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En estas páginas ya nos hemos referido a la especial relación que la máxima figura de las letras españolas, Miguel de Cervantes, tuvo con Álava y especialmente la admiración que algunos conciudadanos cultivaron hacia su obra al crear en 1873 la Academia Cervántica Española con ... la tesis de que no fue un antivasco, como señalaban algunos de los que habían analizado su obra, sino un defensor del euskera y de la cultura autóctona. Nos referimos a ello en el artículo de Historias Perdidas 'El culto vitoriano a Cervantes', publicado en 2016 en El Correo Digital. En estas líneas queremos ahondar en otro dato interesante que allí se apuntaba. Hubo un importante hombre de negocios en el siglo XVI, perteneciente a uno de los clanes familiares más destacados de ese tiempo, los Isunza, que contrató al autor de 'El Quijote' como recaudador de provisiones y alimentos para la Armada y lo defendió como «hombre honrado» ante las dudas sobre su comportamiento. Y en agradecimiento, o al menos en memoria de ese gesto, el gran novelista usó ese apellido para uno de los personajes de su novela, 'La señora Cornelia'.
Pero pongamos el foco en el vitoriano que, sin duda, es el personaje desconocido, uno más en un fenómeno curioso. Hubo una nómina inmensa de secretarios, escribanos y administradores públicos vascos que tuvieron una gran influencia en los reinados de Carlos V, Felipe II y los monarcas posteriores. En la biografía 'Vida de Miguel de Cervantes' (1840) que escribe Martín Fernández de Navarrete, un autor también muy vinculado a Álava, ya se apunta al banquero vitoriano como uno de los que contrató laboralmente al creador del Quijote.
Los Isunza, además de una saga familiar, es una calle que fue denominada así el 8 de junio de 1960. Nace en Portal de Villarreal (ahora Legutiano), paralela a la de Reyes de Navarra en su último tramo y concluye en la de Obispo Ballester, en el barrio de Aranbizkarra. Está dedicada, según el callejero de Venancio del Val, a los que fueron ilustres e influyentes vitorianos de tal apellido que destacaron en diversas actividades públicas. Varios de ellos ostentaron los cargos de diputado general, alcalde, procurador general; otros fueron consejeros de Indias, proveedores de galeras o canónigos.
El primero de los Isunzas establecido en Vitoria fue un Martín, que, a causa de los enfrentamientos entre los bandos gamboíno y oñacino, se trasladó desde su solar en Berriz a la capital de Álava con su esposa, María Martínez de Olave, hacia el año 1330.
Uno de sus hijos fue el primero que se casó con una vitoriana o alavesa: María Martínez de Nanclares. Martín fue alcalde en 1440 y un hijo del mismo nombre lo fue en 1490. Tomó parte activa en la guerra de las Comunidades al lado del emperador.
La saga continuó más adelante y tuvo un solar en la calle Santa María, en cuyos terrenos elevó en 1805 el ingeniero Manuel de Echánove la casa que actualmente conocemos, esquina a la calle de la Sociedad Vascongada. Hasta el año 1974 fue muy familiar también una casona en el campo de Arana —junto a la carretera de circunvalación y frente a la calle Zalburu—, cuya fachada presentaba un hermoso, y bien conservado hasta última hora, escudo con las armas del linaje de los Isunza.
Precisamente, el personaje de esta familia que más nos interesa es uno de los que se hizo rico gracias a sus negocios en los Países Bajos. Se llamaba Pedro, nació en 1530 en Vitoria y muy mozo, con apenas 23 años, se instaló en Flandes. Desde 1568 ya es un empresario poderoso en Amberes. Están registrados varios viajes a Vitoria entre 1571 y 1573. En este último año se casó con su sobrina María, hija de su hermano Martín. Estaba considerado como uno de los hombres más ricos de España y era de los que concedían créditos a personajes de la talla del duque de Alba o a los propios monarcas como banquero.
Julián de Apraiz en su obra 'Los Isunza' afirma que «asombra la inteligente y activa laboriosidad de Pedro Isunza, de su elevado criterio mercantil y de sus ideas para mejorar la actividad económica del reino, como la creación de ferias, la imposición de intereses de los banqueros o la creación de bancos en ciudades españolas como existen en las europeas, siempre con intereses moderados, aprobados por el Papa».
