Un paracaidista alavés salva la vida tras desmayarse a 500 metros de altitud
El deportista, con dos años de experiencia, perdió el conocimiento durante un salto en Las Landas. Sólo se rompió una muñeca y se fisuró un par de costillas
Era un salto más. Hacía un día perfecto el viernes en Mimizan, un idílico enclave costero en medio de Las Landas francesas. Cielo despejado ... aunque quizá demasiado calor, el termómetro rozaba los treinta grados. El paracaidista, un alavés de 44 años, saltó de la avioneta a 4.300 metros de altitud. Durante alrededor de un minuto se vació en un sinfín de movimientos. Era una prueba para un próximo examen de una licencia intermedia. Algo le ocurrió y perdió el conocimiento. A 500 metros de altura. Le salvó que accionó antes el mecanismo de apertura y que, consciente de que algo iba mal, hizo lo posible por caer en una pradera antes de desmayarse.
A pie de tierra, los instructores enseguida se dieron cuenta de que algo extraño ocurría. El saltador, con dos años de experiencia en este deporte, era un cuerpo inerte. Se desvió muchos metros del punto seleccionado. «Tardaron quince minutos en encontrarle», desvela el entorno del deportista federado. Yacía sin sentido. En la primera atención, realizada en el aeródromo de Mimizan, punto del que salen las avionetas de paracaidistas, ya le diagnosticaron la rotura de una muñeca y la fisura de dos costillas.
Como sangraba por la boca se temieron lo peor, que hubiera heridas internas. De ahí que un helicóptero le trasladara de urgencia hasta el hospital Pellegrin de Burdeos, a más de cien kilómetros. Los posteriores exámenes descartaron estas suposiciones. Al final todo quedó en un susto y un cuerpo cubierto de magulladuras. El fin de semana pudo regresar a su casa en Vitoria.
Ya en frío, sus compañeros de disciplina se preguntan qué pudo suceder el viernes. «Aunque cuenta con experiencia, es verdad que esa mañana apenas desayunó y tampoco bebió líquidos». En el aire realizó complejas maniobras -desde giros de 360 grados a saltos inversos- «que resultan muy exigentes a nivel físico». Anda enfrascado este deportista en obtener el carné B2, que permite saltos en grupo, para completar coreografías durante los descensos.
«Tuvo sangre fría»
«El calor y posiblemente el golpe al abrirse el paracaídas a 1.500 metros de altitud hicieron el resto», comparte su entorno. Durante ese kilómetro de caída en que todavía aguantó despierto, «trató de descender lo más rápido posible porque era consciente de que se mareaba».
«Sí tuvo la sangre fría de asegurar la caída y de enfilar a un prado porque, de haberse dejado, el viento podría llevarle a una zona poblada, a una carretera o lo que hubiera sido más grave, al mar». La zona de saltos se encuentra a menos de un kilómetro del Cantábrico.
Cada paracaídas, eso sí, cuenta con un sistema de seguridad que, en caso de no accionarse la palanca, salta cuando restan unos 300 metros para tocar tierra. En esas circunstancias, las probabilidades de salir gravemente herido se multiplican ya que la velocidad de caída es muy alta.
Tras este accidente, según remarcan sus compañeros, este saltador «necesitará como mínimo un mes para recuperarse de sus lesiones». ¿Y después qué? ¿Dejará de saltar? «Ya nos ha dicho que en cuanto pueda tenerse en pie volverá a la avioneta. Esto es como una droga para nosotros. Una vez que lo pruebas, si te engancha, ya no lo dejas».
Una afición adictiva con diez federados en la provincia
El paracaidismo es una disciplina tan arriesgada como adictiva. En la actualidad, apenas diez alaveses cuentan con licencia federativa. La mayoría elige Pau o Mimizan, ambos en Francia, para sus saltos. Se trata de un deporte caro. Sólo el curso de iniciación supera los mil euros. Luego, cada salto supone un desembolso de unos 40 euros. Pero quien lo prueba repite. «Te engancha», se confiesa un veterano saltador. La caída libre dura alrededor de un minuto. Y el vuelo con el paracaídas desplegado son otros cinco.
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