El tardeo gana por goleada a las cenas
Los amantes de las sobremesas exprimen sus dos horas de propina, pero el ambiente nocturno aún no ha cogido temperatura
Ataviadas con sus mejores galas, Adriana, Ane, Ziortza, Natalia, Lucía y Teresa maldecían su mala suerte. Sólo te gradúas una vez como paso previo a ... la universidad, u otras aventuras, y la pandemia les chafó las celebraciones. Estas alumnas de Corazonistas personificaban la noche del viernes el sentir general. Una salida a las calles con el freno de mano puesto. A las diez en punto, como todo quisqui, este sexteto cortó de raíz su alegre coloquio en La Rubia sin saber muy bien qué hacer a partir de ahí. Como ellas, cientos de vitorianos. Ocurrió también anoche, en el primer fin de semana sin estado de alarma pero con la soga a la hostelería aún bien firme.
«Esto es muy sencillo. No compensa ir a cenar a las ocho. En nuestra cuadrilla hemos optado por el tardeo y, cuando cierran los bares, nos juntamos en casa de alguno», relató el treintañero Mikel, antes de coger el urbano hacia su barrio, Zabalgana, en compañía de varios compadres.
Esa parece una tendencia clara mientras persista el toque de queda a los establecimientos hosteleros. Ahora, a las 22.00 horas. «Sería de agradecer que el Gobierno vasco ampliara el horario hasta la medianoche, si no la verdad que no compensa», solicitó José Ramón Elguea, cotimonel del premiado Zabala. En una de sus mesas recuperaban sensaciones culinarias Alberto Isasi, exdefensa del San Ignacio, y Rosa García, de Bodegas Amador García. «Antes siempre salíamos a cenar con la cuadrilla los viernes. Creo que desde noviembre no se podía. Es como volver a vivir», coincidieron los tortolitos.
Llegan con su mascota
En la terraza del Toloño, y beneficiados por una temperatura bastante benigna, los castellanos Marta Delgado y Daniel Díez degustaban unos pintxos regados con rico lúpulo. Ella, de Ávila. Él, salmantino. Pero ambos residentes en Valladolid y, por primera vez, en Vitoria. «Ya teníamos ganas de movernos. Esta mañana hemos visitado la catedral vieja y nos ha encantado. Como los parques que hay cerca de nuestro hotel, el Canciller Ayala», valoró ella. «Además es un destino pet friendly (amistoso con las mascotas)», abundó él abrazado a su perrita Sofi. Los locales Jon e Idoia ejercieron de cicerones.
Ganó el copeteo y el picoteo sobre las comandas bajo horario europeo. El 'overbooking' fue la constante en terrazas como las del Lokura Jamonera, Casa Juan, Hungaria, La Tranca, Kanziller, Mamut o El Chigre. Poco importó la llovizna del sábado.
Desde ese rinconcito medieval que hace tan especial a La Malquerida, Carmen Suárez y Itziar Sánchez apuraban sus consumiciones. «Se nos está haciendo muy largo ya. Hemos venido, en parte, porque hay que ayudar a la hostelería, que lo están pasando fatal», matizaron.
El reloj de San Vicente marcó las diez. Grupitos desfilaron hacia sus casas, probablemente a continuar la velada. Otros muchos se desperdigaron para plegar velas y madrugar. Por unos instantes, pareció que se repetiría la escena de hace una semana en la Virgen Blanca. Pero no. Ni rastro del dj que amenizó el fin del estado de alarma desde un balcón, ganándose así la reprimenda de varios uniformados. Mucha chavalería, aunque también talluditos, se acomodó en los bancos o departió en pequeños corrillos. Casi siempre con la mascarilla bien colocada.
Frente al Parlamento vasco, Adriana y sus amigas se resistían a claudicar. «Nos culpan a los jóvenes y nosotras ahora nos retiramos. Se nos está haciendo muy duro. Queremos viajar, perrear y beber», clamaron al unísono. Queda aún.
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