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Maggie Civantos y Salva Reina, protagonistas de la serie. RTVE
Illo, perita

Illo, perita

La crítica de 'Malaka' ·

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Lunes, 2 de septiembre 2019

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El buen costo ha de ser denso y compacto, pero a la vez maleable, lo justo como para poder trabajarlo bien con las yemas de los dedos tras calentarlo con la llamita del mechero. Al encender el peta, el aroma ocre puede resultar algo denso y, a ratos, hasta un poquito desagradable. Así huele 'Malaka'. A canuto. A sobaco. A puchero modesto. A la laca y al tinte barato de las peluquerías de los nigerianos. A todo eso huele la Málaga, alejada de la típica postalita luminosa, que retrata la nueva apuesta de ficción de Televisión Española que ayer inauguró la undécima edición del FesTVal.

Visto el argumento del asunto, existe la tentación de definirla como la respuesta sureña a la exitosa 'Fariña'. Pero ambas ficciones comparten poco más que ese submundo de la droga. Allá arriba, la farlopa. Aquí abajo el costo, el polen, la mandanga. Y ya. Precisamente uno de los grandes aciertos de esta serie es que no busca parecerse a nada. No aspira a convertirse en la enésima versión cañí de 'True Detective'. Tiene referentes obvios, claro que sí, pero también una tremenda personalidad propia, con preciosos destellitos estéticos como esa escena, casi onírica, con un jabalí rumiando al comienzo del primer capítulo. O ese momento tan 'Armas de mujer' pero en tono choni en el que la ex del prota se está quitando los tacones de mercadillo para calzarse unas deportivas tras patearse unas cuantas entrevistas de trabajo.

La historia, bueno, en realidad, no deja de ser la del esperable thriller, más o menos manido, más o menos previsible, alumbrado para una tele generalista. Pero con algún que otro girito sofisticado. Veamos. Desaparece la hija de un empresario de la construcción, se ponen a buscarla y, al rato, aparece un cadáver en el mar. Sospechan de un noviete pijín de la chica metido en drogas, de un 'coach' de pega... y de las pesquisas se encarga una pareja de policías que no se soportan al principio y que luego, tampoco hay que ser muy sagaz para intuir que acabarán la mar de amiguísimos. Ajá.

El gran acierto de esta serie de la que Javier Olivares (padre de 'El ministerio del tiempo') ejerce de 'showrunner', es su universo atractivo, adictivo. Esa Málaga (Malaka, en fenicio) respira un feísmo de verdad, que, al contrario que en otras series que juegan a recrear la misma estética, no parece de cartón piedra. Resulta de lo más verosímil el mundillo de ese hampilla de medio pelo en el que se mueven los personajes, de merdellones -así llaman a los canis, a los quinquis por aquellos lares, apunta el compañero Ramón Albertus- que se pasan los lunes (y los martes, y los miércoles y los...) al sol, de gorrillas y de camelletes cuarto y mitad de costo y pollo de coca.

La ficción descansa en unos personajes complejos, poliédricos. Tan de verdad que, a ratos, se echan en falta unos subtítulos. Resulta deliciosa esa matriarca gitana, La Tota, barriobajerísima, lesbiana, sórdida como ella sola y adicta a las hamburguesas de las de un euro. Esa escena en la que está acariciándole las tetas a una chavalita por debajo de la camiseta o lamiéndole un pegote de mayonesa casera de la nariz es, probablemente, de lo más lesboerótico y normalizador que se ha visto en esta TVE aburridísima en los últimos tiempos.

Los de Televisión Española quisieron mostrar a la prensa los dos primeros capítulos de la ficción. Es obvio que se sienten orgullosos del resultado. Y lo cierto es que es de lo más decente que han paseado las teles por estos lares en estos años del FesTVal. Illo, esta serie es perita. Que, subtitulado, viene a significar que, sí, que estupenda.

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