Vitoria a vista de pájaro
Más de medio centenar de especies revolotean sobre el asfalto. Hay petirrojos, halcones, mirlos... y ayudan a medir «la calidad ambiental»
El reyezuelo pasa desapercibido entre los urbanitas. El tráfico, los ojos pegados al móvil, las prisas impiden fijarse en este pajarillo de cuerpo rechoncho que ... apenas levanta nueve centímetros del suelo y que picotea en rincones como los parques del Norte o La Florida. Es el más diminuto de los alados que revolotean por la capital vasca, donde conviven decenas de especies como prueba de la «buena» salud del ecosistema local. Desde la paloma que tantas quejas arrastra entre sus patas hasta la esbelta cigüeña. La 'Guía de las aves urbanas de la ciudad de Vitoria-Gasteiz' recién publicada por el Instituto Alavés de la Naturaleza (IAN), en colaboración con Fundación Vital, repasa 65 de ellas. Pluma a pluma.
Sin entrar en el Anillo Verde se cuentan 42 especies habituales y otras 23 más con cierta presencia en el casco urbano vitoriano. El número sirve de 'bioindicador' ya que «está muy ligado a la riqueza biológica y la calidad ambiental» de las ciudades, explica Brian Webster, presidente del IAN, con el libro –que no aspira a ser «un censo ni un catálogo»– entre sus manos. En esa escala a golpe de aleteo, la capital alavesa se encuentra «bastante saludable». Se nota, por ejemplo, en la numerosa población de gorriones en sus calles mientras cae en picado en grandes urbes como Madrid y Barcelona.
«No somos conscientes de la riqueza que tiene Vitoria. Muchas aves pasan desapercibidas»
BRIAN WEBSTER (PRESIDENTE DEL INSTITUTO ALAVÉS DE LA NATURALEZA)
También es «muy buena señal» que las aves se paseen por el corazón de la ciudad. En los árboles que se levantan junto al edificio de Correos, en Postas, carboneros comunes o herrerillos se reparten sus ramas y el propio Webster ha visto mitos en la plaza General Loma. «Estaba un día esperando el tranvía en la parada de Parlamento cuando los escuché, y pensé 'qué bonito, en pleno centro'», recuerda sobre este pájaro «de aspecto muy simpático» que se asemeja a una bolita de plumón rematada por una larguísima cola. Su retrato aparece entre las ilustraciones que salpican la guía que acaba de ver la luz y que contiene asimismo un mapa con los mejores puntos de Vitoria para observar cada especie tan cerca como se deje.
En edificios antiguos
La mayor variedad de aves se halla «en lugares intermedios» de la ciudad como el parque de Arriaga y, aunque sorprenda a más de uno, «hay menos riqueza ornitológica en Salburua, por muy cerca que esté de una gran zona verde, que en el centro». El aviso lo lanza Norber Fuente, el ilustrador de este libro junto a Ana Isabel Díez y especialista en ornitología, consciente de que la arquitectura moderna que dibuja los barrios más jóvenes no ofrece buen cobijo a los pájaros. Y eso que ellos «son muy listos» y algún vecino ya se ha encontrado las jardineras de su balcón ocupadas por unos cernícalos. Pero, coincide el presidente del IAN, «la nueva construcción, con tanto acero y tanto cristal, no tiene mucho sitio para que los animales hagan sus nidos».
Las aves se sienten más cómodas en los edificios antiguos, en los agujeros y los huecos de sus tejados, y por ello se debe tener en cuenta en los procesos de rehabilitación con el fin de «respetar la fauna existente». Entre los inmuebles con más solera de la capital alavesa donde diferentes especies han fijado su residencia se encuentran la torre de San Vicente, que acoge a la lechuza común, o la catedral de Santa María, que alberga alguna colonia de grajilla occidental. «Es un pájaro típico de zonas montañosas, con simas, y en Álava prácticamente sólo queda en Vitoria», apunta Fuente, que tiene la casa «llena» de carpetas y dibujos con la fauna como protagonista. Con cada uno tarda, como mínimo, media hora aunque a veces necesita un esfuerzo extra para realizar el trazo perfecto. Le sucede con el verderón, cuyo plumaje exige «un tono adecuado» de verde, el oliva.
