Putos negros y moros de mierda
Resulta que lo que parecía un grupo de desalmados abocado al pillaje eran voluntarios que se ofrecieron a ayudar tras el desastre de las inundaciones en Levante
Que lo que percibimos a través de nuestros sentidos traiciona la verdad y a menudo nos brinda una impresión equivocada es algo de lo que ... ya nos advirtieron Platón y otros clásicos hace más de dos mil años.
Sabemos por los noticiarios, por ejemplo, que en Estados Unidos, para un agente de policía blanco en un pueblo sureño, la visión de un negro corriendo sólo admite dos interpretaciones. A saber: o se trata de un atleta de élite participando en una competición deportiva o es un sujeto peligroso a quien hay que interceptar porque probablemente huya de alguna tropelía que acaba de perpetrar.
En España ocurre otro tanto. Un gitano con una guitarra es un artista. Del resto, unos roban carteras y otros, melones. Y qué decir de los negros. Si corren, saltan o juegan al fútbol hasta les bajan los impuestos en Bizkaia. Si no brincan, son del top manta o potenciales delincuentes. Porque no se rechaza tanto al extranjero por el hecho de serlo, sino por el hecho de ser pobre.
Se llama prejuicio a este modo binario de pensar. Al igual que un velo sobre el objetivo de una cámara difumina la visión hasta deformarla, los prejuicios nos invitan a ver una realidad inexistente. Y como los espejos de la casa de la risa de una feria, nos devuelven el reflejo de alguien que no somos, exageradamente gordos o con un rictus monstruoso en nuestra cara deformada, que nos provoca una carcajada nerviosa.
Recientemente acabamos de ver cómo las redes han distribuido unas imágenes de un grupo de negros, moros y otras gentes de aspecto sospechoso y trazas desasosegantes acarreando enseres de una vivienda en medio del paisaje desolador de una Murcia anegada tras el paso de la gota fría.
Y claro, la visión de un negro con un frigorífico al hombro o de un moro con una lavadora o un microondas en brazos saliendo de una vivienda abandonada por sus propietarios y anegada por el agua no puede querer decir otra cosa que estamos ante un acto inmundo de rapiña, ante unos ladrones que, al socaire de las inundaciones y sin piedad en las entrañas, aprovechan el dolor ajeno y el caos de una evacuación para saltear casas y haciendas, dándose al pillaje y al hurto alevoso. O al menos eso fue lo que pensó quien grabó las imágenes -hombre de gatillo fácil y cerebelo embebido- sobresaltado por aquella visión apocalíptica.
No tardó el autor en distribuir el vídeo-denuncia incorporando comentarios en directo sobre un presunto acto de pillaje, en el que tilda a aquel grupo de origen incierto y multicolor de «ladrones» y de «putos negros y moros de mierda».
En otro tiempo y en otras latitudes, el Far West por ejemplo, si los hubieran pillado in fraganti, los habría colgado sin juicio, allí mismo, amparándose en la ley de Linch. Ley que traducida viene a significar un 'aquí te pillo, aquí te mato', o mejor, un 'aquí te cuelgo de una cuerda en el primer árbol que encontremos a mano'. Un linchamiento justiciero en toda regla, plenamente justificado ante una acción tan vil como el pillaje.
No contentos con embolsarse la RGI y con quitarnos el trabajo, nos despojan de nuestros enseres, nos roban lo que es nuestro -pensó mientras grababa con su móvil el indignado observador, clamando justicia por aquel latrocinio-.
Aquellas imágenes y los crueles comentarios, atribuyendo a los filmados las más aviesas intenciones, corrieron como la pólvora de 'guasap' en 'guasap', de tuit en tuit, multiplicando la rabia y el odio a través de las redes sociales.
Y al igual que en la oscuridad de una discoteca, todo parecía encajar perfectamente hasta que alguien encendió la luz y se acabó la fiesta. La kermesse se volatilizó, como en tantas otras ocasiones, cuando nos enteramos de que aquellos chicos que recogían enseres, lejos de formar una turbamulta entregada al pillaje, componían un equipo de voluntarios que colaboraba con el Ayuntamiento de la localidad.
Los «putos negros y moros de mierda» no eran sino un grupo de buena gente que ayudaba y colaboraba con las autoridades para echar una mano a los afectados por el desastre. Los protagonistas del vídeo llevaban los muebles y electrodomésticos a un descampado de Torre Pacheco habilitado por el propio Ayuntamiento para dejar los objetos inservibles por las inundaciones.
Fueron los mismos chicos los que habían solicitado ayudar a los afectados por la tormenta Dana, remangándose y poniéndose a la faena como uno más, tratando de aliviar el sufrimiento de sus vecinos. Ese, al parecer, fue su único delito, la voluntad de prestar un servicio de la comunidad; el deseo de querer mostrar su solidaridad con el prójimo.
Aquellos ladrones, «putos negros y moros de mierda», no eran lo que parecían. Porque la maldad no residía en lo que hacían, sino en los ojos de quien miraba. Aprendamos la lección para sucesivas ocasiones. Que ya lo advirtió don Antonio Machado en sus 'Cantares' como un aviso para navegantes: «En mi soledad he visto cosas muy claras que no son verdad».
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