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Hay quien trata de pasar el día comprando chorradas por Internet, para hartazgo de los repartidores. Rafa Gutiérrez
Diario en cuarentena. Día 29

Perracos de Pávlov

Compras inútiles ·

Ahora, más que nunca, nos hemos dado cuenta de que nuestro ocio está basado en consumir y gastar

Miércoles, 8 de abril 2020, 02:03

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El domingo de ramos te regalaban aquella palma, con todos aquellos caramelitos colgando, envueltos en papel celofán, como un pequeño arbolito de Navidad de glucosa; una oda a la obesidad infantil y a las caries. También era el día de ir endomingadísimo. Por fuera, pero sobre todo por dentro: en casa, la costumbre era estrenar ropa interior. Es de suponer que se trataba de alguna especie de reminiscencia de la posguerra, de cuando lo de usar calzoncillos nuevos estaba reservado para los días de muy y mucho guardar. Y hete aquí a este tipo hirsuto y confinado ante su cajón de los calzones, buscando y rebuscando unos sin estrenar para tratar de cumplir con aquella tradición olvidada. No hubo suerte, claro. Menos mal que está Internet. A los dos minutos, había comprado unos boxers de algodón 100%, de rayas blancas y azules. Un pack de tres a 24,99 euros. Llegan el viernes.

Esa ha sido la última compra, la primera en muchos días. Es inexplicable, pero el proceso, esa pasarela de pagos con la tarjeta, ese mail de confirmación y ese correo electrónico avisando de la fecha estimada de entrega, resultó de lo más placentero. Fue un gustirrinín raro, como de otro tiempo, de cuando íbamos a comprar a una tienda. Y en lo más hondo, perdura ese deseo estúpido de que llegue el viernes para recibir el paquete en el felpudo. Por mucho que sepa que dentro voy a encontrar unos tristes calzoncillos de 24,99 euros.

Estos días raros nos han venido a confirmar lo tremendamente dependientes del consumo que somos. Nuestro ocio está basado en gastar. De la calle Dato a General Álava, es un poco desolador ver todas esas persianas echadas, donde cogen polvo cosas que, en realidad, ahora nos hemos dado cuenta, nadie necesita.

El otro día, una amiga se quejaba amargamente porque le apetecía comer sushi y no encontraba ningún restaurante que sirviera a domicilio. Estaba algo azorada la pobre. ¿Dramón del primer mundo? Probablemente. ¿Frivolidad? Claro. Pero llevamos demasiado tiempos enganchados a las compras. Nos han convertido en yonquis del consumo, queríamos un pingo, nos apetecía algo y lo queríamos aquí y para ya. Y ahora que nos han cortado el grifo, estamos sufriendo una tremenda abstinencia.

Hay quien pasa el mono mirando en las webs cosas que comprar, haciendo listas de deseos virtuales, comprando fruslerías para hartazgo de esos pobres repartidores. Otros encuentran su metadona en el supermercado. Es la única forma de ocio social que queda. Antes compraban una pulsera para medir la frecuencia cardiaca que nunca iban a usar y ahora, un paquete de galletas campurrianas que no necesitan. En el fondo, es un poco lo mismo. Gastar, comprar, consumir. El 'pi-pi-pi' de la caja registradora al escanear los artículos. Ese ruidito nos produce un raro placer. Como a aquel perro al que le tocaban la campanilla y se ponía a salivar. En el fondo somos como perros, perracos de Pávlov. Sin en el amo consumismo, no sabemos qué hacer.

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