Será que uno se hace mayor o que de verdad los tiempos se vuelven turbios. Pero cada vez que abro el periódico y repaso los ... titulares me entran unas terribles ganas de refugiarme en el café de la mañana y no salir de casa. Incluso de volverme a la cama y pedir que no me despierten hasta que la cosa cambie.
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Para cumplir con el ejercicio quincenal de hacer de Pepito Grillo en estas páginas, el que firma va recopilando puntualmente noticias. La idea original de esta columna era, con toda la humildad del mundo, hacer un análisis de cómo va la ciudad, sus proyectos, ideas, estrategias y cuitas. Y también, no lo niego, agitar un poco el árbol para provocar alguna reacción, llamada de atención e incluso alguna sonrisa. Pero de un tiempo a esta parte, cada vez es más complicado. No solo por la alarmante falta de ambición de nuestra ciudad, sino porque la lectura de las noticias locales deja una terrible sensación en el cuerpo de que como sociedad nos estamos yendo por el desagüe. Al final, Pérez-Reverte va a tener razón, y ya me fastidia estar de acuerdo con los malditos agoreros.
Veamos algunos de los titulares y temas que han ocupado nuestro tiempo estos días. Por un lado, el incomprensible reconocimiento de la Policía Local de que no puede atajar la delincuencia de las bandas juveniles. Un problema que, aunque sin aportar datos, dicen los uniformados que causa estragos en la ciudad. Y así debe ser, según comentan algunos padres. Parte de la oposición y los propios policías creen que la solución es poner más porras en la calle. Es posible que algo haga. Pero sospecho que el problema está más relacionado con el desarraigo de una parte de los chavales y que la solución pasa por un plan con medidas transversales que incluyan la educación, la cultura, la convivencia y el mejor reparto de oportunidades.
Otros jóvenes, estos dicen que son arraigados, donde causan sus estragos es en el campus de Álava. Sus acampadas, pintadas, contenedores cruzados y amenazas de los últimos meses han provocado un manifiesto de la UPV/EHU para condenar la «escalada de agresiones personales y daños en los bienes públicos». Según el documento, en la casa del conocimiento se producen «repetidos ataques a la convivencia pacífica mediante agresiones verbales y físicas, insultos y amenazas a personas, destrozos de equipamientos y de instalaciones». Esta es la universidad donde hace no muchos años había profesores escoltados e incluso algún alumno. Y de la que muchos se tuvieron que ir por el riesgo literal a ser asesinados. Qué corta es la memoria.
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Seguimos con los titulares. Una vitoriana denuncia que su tío la violó durante 30 años. Otra, de 13 años, se arma de valor y denuncia a su agresor sexual de 21. Un octogenario tocó los pechos a una menor. Otro hombre apuñala a su pareja en el muslo. Otro, de 19 años, sopapea a una chica en la calle y se enfrenta a quienes le recriminan la acción. Y uno más, de 34, agrede a su expareja en una discusión por el cuidado del hijo de ambos. Mientras, la Ertzaintza investiga a tres menores de 13 años por su relación con los chats porno. Está claro que el machismo campa a sus anchas en Vitoria. Violencia y más violencia, en especial entre jóvenes y contra las mujeres, protagonizan nuestro día a día. Y mientras, la Policía Local dice que con los 450 agentes que son, a los que se añadirán 20 o 25 más próximamente, más la Ertzaintza no es suficiente. Puede ser. Pero uno cree que la solución también pasa por una sociedad formada en la erradicación de la violencia y la asunción de que todos y todas somos iguales. Porque solo desde la educación puede nacer el respeto.
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