De las oficinas de KAS a la Casa-museo de los Faroles
Blanca Aguillo, segunda abadesa de la cofradía de la Virgen Blanca en412 años y lanzadora del Chupinazo, recibe la distinción de ELCORREO
Blanca Aguillo Sagarduy vino al mundo el 9 de febrero de 1957 en la Clínica del 18 de Julio, en El Batán, ya desaparecida, donde ... nacieron generaciones enteras de vitorianos. Recibió el bautismo en la basílica de San Prudencio a cargo de don Pedro Ortiz de Zúñiga, religioso e ingeniero de Caminos, Canales y Puertos que impulsó la creación de las Escuelas Profesionales Diocesanas, cuna de miles de trabajadores que fomentaron el crecimiento industrial y el progreso de Álava en la segunda mitad del siglo XX, y fue vocal de la Federación Española de Ciclismo.
Blanca Aguillo nació bendecida, o lo parece. 68 años después, esta vitoriana primero vecina del barrio del Prado, con domicilio junto a la gasolinera de Echevarría, y ahora de Ariznabarra, soltera y sin hijos, de profundas creencias religiosas por herencia familiar, fervorosa de la Virgen Blanca a la que debe su nombre, se siente feliz pero también abrumada por tanto reconocimiento reciente. El 21 de junio fue elegida por aclamación abadesa de la cofradía de Nuestra Señora la Virgen Blanca, la segunda mujer tras la radiofónica Cristina Fructuoso (1997-2000) en 412 años, y esta semana ha sabido que prenderá el Chupinazo el 4 de agosto con otros vitorianos de pro. No queda ahí su carrusel de emociones y halagos, el de una mujer que se confiesa temerosa de la exposición pública, tampoco pretendiente de fama o poder. ELCORREO también quiere reconocer sus valores, el trabajo en la sombra que ha desarrollado los once últimos años al abrigo de la Casa-museo de los Faroles, con su nombramiento como Alavesa del Mes de Julio. Da un paso al frente.
«Muy feliz» en la fábrica
Pésima estudiante, «dura de mollera», ha llegado a autoproclamarse, de las que jamás tenía deberes, Aguillo se formó en 'Las Francesas' (colegio Nazareth), completó el Bachiller en el instituto Federico Baraibar, se matriculó en la academia Ceco, en General Álava con San Antonio, donde avanzó con la administración, la mecanografía y la contabilidad, y luego, ya empleada en la factoría de refrescos KAS, se introdujo en el entonces desconocido mundo de la informática con unos cursos en Bilbao.
Son varias las fechas señaladas en su calendario vital, como la del 2 de noviembre de 1976, cuando entró en KAS, en Gamarra, esa firma de bebidas burbujeantes que ha sido parte de la historia de Vitoria y Álava, y lo sigue siendo. Desde luego que para Blanca el amarillo de la casa de los Knörr es un color familiar. «Fue una gozada trabajar en KAS, una empresa entrañable que parecía nuestra. Si tenía que ir a la oficina un domingo, iba; o me quedaba el viernes hasta la noche. No escatimaba esfuerzos, no dejaba nada pendiente». Vamos, como las tareas escolares. De aquellos años recuerda «un ordenador inmenso» con el que trajinaba a diario por sus conocimientos en la matería. Visitó fábricas, delegaciones, amplió mercados, todo hasta que le ofrecieron la prejubilación en 2013. Se llevó el disgusto de su vida, se tomó unos días para pensárselo, pero aceptó porque las condiciones eran ventajosas.
Entonces, desamparada, la acogió en sus brazos la Virgen Blanca, a cuya cofradía accedió animada por Fructuoso, amiga de su madre, y Ricardo Rodríguez, compañero de trabajo. Portadora de una letanía en la procesión de los Faroles, Aguillo de pronto se vio como vicesecretaria en una junta dirigida por Ricardo Sáez de Heredia. Era noviembre de 2014. Hoy es la abadesa, otro frente. «Estoy aquí de mil amores, aunque prefiero pasar desapercibida y trabajar por la virgen».
Bici, viajes y fotografía
Vive sobre dos ruedas, las de esa bici con alforjas que la lleva de aquí para allá y que en alguna ocasión la ha estampado contra el suelo. Muestra heridas de guerra. Viaja apasionada por el mundo también con un pasaporte que apunta a China, Dubái, Canadá, Egipto,Jordania, Túnez, Europa excepto los países nórdicos... Nada frecuentemente, pero sobre todo se harta de fotografiar. «Soy un poco pesada», confiesa. Una pasión que tendrá que aparcar contra su voluntad. Mientras unos se despiden con un hasta luego o lanzan vivas a su equipo o la nación, ella lo hizo con un «¡Viva la Virgen Blanca!» el domingo pasado, cuando tomó la vara de mando de la cofradía entre sollozos de emoción en la capilla de San Miguel.
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