Cosas veredes

Los comerciantes vitorianos que mataron al comercio de Vitoria

Cuando las persianas chirrían conforman plataformas y llaman al Consistorio aunque quienes de verdad tienen la llave son ellos

Domingo, 1 de octubre 2023, 00:06

Una de las cosas que más rabia y envidia me da al pasear por otras ciudades es comprobar como, en su gran mayoría, tienen infinita ... más vida comercial. Da igual que sean poblaciones medianas como Torrelavega o Aranda de Duero; ciudades similares, como Logroño; o urbes más grandes como Madrid. Sí, incluyo a Madrid porque no me vale eso de que la capital del Reino es incomparable. En la mayoría de sus barrios, como por ejemplo Aluche, vive mucha menos gente que en Vitoria, no los pisa un turista ni por equivocación y tiene más comercio que cualquier calle de la bella y ensimismada capital alavesa.

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Aquí, el único comercio que queda en muchas calles es el de las lonjas vacías. Carteles de 'se vende o se alquila' por doquier, amarillentos por el tiempo y cuarteados por la humedad. Anuncios inmobiliarios que el viandante sabe que se caerán de viejos, porque nadie llamará nunca para preguntar por el precio igual que nadie escribe a Brad Pitt o a Scarlett Johansson para pedir una cita. En ambos casos, las posibilidades de éxito son las mismas y es mejor no intentarlo por miedo a hacer el ridículo que lanzarse y quedarse con cara de idiota.

Razones, hay muchas. No se puede señalar en una sola dirección. En los barrios nuevos, una de ellas es la bajísima densidad de edificación. Edificios de cuatro o cinco plantas en calles anchas que, además de ser un tremendo disparate ecológico, jamás darán un volumen de población suficiente como para que los negocios sean prósperos. Lo vimos en Lakuabizkarra e Ibaiondo. Pero por si no nos quedó claro, lo repetimos en Zabalgana, Salburua y todos esos distritos satélites de Arkaiate, Borinbizkarra y, disculpen, como sea que se llamen cada uno de los nuevos polígonos, todos ellos iguales entre sí.

Sin embargo en otros barrios, los llamados dorados o en el mismo Centro y Ensanche, el solar comercial es casi similar. Algo más hay, pero no como para generar un tejido que dé vida y personalidad a las calles, empleo a los emprendedores y trabajadores e impuestos a las arcas municipales. En este caso, se podrá echar la culpa al Boulevard o al Gorbeia; a Amazon; a El Corte Inglés; al tiempo meteorológico; o a la personalidad de los habitantes de nuestras calles, parece que tímidos hasta para comprarse unos pantalones. Todo serán excusas. En el resto de ciudades hay centros comerciales, tienen internet, hace frío y los vitorianos, aunque nos gusta pensar que somos diferentes, tenemos los mismos usos y costumbres que un tipo de, imaginemos, Guadalajara.

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El verdadero hecho diferencial vitoriano es el precio de los locales de alquiler. Hace unos días, una amiga me contaba que la tienda en la que trabajaba en la calle General Álava pagaba de alquiler por unos 150 metros cuadrados la friolera cantidad de 16.000 euros al mes. Con eso de la crisis de la pandemia, el precio se había reducido considerablemente, pero manteniéndose en todo caso en cifras vergonzosas. Dígame usted qué negocio local -incluso qué franquicia- puede asumir ese gasto desorbitado más propio de la Quinta Avenida que de esta calle. Me muero de risa cuando alguien de forma cursi se refiere a esta arteria como la milla de oro de la ciudad. Quizás sea de metal precioso para los dueños de los locales, porque para el resto lo mejor sería llamarla calle Andén, un nombre más ajustado a su realidad diaria.

Curiosamente, los propietarios de esas lonjas son los antiguos comerciantes que las habitaban. Los que vivimos en la Vitoria de los 80, tenemos todavía en la retina el recuerdo de tiendas y comercios en la calle Dato, San Prudencio. Fueros, Postas o la mencionada General Álava. Por no hablar de Domingo Beltrán, Francia, Gorbea, u otras muchas en los barrios. Librerías históricas, moda, zapaterías, panaderías, manualidades, ultramarinos, regalos y hasta cines. Aquellos dueños, todos insignes e históricos comerciantes locales de nombres conocidos, bajaron la persiana para hacerse ricos con el boom inmobiliario y vivir a costa de las rentas.

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En aquella época, nunca se quejaron de que el centro se moría. Ahora, cuando las persianas chirrían por la falta de uso, conforman plataformas y llaman al Consistorio en busca de culpables y, quizás, soluciones. Aunque quienes de verdad tienen la llave para que Vitoria vuelva a lucir como una ciudad con atractivo comercial son ellos. Simplemente, dejando su avaricia a un lado y apoyando y ayudando a quien quiera abrir un negocio. Si lo hacen así, con el tiempo, ganaremos todos y ellos, de nuevo, seguramente serán los que más.

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