Lección para la política actual
PATXI VIANA
Jueves, 22 de diciembre 2022, 00:30
Mediado el siglo XIX los diputados alaveses protagonizaron, en LAS Juntas Generales de Álava reunidos en Alegría, una acción que Daniel Ramón de Arrese la ... calificó en sus 'Apuntes Biográficos' como acontecimiento de «muy alta significación moral» en una época en la que las ideas conservadoras y liberales crearon una brecha social aparentemente irreconciliable. En ese estado de cosas las posturas extremas del pleno, simbolizadas en Prudencio María de Verástegui y Miguel Ricardo de Álava, se sublimaron en pos de un objetivo común. Tal acción mereció ser registrada en un sencillo documento.
La lección que nos dieron los políticos en aquel mes de mayo de 1863 podría servirnos de modelo para superar la política de confrontación que sufrimos en la actualidad donde el desprecio a la labor del otro, el insulto y el 'tú más' ensombrece con negros nubarrones la dignidad de los representantes de la ciudadanía.
En medio de los múltiples enfrentamientos y sobresaltos de aquella ruinosa época apareció un remanso de entendimiento. Se había superado la 2ª Guerra Carlista y acababa de finalizar la Guerra de África con la paz de Wad-Ras y se caminaba hacia el destronamiento de la reina Isabel II, con la revolución del 1868, que enlazaría con la 3ª Guerra Carlista. A pesar de todo, el sentido común reinó y los diputados alaveses reunidos en la Junta de Alegría nos dieron la más soberbia lección de «saber político y cívico» al reconocer los méritos de los dos diputados generales que más se habían destacado en el servicio a los alaveses. Hablamos de los mencionados Prudencio María de Verástegui (conservador) y de Miguel Ricardo de Álava (liberal), dos figuras que se distinguieron por sus ideas distintas y hasta opuestas, pero que la provincia quiso honrarles no por sus convicciones políticas sino por ser «los dos alaveses que han prestado más importantes servicios al país». El reconocimiento se culminó con la colocación de sendas estatuas de piedra a ambos lados de la fachada de la Diputación Foral.
Todo empezó después de que en 1858 se remodelara este palacio al añadírsele la segunda planta. Se aprovechó ese momento para sustituir los dos leones de piedra arenisca, que estaban muy deteriorados, por dos nuevas figuras. El escultor Carlos Imbert fue el que presentó un proyecto con dos esculturas que representarían a la agricultura y el comercio. Las Juntas lo aprobaron y autorizaron al diputado general, Ramón Ortiz de Zárate, para que adoptase la idea presentada o «cualquiera otra que fuese más a propósito». El diputado consideró que era más importante honrar a personas que a oficios y decidió elegir a dos «ilustres patricios» que, además de representar a las dos corrientes ideológicas reinantes prestaron, mientras ejercieron el cargo de diputados generales, relevantes servicios «no tan solo a la provincia de Álava, sino también a la integridad e independencia de la nación española». Dos glorias provinciales que combatieron respectivamente a una república francesa y al emperador de los franceses.
En 1794 los republicanos de Francia invadieron el País Vasco en el momento que Prudencio María de Verástegui presidía la Diputación por lo que le tocó ponerse al frente de los tercios alaveses. Se trataba de la guerra de Convención en la que los 'sans-culottes' consiguieron llegar a las puertas de Vitoria en 1795. Después vino el ejército de Napoleón y más tarde regresó el absolutismo de Fernando VII. Este es el momento en el que firma el pernicioso 'Manifiesto de los persas'. Lo hizo porque estaba convencido de que era lo más conveniente. Por esta acción será encarcelado en el convento de Santo Domingo cuando los constitucionalistas consigan el poder en el Trienio liberal.
En 1808 las huestes imperiales se apoderan de la península y en 1812 los alaveses pusieron a Miguel Ricardo de Álava al frente de la provincia. Su destacada acción de proteger la ciudad en la Batalla de Vitoria le valió el sobrenombre de 'Salvador de la ciudad'. Pero, con la llegada del Fernando VII se impusieron las ideas absolutistas y los liberales fueron perseguidos. El General Álava fue encarcelado, más tarde condenado a muerte y sus retratos quemados en pública hoguera.
Los diputados de aquel 1863 conocían las opuestas ideas políticas de ambos personajes, pero estaban convencidos de que sirvieron a la patria como mejor sabían hacerlo. Ese fue su mérito. La reflexión final de Ramón de Arrese sobre las dos esculturas que se colocaron ante el Palacio son la prueba de que «en la provincia de Álava no se conoce el exclusivismo y la intolerancia de los partidos» y que por encima de las «opiniones políticas está el amor a los verdaderos intereses del país».
Esta sabia actuación protagonizada por los diputados alaveses queremos completarla con las palabras del historiador Felipe Fernández-Armesto cuando afirma que «hay que respetar los héroes de los demás, aunque sean los enemigos de tus propios antecesores o partidarios».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión