Historias perdidas de Álava

Santiago Carrillo, soldado en el frente de Villarreal

El líder comunista español cuenta en sus memorias que realizó guardias nocturnas en el monte Motxotegi

Domingo, 24 de septiembre 2023, 00:25

En vísperas del alzamiento militar de julio de 1936, los líderes de las Juventudes Socialistas Unificadas, Santiago Carrillo y Trifón Medrano, son llamados por el ... Komsomol soviético (la organización juvenil del Partido Comunista de la antigua URSS), concretamente por los dirigentes Kosarev y Chemodanov, a una reunión en París. Los dos jóvenes piensan que será un viaje corto y que volverán pronto a Madrid, donde los rumores de la asonada militar son crecientes. Carrillo pide que les acompañe José Laín y los tres viajan hacia París. Pero dejemos que el propio líder comunista, un dirigente político imprescindible para la Transición política en España, lo cuente en sus Memorias (Planeta, 1993).

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«El mismo día que desembarcamos en París llegó la noticia de la sublevación en África; ya no hubo reunión con Kosarev y Chemodanov. Solo nos vimos con ellos un momento para decirles que esa misma noche tomábamos el tren para Madrid. Y así fue. En el tren nos encontramos con Luis Araquistain y Rodolfo Llopis que habían salido al extranjero no recuerdo con qué motivo e hicimos el viaje de vuelta con ellos. El tren no pasó de Hendaya y de aquí tomamos un taxi hasta Irún, donde estaba interrumpido el tráfico ferroviario con Madrid. En Irún supimos que en ese momento se luchaba en San Sebastián en torno a un hotel donde se habían atrincherado un grupo de facciosos. En otro taxi nos trasladamos a San Sebastián, llegando cuando éstos acababan de ser reducidos».

En San Sebastián, el grupo se encuentra con Pedro Laín Entralgo, hermano de José Laín. Curiosa coincidencia puesto que ambos están en las antípodas ideológicas. Pedro es un dirigente falangista que está esperando ayuda para pasar a Francia porque su vida corre peligro en aquellas circunstancias. José es un destacado dirigente de las Juventudes Socialistas como Carrillo. El comentario del líder es interesante y muestra, pasado mucho tiempo, que el sectarismo siempre es mal consejero. «Le vimos marchar y hoy es el día en que todavía me alegro de que ninguno de nosotros se nos ocurriera impedírselo, cosa que habría sido sumamente fácil. Pedro Laín pasó a Salamanca y solo bastante después tuvo una evolución liberal. El hizo uso de su influencia para que su hermano, tras largos años de exilio, pudiera regresar a España donde murió todavía relativamente joven, sin abdicar de sus ideas».

El grupo trata de llegar a Madrid pero las carreteras están controladas por hombres armados. En Gallarta son retenidos por un piquete del PNV que no se fía de quienes dicen ser. No llevan salvoconductos, solo su pasaporte y la confianza en que alguien les reconocerá. Los militantes nacionalistas los alinean en un talud de la carretera con intenciones inquietantes que les hacen pensar lo peor. Nadie se fía de nadie en los primeros momentos del golpe militar. Finalmente llega un autobús de milicianos y uno de ellos, exilado un tiempo en Moscú, reconoce a Laín y son librados y se les provee de un salvoconducto.

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A Ochandiano en coche

Carrillo tiene la idea de que puede atravesar Castilla por algún lado y sigue rumbo oeste. En Torrelavega se encuentran con la organización de una columna de milicianos que pretende conquistar Aguilar de Campoo en manos de los sublevados. «Los obreros metalúrgicos», dice en sus Memorias, «habían blindado dos camiones y la columna estaba compuesta por ellos y por marineros de la flota. Cromáticamente aquello era un espectáculo exaltante; nos parecía estar viviendo un episodio de la revolución de octubre en Rusia…No buscamos más; decidimos unirnos a la columna que mandaban dos oficiales republicanos, con la esperanza de que nos abriera la ruta de Madrid. Yo iba en uno de los blindados y en el reparto de armas me había tocado una tercerola (un fusil pequeño) arma que no había tenido nunca en mis manos; en ese momento yo ni siquiera había hecho el servicio militar ni había tenido nunca lo que se dice una vocación militar».

