Un oasis festivo entre manteles
Sin paseíllos, ni ajos, ni desmadre, el espíritu del día del Blusa sobrevive en las comidas familiares y de amigos
1.543 kilómetros se metieron entre pecho y espalda el vitoriano Anton -Antuán para los más íntimos- y su novia italiana, Martina, para sentarse este ... sábado en la terraza del Cube. Sólo por semejante pechada, vinieron desde Pádova por carretera, esta pareja mereció encabezar este reportaje el día de Santiago más atípico. Sin paseíllos, sin ajos, sin carrera de burros -bueno, esa la extinguió el buenismo institucional hace ya varios veranos-, las comidas representaron el solitario oasis a la dictadura del Covid-19 y sus incesantes rebrotes. Un oasis sobre manteles.
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«Necesitamos dos días para completar el trayecto, pero no queríamos perdernos disfrutar de la familia y de los amigos», contó Antón desde el Cube, en un lateral del museo Artium. Ayer compartieron mantel con Pablo, María, Olalla, Macarena, Alejandro y el diablillo de Igor, quien no paró de rellenar sus copas. Algunos de ellos vestían las mejores galas de sus cuadrillas de blusas. Todos con la mascarilla como enseña. «Sólo nos la quitamos durante la comida».
Quizá nadie recorrió tanta distancia como Antón y Martína para cumplir con la tradición de sentarse alrededor de una mesa, llenar el estómago y reír, esa reacción tan de capa caída desde que el último día de febrero el coronavirus irrumpiera en Álava. «En Francia sí nos llamó la atención la poca gente que llevaba mascarilla. En Italia están como vosotros hace dos semanas, demasiado relajados. Pronto habrá rebrote», razonó este alavés, de doctorado en el norte de Italia.
Restaurantes llenos
Si la noche previa de Santiago fue totalmente descafeinada, la acalorada jornada de ayer recuperó algo el brío social. «Tenemos suerte porque contamos con cuatro comedores distintos, perfectos para la nueva normativa (no más de diez comensales por mesa). Hoy (por ayer) hemos llenado. El día 4 apunta igual», dibujó Jesús Arrieta, al frente del Zabala, en la calle Mateo Moraza.
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Entre sus comensales destacó la familia Amador García. Sí, los de los vinos. Su matriarca, Adela, degustó su 79 cumpleaños. «Bueno, es el día 27», se excusó rodeada de hijos, nueras y yernos. Los nietos ocuparon la mesa contigua por aquello de no superar los diez comensales. «Venimos con precaución, somos conscientes de la situación que vivimos, pero miedo no hay», dijo una de sus familiares. Comieron una carta kilómetro cero. Regada con su vino, por supuesto.
Bajo la gruta de este templo culinario se citó también la cuadrilla de Dorleta y Rubén. ¿El motivo? Una nueva tienda de telefonía móvil y fibra óptica que abrirán «este verano en la plaza de España». Valientes.
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Unos metros por encima, en la idílica plaza del Machete, sus terrazas rebosaban de alegría y sabrosas viandas. En el Kaskagorri establecieron su campamento los Álvarez de Arcaya. Su patriarca, Iñaki, conmemoraba su setenta cumpleaños. «A ver, sólo he cumplido uno. Los otros ya los tenía», descargó socarrón.
Eligieron comer fuera por el solazo, la temperatura y... el reparo que aún genera coincidir entre cuatro paredes con desconocidos. «En noviembre no lo podremos hacer», atinó una de sus hijas en referencia al 'agradecido' clima vitoriano.
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«Lo hacemos bien»
Les atendió el cocinero más pelirrojo del municipio, Iosu Sainz Munilla. Ante los nubarrones que vuelven a cernirse sobre la hostelería -léase limitación de horarios-, el alma mater del Kaskagorri sacó pecho. «Si los restaurantes seguimos haciendo bien las cosas no veo razón para preocuparse. Mira la separación entre mesas, desinfectamos. Tengo un grupo de 15 personas que hemos dividido en dos mesas. Nosotros no somos problemáticos». De la misma opinión se mostro Raúl, copropietario del Sagartoki. «Hemos colocado el cartel de completo. Reabrimos hace quince días y tenemos puestas muchas esperanzas».
En los oasis de mantel se escucharon risas, hubo brindis, cercanía. A eso de las cinco, la mayoría ya había desfilado. En vez de acudir a la Dato a ver a los blusas y neskas, muchos eligieron el helado o el cubateo relajado. «Nos resarciremos el próximo año», apostó el 'futurólogo' Igor desde el Toloño. Ojalá que sí.
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