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Esta es una historia de amor eterno, pues las lágrimas de tinta y sangre derramadas transcienden el tiempo cuando se cuenta en un libro. Un ... episodio de la Guerra Civil en Álava completamente desconocido. Estamos ante quizá el mejor y más completo legado epistolar cruzado de la contienda. Estremece que después de 88 años de estar guardadas como un tesoro familiar las cartas de amor y desventuras de un soldado requeté y de su esposa salgan a la luz en un grandioso relato. Y además es una historia alavesa porque todo acaba en uno de los paisajes más hermosos del territorio, en el valle de Aramaio, envuelto en abril de 1937 entre las brumas del odio y la guerra, entre los zambombazos alemanes de los Flak 88, entre la fe ciega de los requetés y el coraje de un batallón socialista en la cumbre del Tellamendi.
El Tellamendi (también Belamendi) es un monte de 834 metros de altitud que forma parte de un cordal que viene desde el collado de Zabalaundi, al pie del Amboto. En 1935 se colocó una cruz de hierro visible desde todo el valle de Aramaio. Tras la ofensiva franquista y la ruptura a principios de abril de 1937 del frente alavés en los montes Albertia, Maroto y Jarindo, el Ejército de Euskadi se retiró hacia Urkiola, donde había creado una segunda línea defensiva que incluía el Saibigain y montes medianos como el Tellamendi. Mateo Arbeloa, natural de Mañeru (Navarra), sargento de la 3ª Compañía del Tercio Navarra, había luchado durante los primeros meses de la guerra como voluntario carlista en los frentes guipuzcoanos, Oyarzun y Kalamúa, especialmente. Durante la ofensiva de Mola combatió bravamente en el Saibigain y pasó posteriormente a Olaeta para preparar el asalto a las posiciones republicanas en el monte Tellamendi, donde resistía el batallón socialista 'Octubre'.
El 19 de abril de 1937 desde un caserío de Olaeta (Aramaio), Mateo Arbeloa escribe la última carta a su mujer, Josefina Muru, con la que llegó a intercambiarse un centenar de misivas desde que fue movilizado en julio de 1936. Tienen un hijo que nace el 1 de enero de 1936, , Manolín, Victor Manuel Arbeloa, que será un conocido líder socialista navarro en los ochenta del siglo XX. Viven en Mañeru, una localidad cercana a Estella, una de las que más voluntarios carlistas mandó a la guerra. Su entorno es agrario, muy conservador y muy religioso. Hay que leer las cartas para entender lo importante que era la fe entre los requetés y sus familias. Pero es una creencia llena de humanidad, emotiva y sorprendente para un lector actual. «Una fe recia y confiada», apuntan los autores del libro 'Las últimas cartas del requeté', Pablo Larraz y Pilar Sáenz de Albéniz (Editorial Almuzara). «Tan bien como yo sabes que no cae un cabello de la cabeza, ni una hoja del árbol, sin la voluntad de Dios. Y aunque os silben las balas por todos lados, si Él no ha decretado tu muerte ahora, nada temas», escribe Josefina en una de las misivas.
Las cartas de Mateo Arbeloa y Josefina, que constituyen el principal contenido del libro, nos dan una perspectiva de la Guerra Civil intensa y auténtica. Son la mejor manera de tener información, ya que la prensa en ese momento era siempre partidaria y sometida a la censura. Eran también una vía de desahogo y de conexión afectiva con la retaguardia. «En la intimidad del papel, miles de hombres y mujeres recogieron sin censura vivencias de nuestra guerra; también sus emociones: preocupaciones, dudas, miedos anhelos y esperanzas. En periodo tan dramático y extraordinario como nuestra guerra, el valor testimonial de lo escrito para no ser divulgado y desde la incertidumbre existencial nos permite una perspectiva sincera y directa de lo que sucedió entonces, a veces descarnada», añaden los autores.
La última carta dice lo siguiente:
Olaeta 19 de abril de 1937
Mi Josefica amadísima: Ya estarás tardada de que no te escribía, pero yo también ya estaba sufriendo de no comunicarte mis pasos por los mismos sitios de otros días. Mi esposica de mi alma, queriendo escribirte de otro pueblo redimido no ha podido ser, porque este maldito de tiempo nos va a dar más que la tercera parte de la lata. Así que hoy día en que cumplimos los nueve meses (en campaña), y después de bajar del monte hasta el hombro de barro, aunque no tengo muchas ganas de fiestas, por hablar un ratico contigo y enviarte mis más tiernos cariños, lo hago con muchísimo gusto, majica mía.
No sé ni lo que contarte. A aquel monte famoso que te decía la otra vez (el Saibigain), tuvimos que subir otra vez a defenderlo porque los rojos intentaron cuatro veces en subir, haciéndoles las correspondientes carnicerías.