El ataque a Aguilar de Campoo es un baño de realidad para los milicianos que chocan contra una buena defensa que provoca los primeros muertos. Tras un intento nocturno fracasado el grupo desiste de conquistar la ciudad. En realidad nunca pasará a manos republicanas.

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Carrillo y sus compañeros se dan cuenta de que por Santander o por Asturias va a ser imposible llegar a Madrid y deciden volver a Bilbao y presentarse ante las Juventudes Socialistas Unificadas y el Partido Comunista de Euskadi. El dirigente Astigarrabia les dibuja la situación real y es que solo a través de Francia y Cataluña se puede volver al centro de la península. También comenta que hacen falta combatientes para el frente de Villarreal y les convence para unirse a las fuerzas vascas para contener a los golpistas. Un coche les lleva ese mismo día a Ochandiano, cuartel de las fuerzas republicanas y de allí a las trincheras del monte Mochotegui, frente a Villarreal, cuyos restos todavía son visibles hoy.

«Al llegar a este lugar, de una gran belleza natural, nos integramos en el batallón mandado por Fulgencio Mateos, miembro del Comité de la Agrupación Socialista Bilbaína, a quien había visto un mes antes cuando habíamos tenido un choque en un mitin juvenil con los prietistas, de los que él era uno de los líderes conocidos. El comienzo de la guerra había sumergido las contiendas internas y fuimos acogidos cordialmente. Uno de los ayudantes de Mateos era el joven Lascurain, cabeza de quienes se oponían a la unidad en la JS vizcaína. En el mes que pasé en Ubidea (pueblo situado al oeste de Mochotegui, en la carretera de Villarreal-Barazar) tuve ocasión de ahondar mi relación con él y pese a los enfrentamientos anteriores fue sumamente cordial. El hecho de que pudiendo volver a Madrid por Francia, tres dirigentes nacionales hubiéramos optado por combatir allí y precisamente tras una peligrosa desbandada, nos daba un prestigio que ayudaba a borrar momentáneamente las diferencias. La vida en aquel frente en las semanas que permanecimos allí fue más bien monótona», escribe Carrillo.

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El batallón subía al amanecer al monte (Mochotegui), donde había una línea de trincheras que era ocupada durante el día y al anochecer descendía a la carretera que conducía a Vitoria, ciudad que se veía nítidamente desde la posición los días de buen tiempo. En aquella unidad convivían fraternalmente los socialistas prietistas y un grupo de militantes comunistas, de origen minero, muy conocidos por su combatividad y por sus motes –«recuerdo al 'Petaca' que se levantaba todas las mañanas muy temprano, llamándonos al combate por la revolución social, y al 'Ojotaba' que debía este nombre a un defecto en el ojo»- También había algún afiliado a la CNT. Andaba por allí un joven comunista portugués, a quien se conocía por Texeira, que había sido instructor de las JJ.CC. en Bizkaia, y que actuaba como una especie de comisario político. Este tal Texeira se convirtió en triste protagonista de la contienda al ser el mando responsable de la matanza de 17 vecinos de Elosu por parte de milicianos del batallón Perezagua en octubre de 1936.

«Nuestro rango político», prosigue Carrillo en su libro, «no influyó para nada en nuestra situación militar. Como Medrano y Laín habían hecho el servicio militar, lo que en aquella situación era valioso, fueron nombrados cabos; yo, que no había entrado aún en filas, me quedé de soldado raso, a las órdenes de un cabo que estaba afiliado. Personalmente esto no era nada molesto; yo tenía que hacer las horas de guardia y de trinchera que hacía todo el mundo y por lo demás el trato era de gran camaradería, sin que la diferencia de rango militar tuviera importancia».

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En el tiempo que permanecieron allí los líderes comunistas no hubo combates en tierra; solo varios ataques de aviación con pocas bajas. Estos eran más peligrosos abajo, durante el descanso, que en la trinchera, porque al lado de la casa en la que dormían los milicianos había emplazado un camión con varias toneladas de dinamita que habían traído los mineros y del que se suministraban los comandos que iban a la retaguardia enemiga a hacer voladuras.

