Ivan trabaja en una era del Valle Salado, donde ejerce como peón salinero desde mediados de abril. RAFA GUTIÉRREZ

El salinero que llegó de Irpín

Ivan Khomenko era un crío cuando veraneaba en Salinas de Añana y ahora, con 35 años, ha encontrado aquí una vida nueva lejos de la guerra

Domingo, 26 de junio 2022, 01:27

Ivan Khomenko tiene a diario en sus manos un pedazo de la naturaleza tan bello como es la sal. Con sus aristas, brillante, una especie ... de diamante comestible que ha aprendido a tratar en poco tiempo. Hace apenas tres meses se enfrentaba a otra cara de la vida, horrible, la de soportar la invasión de su propio país. Quién le iba a decir entonces a este ucraniano que encontraría un futuro, y sobre todo un presente, en un rincón de postal como el Valle Salado. «Es un trabajo bonito y también duro porque estás todo el día en la calle, pero las eras están súper guapas», retrata en un castellano fluido este peón salinero que pisó Salinas de Añana por primera vez cuando tenía 12 años y que ahora, cerca de cumplir los 36, ha regresado como refugiado.

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A Ivan le parece que vive hoy en «el mejor pueblo del mundo» aunque admite que le gustaría haber llegado a Añana «de vacaciones, no por la guerra». Como hacía cuando era un crío, cada verano, durante cinco seguidos, de la mano de una asociación que ofrecía un respiro a los niños de Chernóbil fuera de ese entorno. «Me lo pasaba muy bien. Aquí aprendí español, hice amigos... y tengo también una familia», comenta. Se refiere a los Toro Barroso, Justo y Marian, el matrimonio que a finales de los noventa le abrió las puertas de su casa y que desde el pasado marzo, directamente, se la ha prestado para que pueda crear un hogar en paz con su esposa Yana y sus dos hijos, de ocho años y poco más de un año. «Estoy muy agradecido a ellos. De pequeño me compraban ropa, playeras... y ahora me han dado una vida nueva», cuenta. Y traga saliva.

Un salinero más

«El trabajo en las eras es bonito y también duro porque estás todo el día en la calle, pero el Valle Salado está precioso»

No le resultó fácil tomar la decisión de salir de Irpín, la ciudad donde residía, «al lado de Bucha», uno de los lugares de Ucrania donde el conflicto bélico ha dejado las imágenes más atroces. «Antes de que empezara la guerra, en las noticias ya avisaban de que iba a pasar. Nosotros teníamos una caja con papeles, los pasaportes y algo de dinero preparada por si acaso, pero no crees que la vas a tener que usar», explica. A mediados de marzo, con el sonido de los aviones adherido a su casa, hicieron las maletas. Ivan y Yana con sus hijos y los padres de ella, además de la compañía fiel de «un perro y un gato», se metieron en un coche que tras un viaje de tres días -y 5.175 kilómetros- a través de «Hungría, Eslovenia, Italia y Francia» les plantó en Almería, donde reside un familiar de sus suegros. Allí se quedaron ellos y el resto continuó hasta Álava. Desde el comienzo de la invasión rusa, recuerda, su familia y sus amistades de Salinas de Añana «me preguntaban cómo estaba, si necesitaba algo, y me dijeron que podía venir con tranquilidad». La última visita la había hecho en 2019, sin bombas ni balas, sin pandemia siquiera.

Mezcla de idiomas

La distancia que puso en marzo, sin embargo, no le ha desconectado de la realidad que sufren sus compatriotas. «Veo las noticias todos los días y hablo con la gente que tengo allí, como mi hermano. Es mi país, mi vida», recalca en un descanso en las eras, esas que conoció cuando había unas «pocas» y que ahora son «muy turísticas», compara. Su casa de Irpín permanece en pie -la vivienda de los padres de Yana, en cambio, está «quemada»- pero Ivan no se plantea por ahora sacar el billete de vuelta. «Mi hijo mayor me dice que no quiere irse. Aquí está todo el día en la calle, jugando a fútbol, en el frontón...», sonríe este treintañero que escucha a Mark recitar de corrido los números del uno al diez en euskera. «Mejor que en español», asegura. En su hogar se habla ucraniano y algo de ruso, su pareja aprende castellano contrarreloj... y él, bromea, tiene «la cabeza loca» con tanto idioma.

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En su país

«La gente que sigue en Ucrania tiene miedo pero se ha acostumbrado a estar en guerra, oye una sirena y ya no baja a refugiarse»

Su plan más inmediato es alquilar un piso para avanzar en su nueva vida, donde el trabajo como peón salinero que ejerce desde mediados de abril ha dado un auténtico empujón a este titulado en contabilidad y auditoría. «Los ucranianos nos hemos dado cuenta de que vivíamos bien, de que teníamos una vida y ahora es otra», reflexiona sin olvidar a quienes no han podido o no han querido dejar su tierra atrás. «La gente que sigue allí ahora tiene miedo pero se ha acostumbrado a estar en guerra. Antes oía una sirena y bajaba a refugiarse pero ahora no pasa nada, no se puede estar siempre abajo», sostiene desde el Valle Salado. «Está precioso».

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