el perro le ha mordido. Me lo ha contado después cuando me ha alcanzado.

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No se puede fardar de que te hayan dado un premio por una de las mejores vías verdes de Europa y luego que alguien se pueda caer

Como no es la primera ni la segunda vez que recorro este camino, no he caído en la trampa de Andollu. Consistente en una fuerte bajada cementada para pasar bajo la carretera de Azáceta y una subida igual de fuerte para seguir adelante. La primera vez te embalas para que la inercia te ayude a subir por el otro lado y es entonces cuando te das cuenta de que abajo hay un sumidero traidor dispuesto a conseguir que te caigas como no seas un malabarista de la bici.

Poco a poco, como se dice hila la vieja el copo, he seguido ruta. Rememorando los tiempos en que íbamos de verdad en el 'Vasco' y la emoción de pasar el túnel de Laminoria. En algo hay que entretenerse porque son realmente tediosas las vías verdes heredadas de los ferrocarriles, Una recta sin fin, sin horizonte, aunque, eso sí, rodeadas de paisajes a cada cual más bello.

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Pensando en el de Laminoria, inutilizado por la bagatela de 11 millones de euros, quién no los tiene, o en el de Leorza, convertido en arte recientemente, he llegado al de Trokoniz. ¿Cuántos serán? ¿Cien metros? No creo que lleguen a doscientos (157). El túnel se hace oscuro enseguida, no se ve nada pero, sobre todo, porque el foco de la luz que entra por el otro lado te ciega. Pero tienes que ir a hacia ella. He recordado la imagen que transmiten los que están a punto de morirse. La famosa luz al final de un túnel. He procurado ir por medio, a ciegas, porque sé que el suelo es bueno. Es curiosa la sensación de que las paredes se te vienen encima y que te vas a chocar con ellas aunque vayas por el medio. De pronto he tenido tiempo de sentir que otro ciclista venía de frente, igual de ciego que yo. Después ya no recuerdo nada. Por eso he dicho que esto no era un diario, porque lo de la luz y el túnel iba en serio y, efectivamente, he llegado a la luz pero a esa... ya se me entiende.

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