La vendimia más atípica de Rioja Alavesa
El tempranillo más tempranoFallou, Lamine, Omar y cientos de temporeros echan el resto en la recta final de una campaña marcada por las altas temperaturas de los últimos días y la incertidumbre por los bajos precios de la uva
Acaban de dar las ocho. Una niebla densa, que casi se puede masticar, se ha disipado hace tan sólo un instante y el sol todavía se está desperezando en el horizonte. La mañana ha salido fresca y las hojas de la vid están perladas de rocío. A la espalda, la sierra de Cantabria. A lo lejos, San Vicente de la Sonsierra, con Santa María la Mayor en lo alto, emergiendo, flotando como si fuera un islote entre la bruma espesa, en una hermosa imagen de postal que recuerda al francés Mont Saint-Michel. El paisaje apabulla. Pero Omar, Hassan, Lamine y el resto no dedican ni un instante a observarlo. Sin tiempo que perder, los temporeros bajan del coche, algo destartalado, y se ponen a la faena otro día más.
Como ellos, cientos de peones echan el resto estos días en Rioja Alavesa para encarar la recta final de esta vendimia tan atípica en la que el tempranillo ha hecho, más que nunca, honor a su nombre. Si hace unos años lo habitual era que arrancara por estas fechas, en vísperas de El Pilar (12 de octubre), la mayor parte de las bodegas prevén haber finiquitado la cosecha para el próximo martes o el miércoles. Todas las uvas blancas están ya en bodega y se calcula que para cuando hoy caiga la tarde, al fin de la jornada, el 95% de las tintas también habrán entrado ya.
Según las últimas cifras de los sindicatos agrarios, 15.000 jornaleros españoles (la inmensa mayoría, andaluces y extremeños) trabajan en la vendimia en Francia. Mientras tanto, estos días por aquí resulta casi imposible ver a ningún peón nacional. «No hay ningún español que quiera hacer este trabajo, esto ya solo lo queda los que no les queda otra», certifica José Casado, tractorista de Leza mientras una cuadrilla de malienses, senegaleses y marroquíes vendimian en una finca singular para las bodegas Baigorri de Samaniego.
«Chas-chas-chas». Como una suerte de peluqueros locos dando tijeretazos al aire, los jornaleros cortan los racimos de forma frenética, hasta que caen al cajón. Cortar, echar al racimo en la caja hasta llenarla y acarrearla al remolque donde Fallou coloca los cajones repletos de tempranillo como en un tetris con taninos. Así todo el día, del alba al atardecer.
Nómadas del campo
Este es un trabajo duro como pocos, que exige doblar el lomo sobre la vid, aguantar el solazo, cargar peso al hombro sin rechistar... Y, sin embargo, como todo en esta vida es cuestión de perspectiva, a Lamine, esto no le parece ni muchísimo menos tan duro. «Prefiero vendimiar a cualquier otra cosa en el campo». Él sabe un rato largo de curros ingratos, de tareas penosas, de jornadas interminables de sol a sol... «He estado en Mataró, en Gerona, en Lleida con la nectarina, el paraguayo, el melocotón... y ahora me iré a Valencia a la naranja y después a Jaén, si sale trabajo, para la aceituna», cuenta el senegalés. «Y lo peor no es esto, lo más difícil es la fruta y sobre todo las naranjas: hay que cargar cajones de 20 kilos sin parar», se explica en un perfecto castellano.
«La supervivencia de Rioja y Rioja Alavesa pasa por dar calidad y no por la cantidad»
Son las diez y los jornaleros paran para el almuerzo. Omar, de Costa de Marfil, lía un cigarrillo que se fuma en la comisura de los labios, con aires de Humphrey Bogart, Fallou mira vídeos de TikTok de una influencer de Mali, su país, y Lamine come con fruición de una tartera de plástico llena de arroz frío con pollo de la que se reserva la mitad para la hora de la comida. «Yo no tengo un sitio fijo para vivir, voy donde hay trabajo», explica. Tiene 42 años y, como el resto, es un nómada del campo. Sin posibilidad de echar raíces, siempre a salto de mata con una mochila al hombro.
En las viñas flota estos días un olor dulzón que llega a embriagar. Yes inodora, no hay pituitaria capaz de sentirla, pero también flota en el ambiente la honda preocupación de los viticultores por la convulsa situación que atraviesa el sector. «Aquí se ha vivido muy, pero que muy bien, pero las condiciones que imponen algunas de las grandes bodegas, que pagan la uva a precios cada vez más bajos, hacen que nadie quiera dedicarse a esto. Yo estoy convencido de que no hay porvenir, que esto está muerto», señala con tono nihilista, José, el tractorista.
«Yo sí creo que Rioja y Rioja Alavesa tienen futuro, pero su supervivencia pasa por la internacionalización y por dar calidad, calidad y más calidad frente a la cantidad», tercia Simón Arina, director técnico de bodegas Baigorri, un enamorado del vino y profundo conocedor, como pocos, de la realidad del sector más allá de las polémicas y los juegos de poder que se libran en los despachos a ambas orillas del Ebro.
Simón hace de cicerone por la bodega que diseñó el arquitecto Iñaki Aspiazu Iza en Samaniego de la que, desde la carretera, solo se aprecia esa suerte de cubo de acero y de cristal. Bajo tierra, horadada en la montaña, echa raíces una catedral de hormigón, una suerte de búnker luminoso, al que llegan las cajas cargadas de uva. Cada una está identificada con una etiqueta que informa sobre el paraje y la finca concreta donde los uvas han sido recolectados. Laura, química, toma muestras y las analiza con el refractrómetro. «La uva está es-pec-ta-cu-lar», se felicita el director técnico.
«El balance es muy positivo: la salud de la uva es buena y, salvo focos aislados no hay botrytis»
Motivos para la alegría, hay. Y eso que a finales de agosto, tras un verano seco como pocos, todo eran incertidumbres. «Es verdad que había mucha inquietud entre los viticultores, que se juegan estos días el trabajo de todo el daño», reconoce Jaime Ibáñez de Elejalde, jefe del servicio de Viticultura y Enología de la Diputación de Álava, que certifica el buen estado de salud general de la uva. «El balance es muy positivo, salvo algunos focos muy limitados, la botrytis no ha llegado a explotar y estos días de calor, con noches frescas, no le están viniendo mal a la vendimia», destaca.
Tanto desvelo tendrá recompensa. El esfuerzo de los que trabajan sin descanso estos días en los últimos coletazos de la vendimia más atípica de Rioja Alavesa; el tesón de Lamine, de Fallou, de los temporeros, de los viticultores, de los bodegueros, de los enólogos... el sudor de todos se convertirá en tinto. Y que ocurra, que siga ocurriendo es, cada vez más, un pequeño milagro.
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