Vitoria, la ciudad chaquetera
En los últimos diez años, por increíble que parezca, la ciudadanía de Vitoria ha votado en once elecciones distintas. Es posible que haya muchas personas ... que en esta época hayan tenido más citas con las urnas que en Tinder, la famosa 'app' para móviles para ligar que triunfa en estos tiempos. Yo no sé cuántos 'cuernos', ni soy quién para juzgar, ha supuesto esta aplicación en las relaciones locales, pero sí conozco la promiscuidad ideológica de nuestra capital en esta última década. Y da que pensar.
Es cierto que no se pueden comparar unas elecciones locales o autonómicas con unas generales o incluso europeas. Los focos de interés de los votantes son distintos, el peso de los candidatos es diferente, el contexto de cada momento y un sinfín de condicionantes hacen que no se pueda equiparar tal cual los datos de un resultado con los de otro. También es verdad que, en nuestra localidad, las distancias entre los partidos son exiguas y un pequeño aleteo puede modificar el resultado. Pero ha habido cambios sorprendentes y virajes -que se lo digan al PNV en las últimas elecciones- que generan sorpresa y sí que permiten ver una tendencia al caos.
En solo una década, en Vitoria han ganado los cinco grandes partidos. A saber, el PSOE y el PNV se han impuesto tres veces cada uno; el PP y Podemos en dos ocasiones; y EH Bildu ha pintado el mapa de su color en la última ocasión que fuimos a las urnas hace unas semanas en las elecciones municipales. Es decir, en diez años y en función de los diferentes comicios los alaveses hemos sido nacionalistas y no nacionalistas, de derechas y de izquierdas. Progres y conservadores. Una yenka ideológica que no podría encajar en los viejos parámetros de la política.
La política se ha convertido en unas rebajas de lemas donde la ideología y la reflexión han pasado a un segundo plano
Cada partido tendrá sus argumentos para explicarlos. Pero hay un hecho que es transversal a esta situación: la ciudadanía interpreta la política como un producto. Los partidos, los programas, las ideas ya no importan para un sector cada vez más importante de la sociedad. Lo que pesa es el 'aquí y ahora', la campaña de 'marketing' por encima de lo que supone pensar qué necesita esta sociedad, qué puedo aportar desde mi ideología y qué siglas se aproximan más a lograrlo.
En esta nueva política espectáculo pesa más un buen zasca que un dato o un argumento. Hemos llegado a un punto en el que los programas electorales son la letra pequeña del contrato con la ciudadanía en vez de ser las estrellas de las campañas. El objetivo es que nadie se sienta ofendido, molestado por una idea a veces impopular pero necesaria. Todo se encierra en lemas genéricos vacíos de carga ideológica y nada se concreta. Porque lo que importa es vender un producto en vez de construir un país. Y la mejor forma de venderlo es arrasar a la competencia. Es como si las leyes del capitalismo más salvaje se hayan pasado también al mundo de las ideas.
Un 'reality'
Como recoge Manuel Cruz en el libro 'El gran apagón', en la política actual no se pretende la comprensión, sino la emoción, que es la forma que mejor permite la captura de la atención de una ciudadanía desbordada por la enorme cantidad de mensajes que recibe. La razón, la ideología, ha pasado a un segundo plano. En este contexto, la política viene a ser el equivalente al departamento de producción de contenidos de las empresas de comunicación. Y en función de quien capte más audiencia, se inclina la balanza electoral.
Con estos bueyes, es normal que el arado en Vitoria -y en muchísimas otras ciudades- salga torcido y que cada campaña se haya convertido en unas rebajas de lemas donde lo que cuenta es ir a la moda y no, por terrible que suene, ser coherente cada uno con su pensamiento y su ideología. Esto último obliga a meditar y, en cambio, convertir la política en un 'reality' en el que echamos a alguien del plató es mucho más divertido. Aunque por el camino, mientras comentamos la actualidad, la realidad ha hecho que perdamos las ideas y, por consiguiente, la libertad.
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