En la calle aún se ven mascarillas. RAFA GUTIÉRREZ

La mascarilla

La mascarilla, la mascarilla, cómo me gusta, la mascarilla... Un artista Georgie Dann componiendo maravillosas canciones, llenas de poesía y música superior. Tan completas que ... no llegaban a ser desgastadas nunca, por más que se usaran durante un verano y otro y otro... Un recuerdo agradecido y emocionado de un servidor que lo veneró.

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Una de las que me sigue gustando, sobre todo desde hace como dos años, es la de 'La mascarilla', en su momento 'La barbacoa'.

Tanto me gusta, la mascarilla, que he decido no quitármela, ahora que me la puedo quitar. Como empiezo ya a llamar la atención y a que me la llamen por llevarla en todas partes, aprovecho la ocasión para explicar por qué he tomado semejante decisión. Por varias razones. La primera, la que me requiere mayor esfuerzo didáctico y la mejor voluntad comprensiva de los lectores, es porque, a mí, siempre me ha gustado hacer caso a los que saben. Desde mi absoluta ignorancia de casi todas las cosas, incluidas aquellas con las que he conseguido engañar al sistema durante años, soy un firme defensor de que, para todo, hay que seguir siempre la opinión de las personas que han dedicado una enorme cantidad de tiempo y esfuerzo en aprender lo que ya se conoce, en intentar conocer más de lo que no... Este tipo de personas existen, aunque pueda parecer que no porque tienen muy pocas ocasiones de explicarse de manera muy pública en los medios de comunicación generalistas, de los que bebemos para estar informados todos, absolutamente todos. Y, si salen, es igual. Como solo tienen capacidad de exponer, de argumentar, de proponer y no disponen de medios para conseguir que se haga lo que dicen, pues como si no hablaran.

Cuando empezó la infección generalizada con un virus que parecía monárquico, aunque luego ya no, los que sabían del tema dijeron: una solución, no definitiva, ni espectacular, pero sí una solución útil es cubrirse la nariz y la boca con una mascarilla, aparte de otras medidas. Pues bien, inmediatamente, los que gobiernan y toman decisiones se opusieron. Dijeron que la mascarilla era cosa de baile de verano. Lo dijeron porque no había, pero lo justificaron como si hubiera pero no hiciera falta. Mientras, se lanzaron a conseguirlas aunque fuera al precio que fuera y dejándose timar por el que fuera. Aunque fuera a costa de quedar como un primo delante de un ídem.

Hemos pasado de mirar mal al que no llevaba mascarilla por la calle a hacer lo mismo con el que la lleva

Con la misma gracieta que cuando dijeron que no eran demasiado buenas, que iban a producir tal y tal, se fueron animando a convertirlas en obligatorias. En algunos casos saltándose a la torera los pasos legales necesarios para poder hacerlo, con las consecuencias que se han visto, pero el caso es que, a la voz de, tonto el último, se lanzaron a la carrera de obligar y obligar. Aduciendo, entonces sí, que era la opinión de los que sabían lo que exigía el 'omnienmascaramiento' (cómo me gusta lo de miento, miento, miento...).

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Eso ocurrió. Como luego ha sucedido que vayan a sobrar millones de mascarillas. No porque no sigan siendo útiles sino porque se ha decidido que ya no hay que usarlas. Y otra vez vuelta a lo mismo. Porque no lo han decidido los que saben. Estos, en general, han seguido siendo prudentes, han pensado en pautar, en esperar... No, han sido los que esperaban sacar una rentabilidad a su decisión. Y en este grupo quiero apuntar dos secciones. Una la de los gobernantes deseosos de que todo se 'normalizara' para el bien de la economía y de sus futuros políticos. Otro, el de los fabricantes de los aparatitos para hacerse el test de antígenos. Los primeros se han podido ver realmente acuciados en su responsabilidad de conseguir que la sociedad funcione a nivel productivo, de ahí el declarar por decreto el fin de la pandemia y el fin de las mascarillas. Los segundos lo han hecho por negocio. Ahora mismo están vendiendo millones de aparatitos a la no despreciable cantidad de casi tres euros. Porque todos somos conscientes de que la incidencia de la enfermedad ha podido descender a nivel de la gravedad pero no de difusión. No hay más que ver las últimas cifras.

En el entorno que yo puedo manejar conozco ahora mismo muchos más casos de infectados que cuando la pandemia era oficial. Por todas parte oigo hablar de test de antígenos, de positivos... Y, lo que es más grave, con la necesidad de tomar decisiones personales al respecto. Del tipo si me da positivo pero estoy bien, si no me la puedo jugar en el curro me voy a trabajar y listo... Con sus consecuencias a nivel de propagación del que hablo.

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Como decía al comienzo, hemos pasado de mirar mal al que no llevaba la mascarilla en la calle a hacer lo mismo con el que la lleva, que es mi caso. Por eso me he visto en la necesidad de explicarlo. Que es, en resumen, aparte de lo de la canción, porque las autoridades sanitarias han advertido de que sería mejor seguir haciéndolo y porque tengo un ataque de alergia al polen fenomenal. Y pienso que algo hará. ¡Tanto verde ni tanto verde!

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