Se non e vero...

Ay, ay, ay, diputado Gurtubai

Domingo, 2 de noviembre 2025, 00:05

El Comité de Ética de la Diputación de Álava le ha dado un buen tirón de orejas a Iñaki Gurtubai (PNV), titular foral de Euskera, ... Gobernanza e Igualdad, tras llamar «tonto» al portavoz parlamentario de EH Bildu a través de las redes sociales.

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Bien es cierto que el diputado Gurtubai corrigió su mensaje de forma inmediata y pidió disculpas al vilipendiado Otxandiano. Aunque como advierte el proverbio, hay tres cosas que nunca vuelven atrás: la palabra pronunciada, la flecha lanzada y la oportunidad perdida -la de callarse, en el caso que nos ocupa-.

Ocurre que el arte de la ironía y de la crítica mordaz ya no se enseña en las universidades. Y que la zafiedad ha inundado no sólo el parqué de la política, sino la plaza pública también, pese a que dispongamos hoy de más herramientas que nunca, a falta de luces para utilizarlas.

Debiera saber nuestro insigne diputado Gurtubai que hoy, en ausencia de inteligencia natural, no hay más que preguntarle a la IA de qué manera referirse a alguien como «tonto» de forma educada, para obtener las pistas necesarias y no incurrir en resbalones dialécticos.

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Puedes usar eufemismos como «ingenuo», «simple» o «despistado», te recomienda la inteligencia artificial. Otra opción es emplear expresiones más sutiles que no usen la palabra tonto directamente, como «te falta un hervor», «no eres el más listo de la sala», «tienes pocas luces», señala. También se puede usar la ironía, como «qué curioso lo que dices» o «tomas decisiones muy creativas», zanja la IA.

En cualquier caso, y dejando a un lado las tecnologías de la información, les recomiendo encarecidamente que acudan al Siglo de Oro, por ejemplo, para disfrutar del pique poético entre Quevedo y Góngora. Verán que no hay necesidad alguna de utilizar munición de grueso calibre, más allá de la ironía más corrosiva y cáustica que imaginarse pueda. Quizás fuera éste el mejor modo de aprender a utilizar nuestra lengua, más allá de las dos mil palabras con que nos desempeñamos para lidiar en esta vida tan carente de matices.

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Recuerdo la anécdota gloriosa de aquel padre que presentó a su hijo a Quevedo, rogándole al maestro que escuchara alguna de sus poesías para que le diera una valoración de su futuro como hombre de letras. A una seña de su progenitor, el niño se acercó temeroso al poeta, abrió sus brazos y declamó con solemnidad: «El cielo nació pariendo estrellas. Uy, uy, uy ¡qué bellas!». Sobrecogido, Quevedo respondió con pesar e inmediatez: «De su hijo no espere ningún fruto. Uy, uy, uy ¡qué bruto!».

¡Ay, ay, ay, diputado Gurtubai!

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