La futbolización de la política
Los partidos se han llenado de estrategas del regate corto para ganar fans en vez de votantes
Hay un fantástico 'sketch' de 'Les Luthiers', titulado 'El vals del segundo', en el que los cómicos argentinos enumeran una serie de supuestos compositores de ... música clásica como si fuera la alineación de un equipo de fútbol. Al final, el tono en el que se dicen las cosas nos lleva a un ámbito o a otro y, en este caso, los geniales actores van mencionando los nombres de los músicos con ese soniquete característico de las retransmisiones deportivas. La gracia del número, que obviamente leído no tiene ninguna, es descontextualizar algo que se supone tan serio como la música clásica a través de la futbolización del discurso. De verdad que, escuchado, funciona.
Pues bien. A nuestra política nacional, y también a la madrileña, le pasa lo mismo. El tono que la preside en tribunas y titulares no es el que le corresponde. Pero esta vez, no tiene ninguna gracia. Hemos conseguido, como sociedad que consume política en vez de ejercerla, que la contienda entre partidos e ideologías se haya convertido en un 'clásico' futbolero permanente entre dos aficiones irreconciliables. Desde hace ya unos lustros, la política es un 'play-off' interminable en el que solo cabe ganar eliminando al rival. Gobernar no es solo gestionar, es levantar el trofeo para gloria de los propios y escarnio de los rivales.
Los principales factores, en mi modesto juicio, pueden ser tres. Primero, la desafección de la política. Los múltiples y sonrojantes casos de corrupción, las corrientes 'familiares' dentro de los propios partidos para controlar la democracia interna y las sucesivas crisis económicas con una gestión desde las instituciones tan contestada socialmente han puesto a toda la clase política en el ojo del huracán. Desde hace muchos años, ejercer la política está mal visto. El político ha dejado de ser percibido como la solución para ser tratado como el origen del problema. Una sensación aumentada por los populismos para, ofreciendo el bálsamo de Fierabrás, captar a los desafectos.
Segundo, la crisis de los medios de comunicación. Tanto la económica como de credibilidad, heredera de la anterior. La falta de un agente asumido por todos que decodifique, tamice, ordene y contraste los mensajes hace que valga lo mismo un titular de este diario, redactado siguiendo los preceptos de la profesión, que un 'tweet' de un imbécil. Ahora, un tonto con un 'WordPress' que sepa más de algoritmos que de periodismo llega a más gente que un reportaje sesudo elaborado con todos los criterios éticos y deontológicos de un medio serio. Y muchos grupos editoriales, para competir contra eso, han dimitido de su función de árbitro y han caído o bien en la información 'low cost' o bien, directamente, en la tendenciosa, que también es bastante barata.
Pensar diferente
Tercero, la infantilización de la sociedad, incapaz cada vez más de analizar y retener mensajes complejos y ávida de información de consumo inmediato. Lo que un amigo llama el 'fast food' del intelecto. Cada vez buscamos mensajes más rápidos, cómodos y que refuercen lo que pensamos. Que alguien piense diferente, nos incomoda. Es una tendencia global ahondada por el peso de las redes sociales. Y son de sobra conocidos los casos de manipulación a través de estas plataformas.
Con este caldo de cultivo, los partidos se han llenado de estrategas del regate corto para ganar fans en vez de votantes. Así, se ha construido todo un enjambre de mensajes inmediatos que se multiplican a través de los canales propios, que se replican en los medios -por llamarlos de alguna forma- afines y que consisten, generalmente, en ensalzar al club-partido por encima de todo, y en especial a su jugador-cabeza de cartel; y, por supuesto, en destruir al adversario, que en vez de ser un compañero es un rival a batir. Lo vemos cada día en las redes. Y, lo que entristece más, en muchos titulares. ¿O acaso hay alguna diferencia en el tono, rigor y forma de los mensajes de Marca y Mundo Deportivo con los de algunas 'cabeceras afines' que suponíamos serias? Nos han metido un gol.
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