Voladura de los embalses del Gorbea

Durante el tiempo que estuvo Carrillo en estas posiciones hubo una de estas incursiones a la que pidió sumarse pero Fulgencio Mateos no lo permitió; la hizo él mismo con el 'Petaca' y algunos otros. Mateos, que demostró ser muy valiente y que murió más tarde en combate, razonó su negativa en que los recién llegados no conocían aquel terreno, pero en realidad lo que quería era protegerlos de los peligros de una acción de comando. Se refiere a la exitosa operación que acabó con la voladura de los embalses del Gorbea y que dejó sin agua a Vitoria.

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«Sin vanagloria debo decir que los bombardeos de la aviación no me impresionaban demasiado y durante toda la guerra los soporté con mucha serenidad. Me preocupaba más en ese momento la idea de cómo me comportaría en un combate cuerpo a cuerpo, si llegaba a producirse y también la posibilidad de un ataque nocturno del enemigo. Porque no entendía muy bien que de noche dejáramos desguarnecidas las trincheras, bajáramos a dormir a la carretera y solo hubiera centinelas en torno a la casa donde pernoctábamos y el camión de dinamita. Los entendidos en táctica militar consideraban que la experiencia de la guerra de África demostraba que el Ejército atacaba de día y se replegaba de noche, salvo rarísimas excepciones y que bastaba con las precauciones que se tomaban», agrega en sus memorias.

Santiago Carrillo afirma que hacía también sus guardias nocturnas en la carretera como todos los demás; pero confiesa que era un mal centinela. De todos los que estaban en el batallón era seguramente el único miope, portador de gafas y las noches en que llovía -que fueron muchas- ­ no daba abasto limpiándose las gafas y de hecho no estaba en buenas condiciones para ver si se acercaba una patrulla adversa. Como además en aquellas alturas había viento frecuente que por muy ligero que fuese producía ruido al chocar con las hojas de los árboles hubiera sido muy difícil discernir el sonido de un hombre acercándose del zumbido del viento. Así que las noches de lluvia, consciente de su «inutilidad», pasó su guardia más de una vez durmiendo de pie, habilidad que perfeccionó en el curso de la guerra. La alternativa que le quedaba era pedir que le relevasen de aquellas guardias y no hubiera sido difícil conseguirlo, pero eso le parecía solicitar un privilegio que le hubiera avergonzado.

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Por fortuna, en ese mes al menos, los nacionales no atacaron de noche, con lo que sus fallos como centinela no tuvieron consecuencias. En realidad éste fue un frente bastante tranquilo hasta finales de noviembre con la ofensiva sobre Villarreal y luego la de marzo de 1937 que acabó con la pérdida del territorio republicano del Norte unos meses después.

«El mayor motivo de inquietud», sigue la narración de Carrillo, «que teníamos Laín, Medrano, yo y otros componentes del batallón era que detrás de nuestra línea de trincheras había otra ocupada por una unidad de guardias civiles. La mandaba el coronel Ibarrola, que tuvo un comportamiento dignísimo durante toda la guerra. Pero en aquellos primeros días la desconfianza en el cuerpo, por la forma en que históricamente había sido utilizado para la represión contra el movimiento obrero, estaba generalizada en todos los que éramos de izquierda. Desde la trinchera mirábamos tanto adelante como hacia atrás; no acabábamos de fiarnos. Fuera de las trincheras no nos frecuentábamos; ellos estaban acampados unos kilómetros a nuestra retaguardia y no había ocasión de encontrarse».

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A la semana de estar en los montes de Ubidea, Fulgencio Mateos comunicó que se habían recibido instrucciones de Madrid para que el grupo fuera trasladado allí pasando por Francia. «Recibimos la noticia con alegría, por un lado, pues en Madrid estaban nuestras funciones, y con pesar, por otro, porque dejábamos en aquellos montes amigos y camaradas que habíamos terminado por estimar entrañablemente. Salimos del Norte hacia Francia por la carretera de San Sebastián a Irún, en algunos de cuyos tramos había que acelerar el coche porque caían ya las bombas de la artillería de Mola».

Carrillo y sus compañeros entraron en España por Puigcerdá y tras unos días en Catalunya se publica una foto del joven dirigente, ya como comisario político en un batallón que se dirigía desde Madrid a la conquista de Ávila, el 11 de agosto de 1936. El gran pensador español y ensayista Pedro Laín Entralgo cuenta en sus propias memorias que vio a su hermano en Santander y no en San Sebastián, como decía el dirigente comunista.

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