Antes que Pedro, su padre, Juan Isunza, ya había comenzado su carrera empresarial en Brujas, donde había llegado a ser cónsul de los vascos en 1543. Probablemente se trasladó luego a Amberes donde se le unió Pedro. Este último aparece en un listado de comerciantes solteros en 1560. Juan fue también otro vitoriano que vistió atuendo de caballero de la orden de San Juan de Jerusalén, en una combinación de noble y comerciante.
Para 1577 Pedro había abandonado Amberes «donde en la mercancía, cambios, seguros de mar y factorías adquirió mucha hazienda». Una vez vuelto a la península se estableció en Madrid donde, dedicado a los cambios y a otros negocios que solía condenar Fray Francisco de Vitoria, llegó a aumentar «de tal modo su hazienda que vino a ser tenido por hombre de trescientos mil ducados y dende arriba, y uno de los mayores créditos de toda la corte entre los tratantes», según le definió el cronista Esteban de Garibay.
¿Cuándo se cruzan las vidas y los intereses del vitoriano y del gran escritor? En su azarosa biografía para ganarse el pan después de luchar como soldado y empezar a escribir, Cervantes había estado a las órdenes del Consejero de Hacienda de Felipe II, Antonio de Guevara (a pesar del apellido nació en Segovia), uno más de una amplia familia de mercaderes vascos afincados en Sevilla. Guevara es encargado de proveer a las galeras de España, es decir a una parte de la flota marina, tan fundamental en aquella época de descubrimientos, exploraciones y de organización de la Gran Armada contra Inglaterra.
Al comienzo de 1589 una sombra de sospecha oscurece la gestión del proveedor real Antonio de Guevara. Le llaman para dar explicaciones de su actuación ante los órganos de hacienda. Algunos de sus colaboradores son acusados de fraude, detenidos, juzgados y ajusticiados en el Puerto de Santa María. Aunque Cervantes nunca se vio implicado en estos hechos la atmósfera de duda que se creó será utilizada por detractores y enemigos.
Quien no dudó fue Pedro de Isunza, fiel y honrado servidor real, nombrado nuevo proveedor de las galeras de España en sustitución de Guevara que morirá en la cárcel. Cervantes trabajará a sus órdenes en otra comisión. El nuevo trabajo llevará al escritor por tierras de Jaén y norte de Granada para requisar otra vez trigo y cebada con destino a las galeras. Y de nuevo, el infortunio le persigue en la villa de Teba (Málaga) donde tendrá que hacer frente a las infundadas y calumniosas acusaciones que Salvador del Toro, receptor de rentas y por ello custodio de una gran cantidad de grano, verterá sobre el ayudante de Cervantes, Nicolás Benito, al que acusa de abusos. No contento con esto extenderá las acusaciones al mismo proveedor vitoriano, Pedro de Isunza.
Estas difamaciones nos han dejado dos extraordinarias cartas autógrafas de Cervantes -se conservan en la Biblioteca Nacional como auténticos tesoros- en las que con decisión y rotundidad sale en defensa de su subordinado (Benito) y con dolor y rabia contenida deja a salvo la honorabilidad y dignidad de su superior (Isunza). En un escrito fechado en enero de 1592 Pedro de Isunza se dirige también a Felipe II para informarle del desarrollo de la provisión de las galeras y le ofrece garantías de los comisarios por él designados »hombres honrados y de gran confianza».
La nobleza de espíritu fluye en cada una de las líneas de estos escritos. Miguel de Cervantes, una vez más en su vida, apuesta por otros, poniendo su propio nombre, fama y estima sobre la mesa.
En 1593 Pedro de Isunza enferma y cuando se siente morir dispone sus últimas voluntades y llama a otro vitoriano que residía en Madrid, fray Francisco de Arzubiaga, que a la sazón ocupaba el cargo de comisario general de Indias en la provincia de Cantabria. El viejo y riquísimo cambista, austero y piadoso, llamaba en la hora que creía cercana a la muerte a un fraile paisano suyo, que vivía en Madrid y que desempeñaba un cargo relacionado con la expansión del cristianismo en América. La escena no puede resultar más estereotipada. El caso es que este mercader católico deseaba erigir un monasterio de recoletos franciscanos, extramuros de la ciudad de Vitoria. El fraile consultado llamó entonces al cronista Esteban de Garibay, que tenía fama de experto en esa clase de fundaciones y aunque el donante no murió por entonces, Garibay dejó dispuesta la escritura pía y un vínculo o mayorazgo, en cabeza de un sobrino de Isunza.
