La sensibilidad que llega a Vitoria desde India
Subhro Bandopadhyay, una de las voces líricas más auténticas de su país, recita este martes en Poetas en Mayo. «La poesía solo sirve para uno mismo»
Iñigo Linaje
Martes, 13 de mayo 2025, 00:20
Ha llegado hasta esta plaza tras un periplo de 7.000 kilómetros, dos días y un sinfín de esperas en terminales de aeropuertos y de ... sueño perdido. Este martes participará en Poetas en Mayo para recitar versos junto otros poetas extranjeros en la Casa de Cultura (19.00 horas). Y seguidamente volará a Barcelona y A Coruña para presentar su último libro. Viene con los ojos cansados y el fantasma de la guerra golpeando su vigilia. Subhro Bandopadhyay (Calcuta, 46 años) es una destacada firma poética en su país y una de las voces más destacadas que se oirán estos días por Vitoria. Biólogo de formación, ahora ejerce como profesor de español en el Instituto Cervantes de Nueva Delhi y ha sido traductor del jefe de Estado de Bengala. Tira de modestia y emana autenticidad quien asegura que «la poesía no sirve para nada, solo sirve para uno mismo».
El viernes esperaba sentado en la estación de autobuses de Vitoria fumando un cigarro. «Hace años no fumabas…», le digo. Y dice sonriente: «Solamente fumo cuando me siento muy feliz. Y hoy estoy aquí». Subrho viene ligero de ropa, pero cargado de equipaje: lleva una maleta enorme de color rojo y una bolsa de mano llena de recuerdos y palabras. A las doce del mediodía hay once grados en la calle y lleva –solo– cazadora vaquera sobre camisa de cuadros y la mirada perpleja ante el cielo negro –y no azul– de la infancia.
Compartimos conversación con dos hermanos llegados de lejos: el editor gallego David Francisco y el traductor Manuel Baigorri. El poeta apura un café americano «para no dormirse» y, entre sorbo y anécdota, evoca aldeas y ciudades, paisajes y recuerdos. Las noches y los días en el Moncayo. Las tardes lentísimas y los amaneceres de Soria. Nombres de amigos que están y (no) están a la vez: Ángel, Trinidad, Bécquer, Machado. Y otros nombres extranjeros, como él mismo: Walter Benjamin, Alok Sarker, Evelyn Austen.
Subhro Bandopadhyay es un hombre sencillo y jovial que no se viste de poeta. Y su humildad natural contrasta con la arrogancia de los que se disfrazan con sombreros en las veladas literarias y las recepciones públicas. Subhro se antoja uno de los autores más verdaderos que pisará las calles de esta ciudad estos días. También el más apátrida de todos: «Vengo de una ciudad de veintinueve millones de habitantes (Calcuta), en la que los animales sagrados dirigen el tráfico y donde los hombres se esconden en sus casas a las siete de la tarde para pegar a sus mujeres», dice mientras sujeta sus gafas de pasta con la mano.
Escribir por curiosidad
«Empecé a escribir los 16 o 17 años, atraído por el misterio de descubrir algo no visto o escuchado. A veces, veo objetos o imágenes que aparecen en mis versos mucho tiempo después. Me gusta mirar la cara oculta de las cosas», apunta. Subhro ha espaciado sus publicaciones en el tiempo por un prurito de rigor, autoexigencia y revisiones constantes de sus textos. En veinticinco años ha editado cinco libros de poemas (tres de ellos vertidos al castellano) y ha traducido una antología de poesía bengalí contemporánea, 'La pared de agua'.
Bandopadhyay, que ya ha participado en algunas actividades del festival Poetas en Mayo responde tenaz a la eterna pregunta: ¿para qué sirve un poema? «La poesía no sirve para nada, solo sirve para uno mismo. Es un arte que se enmarca en lo que Nuccio Ordine llamaba la utilidad de lo inútil. Hoy vas a una librería y no encuentras estanterías de poesía o antropología. Además, se producen muchísimos libros uniformes y cortados por el mismo patrón… Yo no puedo decir que me dedico a la poesía, porque ha perdido todo el prestigio que tenía», reflexiona en voz baja.
«Vas a una librería y encuentras muchísimos libros uniformes, cortados por el mismo patrón»
En 2007, el autor recibió la Beca Antonio Machado que convocaba el Ministerio de Cultura con motivo del centenario de la llegada del poeta sevillano a Soria. Y a la capital castellana llegó un año después para establecerse en la residencia Gaya Nuño y escribir un libro. El texto, titulado 'La ciudad leopardo', se publicaría en 2010 tras una estricta labor de reciclaje. El resultado: 33 poemas impecables –mitad prosa, mitad verso– que basculan entre la alucinación, el surrealismo y la memoria íntima de sus días en la estepa.
«Desde la residencia, todas las mañanas veía el parque de la Alameda y, un día, por el juego de luces y sombras, la ciudad me pareció un leopardo dormido», evoca. «Igual que yo me instalé aquí, quise traer a la gente de India al ámbito soriano». Y Soria le regaló –enfatiza– «algunos de los mejores amigos de toda su vida».
Apátrida
«Llegué aquí cargado con otra tierra de piedras», escribe en su obra más celebrada. Las palabras –la sintaxis– no son gratuitas en sus versos. Tampoco en los textos que componen 'El presente bajo luz agrietada', la nueva antología que esconde en sus páginas metáforas afiladas y asombrosas. Un título que recopila su vida escrita entre 2004 y 2022 y donde pesa la figura de su padre. «La relación con mi padre fue de amor y odio: la de un dictador y un dictado. Nunca podré sacar esa tristeza con las palabras, pero sí hacer las paces con ella», explica.
Llueve en la plaza de España. El poeta se queda en silencio, señala la fachada del ayuntamiento y dice: «Todas esas banderas no me dicen nada. Miro los colores rojo y verde y pienso en la cultura portuguesa». A Subhro no le gustan las exaltaciones patrióticas. Apaciguado el aguacero, y antes de que se vaya, le pido que me firme su libro y le pregunto si nos veremos este verano en Soria. Lo duda. Sin embargo, los dos sabemos que todos nos encontraremos en ese lugar común –y también sagrado– que es la palabra.
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