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Como ese 'Nadie' que encarnaba en la pantalla Bob Odenkirk, el protagonista de la última novela de Kepa Murua no tiene ni nombre propio. Lo ... arrebató, igual que las vidas que estorban a sus jefes y sus intereses, aunque él considere que esa violencia de los servicios secretos les aporta una existencia pacífica y tranquila a los ciudadanos. 'Lavas Remi' (El Desvelo Ediciones) apuesta por una innovadora fórmula de poesía y narración y su autor –formado en Historia del Arte y, en su día, editor de Bassarai–, por todo un vuelco en una cultura que «no refleja los cambios que la inmigración ha aportado a nuestra sociedad».
– ¿Cómo surge esta estructura fragmentada para una novela?
– Como sabe, yo les doy a todos los palos, incluso el ensayo. Tenía el personaje y pensaba hacer un desarrollo narrativo. Y me salió la contraposición entre ese asesino y un ciudadano normal, con sus miedos e incertidumbres. Jugué con el formato del diario y con una voz narrativa incluso en la poesía. El ejecutor, en su soledad obsesiva, es un enamorado del pensamiento lógico, con el que analiza el diario que encuentra.
– ¿Él lee y analiza pero sintiéndose superior?
– No tiene problemas de conciencia. Hace el trabajo más sucio para el Estado, para que los inocentes e ingenuos duerman. Tiene una prepotencia increíble.
– Y genera aforismos perversos, con unos sólidos principios. ¿Son propios de un sociópata?
– Y samurai. Mezcla 'El arte de la guerra' con una filosofía muy personal del día a día, de la práctica de la ejecución. No se fía de nadie, sabe que tiene que dejar los sentimientos en un congelador.
– ¿Se resiste a romper esa cadena de frío?
– Tiene algunos recuerdos que le emocionan, como cuando puede sobrevivir gracias a la muerte de un compañero.
– Dibuja un mundo con poderes comandados por psicópatas que, a su vez, emplean a otros psicópatas para «hacer la limpieza».
– Sí, son psicópatas que hacen el trabajo sucio y nunca aparecen en la Prensa.Sólo los hechos, y el ciudadano no sabe interpretar cuando un juez o un testigo desaparecen de la noche a la mañana.
– Dan ganas de decir que menos mal que sólo es ficción, ¿no?
– Sí, pero la realidad supera a la ficción y ésta se mete en la realidad. Coges el periódico y ves casos por todo el mundo en Argentina, en Colombia, con Putin... Lo que me costó fue darle ese aire de generalidad y tuve que estudiar mucho sobre tácticas, cómo hacer la ejecución y usar las armas. No especifico para que el lector pueda ver las cloacas, las sombras del Estado, en cualquier país.
– ¿Ponerse en el lugar de alguien así desde la sensibilidad del poeta ha sido complejo?
– Creo que ese es el gran hallazgo. Cuando vuelve a casa escucha a Bach, toma una copa y reflexiona sobre cómo han ido las cosas. El problema era cómo medir las palabras de ese lenguaje en la poesía o la narración, sobre todo cuando explica su oficio. Tuve que leer mucho, pero tampoco hay que ir muy lejos. Me encontraba por ejemplo una entrevista con un exmiembro de ETA.
– ¿Siempre hay iluminados que se justifican con grandes principios?
– Sí, ahí están la patria y quienes no se sentían asesinos sino ejecutores... Me gustan mucho las películas de espías y de intriga. El personaje tiene que trabajar el anonimato y no soy yo, pero me quité la piel para hablar como él. Con películas de mafiosos, yakuza o libros entre las artes marciales y la filosofía práctica.
– ¿Qué planes tiene para este año?
– Tengo varios libros de poemas ya entregados y uno de memorias. Me gustaría ir despacio. Uno, para liberarme de la pandemia también, se llama 'Canciones para Pau Donés' y tal vez se pueda publicar este año. Quiero parar para saber a dónde voy, porque cada vez tengo más colaboraciones y conferencias. Sobre la mesa tengo una novela de espías para reescribir y he hecho un boceto poético muy fuerte en torno a un duelo, porque ha fallecido mi madre hace dos meses, que se titula 'Orfandad'. Tengo una cosecha muy importante, pero quiero detenerme porque en unos meses cumpliré 60 y quiero buscar cierta calma.
– Uno de los fenómenos que más crecen es la autoedición. Con su experiencia como editor, ¿cómo lo valora?
– Es un asunto complejo, porque cada vez se autoeditan más. No tengo nada en contra de esto, pero me gustaría que los autores supieran que hay una autoedición responsable y otra que es engañosa. Aquí no sólo pierde dinero sino que tiene que hacer un trabajo de difusión en redes, de corrección... que muchas veces no le corresponde. Se mete todo ahí, incluida alguna bonita obra que no suele destacar. Amazon, por ejemplo, no tiene ningún problema en imprimir en Polonia, por ejemplo. Pero la calidad no es como en este (señala su 'Lavas Remi').
– ¿Cómo ve el panorama de las artes plásticas en esta ciudad con tan poco espacio expositivo?
– No veo una gran muestra, aunque la sala de la Vital en Fueros alterna exposiciones muy llamativas. El Artium ha aumentado su público, pero está un poco a desmano de los ciudadanos. La vida social en Álava no mira a la cultura, que deberían potenciar creadores e instituciones, y es un error.No sé si se valoran otras prioridades, pero no me convencen cuando hablan de cultura. Al diputado general, que tiene un discurso muy lógico, no le he visto con un libro bajo el brazo y sí con una copa de vino.
– ¿Hacia dónde apuntamos?
– La cultura es libertad y educación, pero intuyo que Vitoria las está perdiendo: cada vez es más individualista e insolidaria. No tengo datos estadísticos ni soy sociólogo, pero no se puede achacar todo a la pandemia.
– ¿Hay mucha incertidumbre?
– Llegan el Festival de Jazz o el de poesía, pero quedan como pequeños guetos de una gente sobre otra. Hace poco fui a escuchar a un poeta a la biblioteca y éramos muy poca gente. Quizás los agentes culturales e instituciones deban plantearse una serie de cuestiones para hacer las cosas bien entre todos. Y los cambios que ha aportado la inmigración a nuestra sociedad no se reflejan en el enfoque de la cultura, que es algo global.
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