James Joyce con la txapela calada
Una decena de fans de 'Ulises' de la comunidad irlandesa celebran en Vitoria el Bloomsday en honor a la celebérrima novela
Hay que echarle imaginación, pero que muchísima imaginación, para recrear en la muralla de Vitoria, a la altura del palacio de Escoriaza Esquível, esa torre ... Martello que servía de atalaya al gordo Mulligan. Y ni harto de peyote uno podría verse en la playa de Sandymount frente a esa fuente de los jardines de la Catedral, donde se baña impertérrito el cocodrilo de Koko Rico. Pero si James Joyce consiguió llevar Ítaca a la densa Dublín, ¿por qué demonios Vitoria no iba a poder ser escenario de una muy vasco-irlandesa revisitación de 'Ulises'? Ayer, la comunidad de irlandeses lo intentó para celebrar el Bloomsday.
Esta fiesta es una de esas cosas difíciles de entender para el profano medio, una de esas manifestaciones culturales que se mueven en la finísima cuerda floja de la pasión, con serio riesgo de caer en el abismo del puro 'friquismo'. En Dublín, cada 16 de junio casi 50.000 personas recorren sus calles recreando las 24 horas en las que transcurre el 'Ulises' de James Joyce. El asunto es cosa seria para el personal. Para empezar, desayunan riñones de cerdo fritos , igual que Leopold Bloom, 'Poldy' para los amigos, acostumbraba a meterse entre pecho y espalda en su casa, en el 7 de Eccles Street.
Aquí, la decena de admiradores de Joyce de la comunidad irlandesa no llevaron tan lejos su espíritu recreacionista. En el Dublín (dónde iba a ser) apuraban cafés y pintxos de tortilla antes de echarse a las calles de Vitoria para celebrar este día que tiene su réplica en distintas ciudades del mundo. Sin trajes eduardianos pero con sombreritos de paja y camisas remangadas, una inusual letrada pandillita fue recorriendo durante toda la mañana la ciudad imaginando estar en cada escenario de la aclamada novela, que, precisamente, se desarrollaba en la ficción durante un 16 de junio de 1904.
Traducción al euskera
Para el mediodía, ya caía el sol a plomo y lo sensato habría sido buscar refugio bajo la sombrilla de una terraza, con una cerveza bien fría. Pero Seamus McQuaid, John Costello y compañía, con sus sobadísimos ejemplares de la obra, seguían recorriéndose de punta a punta la ciudad leyendo pasajes, en riguroso inglés, de la novela. Este año hasta introdujeron pasajes en euskera de la traducción del libro que firma Xabier Olarra.
Y, sin embargo, a pesar de la devoción que despierta la obra, en realidad y como pasa con el Quijote, no todo el mundo la ha llegado a leer enterita. «Pues la verdad es que no... pero sí vi la película en su día», reconoció Susan Jacques, que llegó de Asparrena para participar en este recorrido en el que James Joyce se caló la txapela. Tampoco le quedaba tan mal.
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