A este otro monte (El Amboto) que hoy hemos bajado, es la tercera vez también que subimos y volvemos por el tiempo. Este es un monte a dos horas de aquí, de donde salimos más de 500 hombres a encontrarnos con los que salen de Mondragón y Vergara y acorralarles así a los rojos, pero las tres veces hemos tenido que volver a este pueblacho, chirriaus y cansos.
La tercera vez lo hemos pagado más. Subimos ayer, como dio buena tarde, creyendo que hoy saldría buen día. Nos quedamos en hacer noche en el monte debajo de las ramas, y hemos pasado una noche de prueba lloviendo y helaos. Gracias a que había mucha leña, y a puro de fuego ya hemos pasado. Como el día ha empezado muy malo, han mandado bajar al pueblo hasta nueva orden, con que fíjate qué días pasamos. Contra más ganas tenemos de marchar de aquí, peor vamos. Malo ha de ser que no aclare el tiempo algún día y , si no, me marcho a casa.
Con estos viajes ya nos ponemos buenos de sardinas y mermelada, y el piojo reina más que las patatas fritas. Lo malo es también por la muda, que no tenemos y se va poniendo negra hasta no ir a otro punto. Calcetines ya tengo, que es más principal, y lo paso peor por no mandarme tú los borceguíes.
¿Ya me escribes o qué haces? Aquí no llega; al menos desde la del mes pasado. Nada más por hoy, mi consuelo. Si esta noche hubieras estado conmigo….ya me hacías buena falta.
Recuerdos a todos. Todos bien. Galdeano y Andueza en el hospital enfermicos. Más les vale.
Cariño mío, adiós, hasta otra. Besos a Manolo y niñera. Te abraza fuertemente tu
Mateo (rubricado)
Miguel y todos estamos por aquí haciendo los mismos viajes»
El monte Tellamendi, posición estratégica y dominante, muy fortificada, era crucial para el avance de las tropas del general Mola hacia Elorrio. Estaba guarnecida con más de 500 efectivos del Batallón Octubre de las Juventudes Socialistas Unificadas, que se habían reforzado con varias ametralladoras.
A las 8 de la mañana del día 20 de abril de 1937 se da la orden de salir de Olaeta de forma apresurada. Era la cuarta vez en ocho días que ocurría lo mismo. Cuatro horas de caminata por collados y barrancos hasta los pies del Amboto, bajo amenaza de lluvia y un cielo gris plomizo. A las 12 el cielo despeja y la artillería alemana emplazada en el puerto de Cruceta, con los eficaces Flak 88, cañones de vocación antiaérea y antitanque utilizados para machacar las trincheras republicanas, comienza a vomitar fuego. A continuación, el Batallón Sicilia intenta llegar a la cima, pero tras dos horas de enfrentamiento y bajo un importante fuego enemigo que provoca una treintena de bajas, se retira. Los requetés, que estaban de reserva en ese momento pasan a la acción a partir de las 14 horas.
La 3ª compañía, en la que está integrado el sargento Mateo Arbeloa, inicia el ascenso hacia las posiciones del Tellamendi sobre las 15 horas. El acercamiento es penoso y lento aunque la pendiente les permite subir a cubierto arrastrándose. Tardan una hora y se acercan a escasos 20 metros de las alambradas y los parapetos del Octubre. Otra compañía de requetés ha podido ascender por la vertiente opuesta. Las otras dos compañías que debían estar en el ataque se han perdido al recibir órdenes confusas. A pesar de todo, a las 16.30 el capitán Ciganda ordena el asalto a la bayoneta y los voluntarios carlistas se lanzan sobre las trincheras defendidas por los milicianos del Octubre. Están tan cerca unos de otros que no da tiempo ni a utilizar granadas de mano. Tras el fuego directo se pasa al cuerpo a cuerpo. Un testigo afirma que ni siquiera se usaron bayonetas. ¡A culatazos! Los milicianos están desconcertados porque les atacan desde dos vertientes y antes de verse copados se retiran. El combate apenas ha durado diez minutos. Con dos compañías, la mitad de sus efectivos, el Tercio Navarra ha logrado desalojar de la cima del Tellamendi a una fuerza superior y mejor posicionada.
Las bajas de los atacantes fueron 36, entre ellos Mateo Arbeloa, que había resultado herido de bala. Su amigo y vecino de Mañeru, Vicente Sesma, yace junto a él muerto por un disparo en la cabeza. Los milicianos dejan 48 muertos y algunos heridos, en su mayoría por la acción artillera que anticipó el ataque. En el parte de operaciones se cita a Mateo Arbeloa como «distinguido por su valor y arrojo en la cima del Tellamendi», junto a siete compañeros. Era la segunda vez en pocos días que se le nombra así. El capellán de la compañía, Andrés Algarra, manifestó años después que Mateo «era el mejor del Tercio de Navarra».
