La arqueología es una ciencia que se mueve sobre su propia contradicción. Se explica el primer día de carrera. El arqueólogo es como aquel que ... lee un libro y cada vez que termina una página la destruye. Excavar no deja de ser una forma de destrucción de las evidencias que se van hallando. En cuanto metes el pico, la azada, el cuchillo en la tierra que nadie ha removido desde que el hombre que la habitó la abandonó eres consciente de que, lo que estaba como estaba, ya no va a estar como estaba. Por eso es una ciencia tan precisa, tan meticulosa. Porque la responsabilidad de quien la ejerce es muy grande.
Además destruir las páginas que el arqueólogo está leyendo al excavar un yacimiento, también destruye, es inevitable, restos materiales. Depende del tipo de yacimiento pero, si hay paredes, si hay objetos... Ni el más profesional, aún trabajando con sumo cuidado, puede evitar que, pongo un ejemplo, si quita una piedra o dos esté quitando piedras de un muro que todavía no ha visto. Vamos a ver, normalmente, se da cuenta enseguida, sigue las indicaciones que la disposición de las piedras le van dando y el resultado es que lo que quedaba del muro, básicamente, aparece. El arqueólogo lo limpia, a escobilla si hace falta, lo dibuja, lo fotografía, lo mete en el plano, saca sus consecuencias sobre lo que significa, su relación con otros muros, suelos... Utiliza el muro para hacer Historia.
He puesto un ejemplo, pero puedo poner otros muchos. Excavar sin romper un puchero de cerámica es muy difícil. Da rabia, aunque la mayor parte de los pucheros están rotos antes de que el arqueólogo meta la piquetilla, pero le da rabia. Aunque relativa. Porque lo que él busca se lo puede proporcionar igual el puchero estuviera roto de antes o roto por él. Cómo es esa cerámica, de qué época, qué conclusiones históricas puede sacar de su hallazgo... Eso es lo que le importa.
A pesar de todo, no le gusta, aunque sea gaje de su oficio. En algunos casos no le gusta porque lo que estaba roto, o ha roto, era una pieza muy bonita en sí misma y al arqueólogo también le satisface aportar patrimonio material. No es su objetivo pero si algo puede lucir en un museo y eso anima a la sociedad a valorar su pasado, a darse cuenta de lo importante que es mantener el patrimonio de sus antepasados o visitar las ruinas de donde habitaron... pues le gusta también; como a cualquiera.
Hace muchos años, en 1976 ocurrió que en Arcaia, al margen de que aparecieran las ruinas de las 'termas romanas', que hoy las instituciones se empeñan en poner en valor, se encontró una cabecita, pequeña (no mide mucho más que un bolígrafo) de aquella época. En mármol amarillo, representaba una cara masculina, barbada y tocada con una diadema, que sujetaba unos rizos realmente hermosos.
En lo que a mí me afectaba, al haber aparecido fuera del contexto de mis excavaciones, la cabecita no era sustancial. Aportaba, claro que sí, porque era, y sigue siendo, un elemento patrimonial de primera categoría para Álava y el País Vasco. Pero, a ver si me han entendido, no había aparecido en los trabajos reglados que realizábamos nosotros, sino en una zanja ajena. Con todo, me encantó tenerla brevemente en las manos y me disgustó profundamente que se perdiera en manos de un particular. Que ni siquiera la había encontrado. Al que le llegó, sin más.
Mi idea, y la de los responsables de Cultura de Diputación desde entonces, que no han dejado de intentar conseguirlo, es que aquella hermosura de representación del dios Baco, así se interpretó por quien podía y sabía hacerlo, estuviera en el museo y en lugar preferente. Como arqueólogo, porque su aparición en Arcaia potenciaba el valor del establecimiento en época romana; como amante del arte y de la belleza, porque es preciosa. Pero no es así.
Se ha comentado en la prensa estos días que la persona a la que se le ha preguntado sobre ella no tiene constancia. Así será. Pero entonces yo quiero pedirle a quien sí tenga esa constancia, porque posea la cabecita, que la entregue. No sería la primera vez que alguien que tiene algo que sabe que no debe lo hace aflorar de forma discreta. Recuerdo cuando la imagen de la Virgen Blanca cayó al suelo. Al ir a recoger los pedazos se descubrió que la cabeza del Niño no estaba. ¡Vaya por Dios! Al cabo de un tiempo, sin embargo, alguien la dejó en la sacristía de San Miguel.
Si quien la tiene lee lo que escribo, le diré que la ocasión la pintan como el momento más oportuno para hacerla de todos. Que no pierda más la cabeza y la entregue. Por lo demás, la arqueología y los arqueólogos a lo suyo que, como he dicho, consiste en recuperar Historia. Un patrimonio inmaterial pero también tremendamente enriquecedor de nuestra sociedad.
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