Unos años más tarde, en 1608 -solo han pasado 15 años- se funda el convento de la Purísima Concepción de María en la actual plaza del general Loma, entonces extramuros de Vitoria. La iniciativa corresponde oficialmente a Carlos de Álava, que dejó en su testamento 1150 ducados para las obras que tras su muerte impulsa su viuda, Mariana Vélez Ladrón de Guevara, condesa de Triviana. El convento se termina con muchas dificultades en 1622 pero hasta 165? No entran los llamados franciscanos recoletos. Hubo habitualmente de 12 a 20 religiosos profesor y varios legos y novicios. Este convento con su iglesia fue abandonado en 1835 con motivo de la Desamortización. Hacia 1865 lo ocuparon las monjas de Santa Clara y abandonaron el suyo, cerca del actual parlamento vasco. Llevaban en Vitoria desde el siglo XIII, casi simultáneamente con sus hermanos franciscanos. El primer documento escrito es de 1247, todavía vivía la fundadora de las clarisas: y se trata de una bula del papa Inocencio IV.
Debe haber un nexo de unión que se nos escapa entre el mandato testamentario de Pedro de Isunza (1593) y el de Carlos de Álava (1608) al querer instalar en Vitoria a los franciscanos recoletos, un grupo derivado de la congregación del Santo de Asís, pero constituido por frailes de clausura con un mayor carisma de rigor original, oración y penitencia estrictas, cuando ya había otro convento importante en la ciudad de esta misma orden.
Isunza no falleció en 1593 y en las postrimerías del siglo XVI formaba parte de un gran consorcio que dirigían en Amberes Cosimo Decio y Paulo Francesco, momento en el que se le pierde la pista. Caro Baroja lo ve como «una más en la serie de pálidas, ascéticas y duras figuras de hombres de negocios del siglo XVI, que coronan su vida con la fundación de un convento (recordemos a Ortuño Ibañez de Aguirre y las Dominicas de la Pintorería); que nos hablan de la existencia de un tipo de burguesía, español, reñido con el cliché de hidalgo ensimismado o atento sólo a puntos de honra, que es el arquetipo frente a la figura del protestante con aptitudes para desarrollar el capitalismo».
En torno a la «amistad» que pudo haber entre Isunza y Cervantes, los expertos no se ponen de acuerdo». Mientras Apraiz defendía esa tesis, los actuales investigadores creen que no hubo tal. «No cabe imaginar -escribe a este respecto J. Caro Baroja- ni amistad ni trato familiar entre el rico aprovisionador y el pobre recaudador, muy poco conocido aún como literato».
Otro aspecto al que también hemos dedicado una historia perdida en estas páginas es la participación de los Isunza, Juan y Pedro, en la conspiración de la monarquía española para asesinar a Guillermo de Orange, en la que estaba implicado otro alavés, Gaspar de Añastro Isunza, familiar de los anteriores. Finalmente, el ejecutor, el bilbaíno Jáuregui, criado de Añastro, murió allí mismo y Orange, la bestia negra de Felipe II en Flandes sobrevivió. El tercer Isunza pudo rehacer su vida en la corte española y también fue proveedor de abastecimientos de la Armada.
El sábado 18 de enero de 2025 conocimos por El Correo y gracias al buen ojo de Fernando Tabar que la Virgen que preside el retablo de la iglesia de la calle San Antonio no es una imagen copiada sino la misma que talló el gran escultor Gregorio Fernández en el siglo XVI, la que da nombre al convento de las Clarisas, la Inmaculada Concepción. La historia, que es caprichosa y nunca está contada del todo, nos devuelve ahora dos regalos a los vitorianos. Esta ciudad tiene dos maravillosas Inmaculadas de Fernández presidiendo sus iglesias. Y una de ellas se encuentra en la iglesia del convento que quiso fundar aquel 'amigo' de Cervantes llamado Pedro Isunza y que finalmente patrocinó Carlos Álava muy poquito después. Con el interrogante de que no sabemos de donde sacó el dinero.
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