Un cliente abona su consumición a través de su teléfono. Igor Martín
Cosas veredes

Cuatro cosas que me sorprenden de Vitoria

Domingo, 3 de septiembre 2023, 00:17

Decían hace años los técnicos del Ayuntamiento, aunque ignoro si lo mantienen, que en septiembre bajaban las quejas ciudadanas en ese Twitter local que se ... llama 'Buzón ciudadano' y que habita en la página web del Ayuntamiento. La razón que aducían era que la comparación con otros sitios visitados en vacaciones nos hacía ver lo bueno y bonito que tenemos por aquí y que, por lo tanto, los motivos de queja se diluían como azucarillo en mojito de chiringuito.

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Y es que cuando uno se va de merecido descanso, tiene la oportunidad de ver y vivir otras realidades en aquellos lugares que visita. Obviamente, no se puede comparar entre localidades de países de diferentes culturas o niveles económicos, pero si uno se mueve por ciudades europeas de más o menos nuestro nivel o por capitales españolas, es imposible no fijarse en las diferencias que hay con nuestra Vitoria ensimismada.

Así que, aun a riesgo de enfadar a aquellos que se den por aludidos y a quienes están convencidos de que nuestra capital es como esa famosa marca de espárragos navarros, aquí van algunas cosas que suceden en Vitoria y a mí, por lo que sea, me sorprenden.

«Lo de no poder abonar con tarjeta cualquier cantidad debe ser cosa de la idiosincrasia local»

Primero, en esta ciudad hay una reticencia en parte del comercio y la hostelería al pago con tarjeta que es difícil de ver en otras latitudes. Cuando no está estropeado el datáfono, te exigen una cantidad mínima para el abono o, directamente, no existe la posibilidad de pagar electrónicamente. La excusa siempre es la misma: las altas comisiones bancarias. Pues bien, o fuera de aquí la banca es menos usurera, o bien aquí se negocia mal. Por no decir que hay alternativas de datáfonos libres de comisiones. Así que lo de no poder abonar con tarjeta cualquier cantidad debe ser cosa de la idiosincrasia local.

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Seguimos. Esa misma peculiaridad que vivimos a orillas del Zadorra con las dificultades de pago electrónico se extiende a las terrazas de la hostelería. No me voy a extender en algo que ya diseccionó fantásticamente mi alterno de columna, y buen amigo, Juan Carlos Alonso en su artículo 'Terrazas y paracetamol'. Pero, por si no lo recuerdan, allí glosaba la incomprensión de que en muchos bares no haya nadie, ya no que atienda y lleve las bebidas a los veladores, sino que directamente ni siquiera los recogen y limpian y ceden esa competencia a los clientes. Por cierto, gloria eterna a quienes sí lo hacen, que tampoco hay que meter en el saco a todos.

El tercer asombro me llega con los horarios de las cocinas. Aquí nos creímos lo de ser europeos y parece que hay que cenar a las 8 de la tarde. Es incomprensible que uno de los reclamos en los que las instituciones se gastan una pasta para promocionar nuestra tierra sea la gastronomía y que esta se cierre tan pronto tanto al mediodía como, sobre todo, por la noche. En la memoria de todos están algunos eventos que acaban casi con el cambio de día y que dejan con hambre a los visitantes que desesperados buscan un local para poder cenar.

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Va la cuarta incomprensión. Un clásico sin solución. Por la noche, especialmente los fines de semana, es más fácil volver a casa detenido por la policía o en una ambulancia que en un taxi. Incluso es más probable que te caiga un rayo al levantar la mano para parar uno que quien lo conduce haga siquiera el ademán de mirarte. Jamás entenderé ni las exageradísimas tarifas que se cobran, ni la falta de coches por la noche, ni tantas cosas que afectan a este sector. Por no hablar de alguna 'amable' operadora de las que atienden su teléfono. Aún comprendo menos que ningún Gobierno municipal o grupo de la oposición haya tenido el valor de proponer solución y plantar cara a esta mala calidad en la oferta de un servicio público.

En definitiva, que llegado septiembre, y siempre y cuando no nos miremos al ombligo, el riesgo de comparar nuestra ciudad con las que hemos visitado en vacaciones puede ser para bien, y hay miles de cosas que son excepcionales, como para mal. Y esta vez, será porque la vuelta al trabajo nos cuesta o por este cielo gris y su termostato estropeado, me ha salido la vena gruñona vitorianista… Y ha sido, como casi siempre en esta ciudad, para mal.

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