Torre de San Juan en Laguardia. josé miguel rodríguez

Dos iglesias con embrujo en Laguardia

Miércoles, 28 de julio 2021, 00:28

Aquella doctrina que predicó Jesús de Nazaret por las resecas tierras de Galilea y Judea en los primeros años del siglo I desencadenó una de ... las mayores revoluciones conocidas. Con el transcurrir del tiempo, reyes, nobles, artesanos o labriegos la abrazaron con fervor. En los albores del medievo, en los reinos de España se construyeron multitud de monumentos para glorificar al Todopoderoso. Y en Laguardia sobreviven dos: Santa María de los Reyes y San Juan. Repasar su trayectoria es evocar la historia de la villa.

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El 25 de mayo de 1164 Sancho el Sabio de Navarra otorgó el fuero a Laguardia. Mucho antes, en este cerro azotado por los cuatro vientos, había un poblado de muy poca importancia (datos obtenidos del Catálogo Monumental Diocesano de Vitoria). Pero Sancho Abarca «rodeó la villa de sólidas murallas y levantó un castillo prácticamente infranqueable dada su posición estratégica en las luchas medievales».

Por aquel entonces «existía un pequeño templo -donde antaño estuvo enclavado el preventorio- dedicado a San Martín. Fue declarado juradero y era muy visitado por la nobleza. Al mismo tiempo, se estaba construyendo en la zona norte de Laguardia otro en honor de la virgen María». El primero de ellos «por la falta de datos fehacientes» quedó sumido en un gran misterio. Está datado que «siglos más tarde, en el XVI, quedó relegado a una mera ermita».

Respecto al que hoy denominamos la iglesia de Santa María de los Reyes son muchos los historiadores cuyas referencias recogen los Archivos Diocesanos. «Fue un monasterio o una abadía, probablemente de monjes guerreros». Y tiene su lógica esta apreciación ya que en sus aledaños «se estructuró una torre-castillo, para ser habitado y tiene esculpida una imagen del Salvador y otra de San Benito en una de sus fachadas y que al día de hoy se le llama la Torre Abacial».

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Las vicisitudes de Santa María de los Reyes y San Juan marcan la historia de la villa

«El antiguo templo se llamaba abadía y su párroco denominado abad. En el siglo XVI se derriba esta vieja alhaja». Viene a confirmarse esta afirmación «con la boda de Blanca de Navarra con Sancho el Deseado de Castilla, en la cual firman como testigos D. Lope, Prior de Laguardia, P. Moret, Ángel de Apraiz y Durando, el abad de Santa María». Este vínculo matrimonial sirvió preferentemente para que el Reino de Navarra -mientras Rioja Alavesa estuvo bajo su custodia-, y Laguardia, mantuviesen una relación fraternal y fluida»

La vetusta iglesia mantiene una fuerte preponderancia del gótico. Aunque se pueden vislumbrar pequeños retazos del románico. Su esplendor viene de la mano del majestuoso pórtico gótico policromado admirado por propios y extraños. Su mecenas, Carlos III el Noble, casado con Leonor de Trastámara, fue uno de los impulsores de la construcción. La declaración que llevó el académico Chueca es altamente elocuente sobre la belleza del mismo «por su importancia, por sus temas iconográficos, por el valor de sus esculturas en la que destaca la figura de la Virgen en el mainel, y el apostolado en sus jambas, es seguro la mejor portada monumental del siglo XVI en toda la Península».

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Por aquella época la jurisdicción de Laguardia estaba plagada de numerosas ermitas. Pero más tarde todas ellas fueron pasto del saqueo y derruidas. Sus lastras se utilizaron para levantar casas. El templo de San Juan se ubica al sur de la villa de Laguardia. Su construcción se desarrolló durante los siglos XIII a XIV. «Su obra arrancó en estilo románico y finalizó en gótico y como todos los templos fortificados de aquella época su construcción fue muy lenta y costosa». En ella destaca una portada románica labrada en piedra, 'el rincón de los abuelos', en la parte sur, donde los viejos del lugar buscaban con deleite los rayos invernales del sol. Era un punto de encuentro para los mayores.

Su conjunto, pese a las tropelías que se llevaron a cabo en él, es digno de admirar. Todas sus piedras rezuman historias de un pasado muy lejano. A destacar su sacristía. En su interior se reunía el concejo con los vecinos de la villa para acordar todo tipo de decisiones. En la capilla de la Piedad reposan los restos del insigne fabulista Félix María Samaniego, que fue enterrado a primeros de agosto de 1801.

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Adosado al poniente, donde se daba acceso a la entrada de la iglesia, se hallaba un pórtico gótico, con una virgen sobre una pilastra rodeada de los apóstoles, que desapareció sin saber cómo ni porqué. En ese lugar se edificó una capilla para honrar a la Virgen del Pilar, entre los años 1732 y 1741. La imagen en su sitial, de pie, alargada y estrecha, tiene un gran encanto. Rostro ovalado, con los ojos rasgados y las cejas muy arqueadas. Policromada. El niño sentado sobre el brazo izquierdo materno. Una estampa idílica y que «el pueblo de Laguardia le profesa una gran devoción». De su conjunto medieval destaca el torreón de San Juan que fue un castillo, al igual que la torre abacial de Santa María, que sirvió para defender la fortaleza; y de la cual se mostraban muy orgullosos los reyes de Navarra.

En el siglo XIV en ambos templos y bajo sus tarimas, y en sus alrededores, se enterraba a los muertos. Con la creencia de estar así más cerca del Altísimo. Anexo al coro, existían osarios donde se depositaban los huesos de aquellos que murieron con la esperanza de la resurrección; y para ir dejando sitio a los que perecían posteriormente. Sin embargo, el hedor nauseabundo que se instaló en las iglesias a principios del siglo XIX determinó la prohibición de dar sepultura a los cadáveres en los templos. Conviene recordar que antiguamente hebreos, griegos y romanos llevaban a sus difuntos fuera de las ciudades y pueblos a darles el último adiós.

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Finalmente, las torres de las dos iglesias, con sus almenas y saeteros, se convirtieron en campanarios y el eco de los badajos llamaban al pueblo a los santos oficios, a la fiesta, alertaban de un fuego, marcaban los cuartos y horas... Hoy todavía se utiliza su repique en las festividades y para el sobrecogedor 'toque a muerto' que aún nos hace preguntar: ¿Por quién doblan las campanas?

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