Morir en soledad
Todos necesitamos momentos de huida, de introspección, pero nuestra vida no es posible excluidos del corpus social
El hallazgo, en la vitoriana calle Santo Domingo, del cadáver de un hombre que llevaba más de un año muerto puede llevarnos a cuestionar la necesaria intervención de la administración, sin duda, pero también puede servirnos para reflexionar sobre la tragedia que supone vivir y morir en soledad para determinados colectivos sociales, entre los que podríamos destacar las personas ancianas, aquellos que padecen algún tipo de discapacidad física o psíquica, afectados por consumos o toxicomanías diversas y quienes se encuentran en una situación de vulnerabilidad social grave. Aceptando lo relativo del término, yo distinguiría la soledad positiva de la soledad negativa.
Cuando me refiero a la primera, estoy subrayando aspectos positivos y necesarios de la soledad; todos necesitamos momentos de introspección, de reflexión, de huida del grupo y búsqueda de esa soledad reparadora. El monje, el músico, el creador, el artista, el médico, el labrador… y en general todos nosotros, necesitamos de momentos de reclusión, de aislamiento, de reencuentro con nuestro interior; para que afloren las ideas, para que acuda la musa, para crear una obra de arte, para observar los nuevos brotes de trigo que surge de la tierra. Es la soledad personal, voluntaria, deseada, que no importa prolongar un poco más pues nos repara y conforta.
De igual manera nuestra vida no es posible excluidos del corpus social. El humano necesita relacionarse, incluso su configuración fisiológica está prevista para la relación con los demás congéneres. Vista, oído, olfato, gusto y tacto están pensados para la comunicación y la relación. El idioma lo es porque sirve para entendernos con los demás. Cuando esa posibilidad de relación nos falta es cuando nos encontramos con la segunda posibilidad de las antes mencionadas: la soledad negativa. Es esta una soledad no deseada, impuesta, un aislamiento que se convierte para el hombre en soledad dolosa. La soledad del hombre abandonado por sus amigos, del preso, del enfermo infeccioso, del amante sin amada, del que sufre una pérdida dolorosa…la soledad que no ayuda, sino que trastorna, y que se desea superar cuanto antes.
Por todo lo expresado anteriormente, se hace necesario, y la psicología coincide en esta afirmación, encontrar el justo equilibrio entre los dos conceptos de soledad, entre la introversión y la extroversión que mencionaba Jung. El desarrollo de la persona tan sólo será integral y enriquecedor si puede concitar momentos de soledad deseada con momentos de socialización y también, atentos al dato, si es capaz de superar, sin traumas, las ocasiones en las que debamos lidiar con momentos de soledad impuesta. Cuando construimos nuestra vida desde la actividad, desde la cooperación tenemos muchas más posibilidades de encontrar relaciones y por lo tanto de minimizar los efectos negativos de la soledad.
Contra lo que muchos creen, no necesariamente en un espacio muy poblado encontraremos compañía. Marc Augé se refiere a muchos de estos lugares (estaciones de tren, aeropuertos, estadios de fútbol, centros comerciales, el metro, etc…) como «los no-lugares». Lugares de tránsito, pero no de encuentro. Lugares en los que las relaciones son superficiales y no profundas, espacios de la ciudad en los que uno puede encontrarse sólo, completamente sólo rodeado de miles de personas.
No hay recetas mágicas, pero todo individuo que estudia, escucha música, lee, se emociona, practica ejercicio, mantiene su círculo de amistades, participa en acciones de voluntariado, tiene ventaja para no caer en momentos de soledad dolorosa o patológica. Cuando el 'yo' se agiganta, el corazón se vacía de 'otros', y si no hay otros, por rodeado que esté de gente, el ser humano estará solo. No puedo ser un buen ciudadano si no cuido de mis ciudadanos más próximos y entre ellos, de quienes se sienten solos. El amor, parafraseando a un autor cuyo nombre no recuerdo, es gratuito, funciona siempre, no crea adicción y mejora enormemente la calidad de la vida de quienes lo reciben como un don y de quien lo otorga. Sería tan sólo necesario combinar lo positivo de una sociedad basada en derechos individuales, que yo aplaudo, con la recuperación de lo comunitario en un plano de solidaridad. En lugar de individualismo poner solidaridad; orientar la autonomía hacia la donación desinteresada y orientar la libertad al servicio de bien del otro. Si la soledad es el sentimiento que surge cuando se constata que no soy nada, no soy relevante para nadie, creo que un antídoto eficaz contra ella será la experiencia de importar a otro, y de importarle mucho. En una palabra, la soledad muere cuando nace el amor. Nada llena más el corazón del ser humano que descubrir que por nosotros otra persona, vive, piensa, trabaja, ofrece, recibe…incluso muere, rodeada de calor.