Las circunstancias hicieron que el sargento Arbeloa, tras una primera cura, quedara en la posición cubierto por mantas. Hasta la mañana del día siguiente no fue evacuado a Vitoria. La noche fue fría y húmeda. Este hecho fue transcedental en la evolución de la fatal herida. En aquellas jornadas los hospitales de sangre de primera línea se encontraban colapsados y los centros de la capital alavesa recibían continuas evacuaciones directas desde los diferentes escenarios de combate del frente. Hacía días que los tres principales centros habilitados para heridos en Vitoria –Hospital Militar, Hospital Civil de Santiago y Hospital del Seminario- se encontraban a plena capacidad a causa del ingente número de bajas. Por ese motivo se había habilitado en el Grupo Escolar Samaniego un centro sanitario con capacidad para 400 heridos. Era atendido por médicos del Hospital Militar, ocho enfermeras tituladas pertenecientes a las Hijas de la Caridad, 45 jóvenes voluntarias auxiliares y, desde que comenzó la ofensiva del Norte, otras 22 religiosas josefinas venidas desde Pamplona como refuerzo.
Mateo Arbeloa ingresó en las salas del Hospital Samaniego a última hora del día 21 de abril , con diagnóstico de herida de bala «muy grave», con orificio de entrada en la parte izquierda del tórax y salida por la derecha , y afectación de ambos pulmones. A lo largo de esa jornada, habían llegado evacuados a centros de Vitoria más de 280 heridos, la mayoría de ellos requetés navarros heridos en las tomas del Tellamendi, la cota 484 y el ataque a Los Inchortas.
Mateo recibió la visita de su familia en el hospital. Llegó a ver a su hijo Manuel, de 15 meses, y durante los primeros días se encontraba tranquilo y animado y se pensaba en su recuperación. Pero no se pudo contener la hemorragia y en los siguientes días pasó a situación crítica. El día 24, los médicos avisaron de nuevo a la familia. Entre otros parientes, Josefina también estuvo presente al lado del enfermo.
Mateo Arbeloa murió el 27 de abril sobre las tres de la tarde en el Hospital Samaniego de Vitoria. Su cuerpo fue llevado a Mañeru, donde descansa junto a Josefina Muru, muerta el 28 de marzo de 2002 en Pamplona.
En realidad no es una historia excepcional. Un voluntario con esposa y bebé recién nacido se va a la guerra en julio de 1936 y muere en abril de 1937 en un combate. Lo que la hace extraordinaria es esa historia epistolar, el centenar de cartas cruzadas que guardó Josefina celosamente hasta que en 2001, poco antes de morir, se las entregó a su hijo.
Señala Pablo Larraz en el prólogo de ese libro que ese puñado de misivas muestran de forma sincera y sobrecogedora «dos perspectivas diferentes. Por un lado, la del combatiente que padece las penurias y los horrores de la guerra en el frente vasco; por otra, la de la esposa que, sufriendo de distinta manera, trata de salir adelante desde la retaguardia. Como nexo e hilo conductor de todas ellas el amor sincero, desbordante y apasionado de dos esposos jóvenes y llenos de proyectos e ilusiones que afrontan los trances y los debates internos que emergen ante el horror de la contienda, las ausencias, los ideales y el sentido del deber ». Y todo ello enmarcado en una sociedad agraria, creyente y tradicional de la que formaban parte.
La cruz que desde 1935 coronaba la emblemática cima del Tellamendi, en Aramaio,y que resisitió el bombardeo de los alemanes y el ataque de los requetés, amaneció el 1 de enero de 1977 decorada con una ikurriña, todavía ilegal –fue legalizada 18 días después por el Gobierno de Suárez-. Ya había aparecido otra con anterioridad. Pero aquella vez la Guardia Civil puso una carga de explosivo y la voló, ante la posibilidad de que fuera una trampa, argumento que justificó ante los vecinos que organizaron una manifestación de protesta e hicieron una colecta para restituirla. Luego se comprobó que no había bomba-trampa aunque sí un cable que salía de la cruz e iba a la campa próxima.
Fue repuesta e inaugurada el 17 de julio de 1977. Entonces se recordó a dos de los promotores de la cruz en 1935, el escritor nacionalista José María Azkarraga 'Lurgorri', guipuzcoano pero muy vinculado a Aramaio, y el párroco de Mondragón, José Joaquín Arin. Ambos fueron asesinados durante la guerra por los franquistas.
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