«Los pájaros son muy listos y algún vitoriano ya se ha encontrado un nido de cernícalos en su jardinera»
norber fuente
Las páginas de esta guía se acompañan, además, con códigos QR junto a cada especie para descubrir su canto. El del zarcero políglota, que aterriza en Vitoria a mediados de mayo, resulta «muy complejo», y la cigüeña, el pájaro de mayor tamaño que anida en la ciudad y al que se ve a menudo por el vertedero de Gardélegui, destaca por ser muda. «No tienen siringe –el órgano de la voz de las aves– y por eso chocan los picos, a eso se le llama crotoreo», detalla Fuente sobre ese soniquete que recuerda a unas castañuelas. Ambos son pájaros migratorios, como la golondrina, el vencejo o el avión común, que cada cierto tiempo campan por la ciudad. El autillo, un búho de unos 20 centímetros cuyo sonido recuerda al de un sapo, pasa el invierno en África tropical y cuando recala en la capital alavesa suele quedarse por el parque de San Martín o el cementerio de Santa Isabel, donde los expertos tienen a una pareja fichada.
El humano, «un animal más»
Sin embargo, la mayoría de los alados que se cruzan los vitorianos son «sedentarios». Webster cita en esta bandada al mito, el herrerillo y el carbonero común o el mirlo, ese pájaro de vuelo ágil que «en el campo es súper asustadizo y en la ciudad no tiene miedo porque ha visto que el humano es un animal más», agrega el ilustrador. La paloma es otra de esas aves que camina a sus anchas sobre el asfalto de la capital alavesa y quizás la que más enemigos se ha ganado entre los ciudadanos. «Es la que más identificamos», indica el presidente del IAN. Los ejemplares que hay en las calles «descienden de la paloma salvaje que vive en la zona montañosa y que se ha mezclado con la doméstica», prosigue Fuente sin obviar que «manchan muchísimo» y que, sin romper «la cadena ecológica», el halcón que poco a poco ha comenzado a asentarse en Vitoria sirve de «regulador» de la especie.
No obstante, calcula Webster, entre el 60% y el 80% de las aves que se mezclan con los urbanitas vitorianos mueren en invierno. El petirrojo, al que se conoce aquí como txantxangorri por el color de su pecho, lo pasa fatal durante esos meses mientras que en otoño devora frutos y semillas y en primavera y verano sigue una dieta rica en insectos, que «tienen muchas proteínas buenas para su crecimiento». La presencia de insectívoros es precisamente «indicador de que una zona no está contaminada», como «el pequeño oasis» que se abre en el río que sale a flote en la Avenida de Gasteiz y que visitan las estilizadas lavanderas. Ellas, y otras muchas especies, suelen pasar «desapercibidas». «No somos conscientes de la riqueza que tenemos en la ciudad».
El confinamiento obligó al ser humano a parar, pero «las aves siguieron con su vida»
El confinamiento pulsó el 'pause' en la rutina. Vació las calles, bajó persianas de comercios y hostelería, detuvo el tráfico... y flora y fauna continuaron su curso. Brian Webster, presidente del Instituto Alavés de la Naturaleza, cuenta que son muchos quienes le comentaron «cómo oían a los pájaros desde casa» durante esas semanas. «Nos dimos cuenta de que, mientras los humanos estábamos asustados y desconcertados, las aves seguían con su vida», recuerda sobre aquellos días en los que más de un vitoriano descubrió desde su ventana que en la ciudad no sólo revolotean palomas y gorriones.
En torno a las cuatro torres del famoso 'skyline' vitoriano aletea la grajilla occidental, una pareja de autillos vive en el cementerio de Santa Isabel, el vertedero de Gardélegui atrae a las cigüeñas, por el parque de La Florida se puede ver algún halcón pequeñito... «Una de las buenas cosas que puede salir de esta situación tan mala es una mayor concienciación sobre los pájaros», confía Webster, que desde hace cuatro años colabora como divulgador en el hospital psiquiátrico o el centro penitenciario de Álava.
A Norber Fuente, autor de la mayoría de las ilustraciones que pintan la 'Guía de las aves urbanas de la ciudad de Vitoria-Gasteiz' le llegaron asimismo unos cuantos comentarios sobre el sonido de estos animales durante el confinamiento. «A ellos también les afectó por su vínculo con el ser humano. Como las personas no iban a las terrazas y no se dejaban caer comida, a algunos les faltó alimento», advierte. Los pájaros, afirma, «nos consideran en la ciudad más cohabitantes que depredadores».
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