«Hay vida en Venus». Cuando todos los ojos miraban a Marte, donde parece que hay un enorme nicho de negocio en cuestiones como la ... extracción de minerales estratégicos y lindezas semejantes, resulta que algún astrofísico despistado acaba de constatar que hay vida en este planeta de nombre mitológico ciertamente sugerente.
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Desde tiempo inmemorial sabemos que el hombre no explora por placer. Eso sólo lo hacen los miembros de las venerables Sociedades Geográficas, y por aquí los de la Excursionista y cuatro aventureros como Miguel Gutiérrez. Porque cuando una gran potencia fija su vista en Marte viene a ser como cuando un león ve al ñu cojo de la manada: sólo quiere pillar cacho. Así, identificado el objeto de deseo, todos los cálculos dejan de lado la astrofísica o la aventura, y pasan a ser los economistas los que abordan el análisis del coste/beneficio de la inversión y la expectativa de negocio.
A Marte sabemos que quieren llevar excavadoras, científicos, putas y crupieres. Las primeras, esas Komatsu, Caterpillar o Kubota gigantescas con enormes ruedas Michelin, para abrir tajos y deconstruir el planeta cavando, perforando, y horadándolo todo. Que ríete tú de la cantera de Olazagutía. Los segundos, los biólogos y botánicos, para plantar lo que vayan a necesitar comerse los operarios de grúa, mineros y demás para reponer fuerzas tras la jornada. Las terceras y los cuartos para cerrar el círculo vicioso y hacer que los salarios retornen a sus empleadores. Vamos, que Marte es un nicho de negocio como lo son Alaska o Siberia. Allí, como en el Far West o en la política, todo el mundo acude a ver qué se le ofrece.
En cambio Venus, ¿quién coño sabe algo de Venus? Dos cosas y listo. Una, el nombre del evocador y singular monte entre cuyas sendas todos hemos soñado perdernos en alguna ocasión. Y dos, la canción de Mecano, que cantaba Ana Torroja, que nos recordaba aquello de «sabes que nunca has ido a Venus en un barco. Quieres flotar, pero lo único que haces es hundirte».
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Cuando un lector poco avisado lee un titular semejante --«Encuentran vida en Venus»- se imagina a extraterrestres circulando por la superficie del planeta, y se pregunta si será como los que tan a menudo se ponen en contacto con Iker Jiménez y gentes de similar potencial comunicativo con el más allá como Jiménez del Oso o Juan José Benítez. O si los alienígenas serán más como ET -rechonchos y cabezones-, como los de Encuentros en la tercera fase -alta y delgada como tu madre, morena salada- o como los de Alien -terroríficos y letales-.
La cosa, por el contrario, es más pedestre: sabemos que Venus ha saltado a los titulares simplemente por ser un planeta hediondo. Y el hedor ha llegado hasta la tierra gracias a los más modernos telescopios electrónicos. La pregunta surge a renglón seguido, ¿y cómo demonios pueden llegar hasta nosotros los efluvios y tufos venusianos desde los confines del sistema solar? Pues muy fácil. Sabemos que Venus huele a pedo porque los científicos han hallado 'fosfina' en la atmósfera del planeta. Chúpate esa.
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-Y ¿qué es eso de la fosfina?, me pregunta Manolo por darme carrete cuando le cuento estas cuitas en el bar para acojonarle con mi conocimiento del negociado. Pues un derivado del fósforo, le digo, del que sabemos que huele que apesta y unas cuantas cosas más. Se trata de un gas incoloro y tóxico con olor a ajo o pescado en descomposición. Al parecer se ha utilizado en el pasado como arma y también como insecticida. Y sabemos además que la fosfina es parte del residuo que deja la producción de metanfetamina. Cuando leí esto, he de confesarles que algo me olió a chamusquina con el pestiño de Venus. Que todos estábamos mirando pa' Cuenca y resulta que el lupanar espacial estaba en la dirección opuesta, fabricando cristal a tutiplén.
Bien mirado, puede ser que se haya destapado un tremendo negocio en este planeta de nombre tan seductor. Y, llámenme malpensado, pero no sería descabellado pensar que alguien montó allí un tinglado de producción de metanfetamina, primera hipótesis que manejo, como el que tenía el calvo de la serie Breaking Bad -si no la han visto, se la recomiendo-.
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Allí, a cubierto de los federales y de la DEA americana habrían montado un laboratorio de 'cristal' de dimensiones colosales para abastecer el vicio creciente de los terrícolas. Y la fosfina es el residuo, la traza, la pista que podría haber destapado el negocio. Porque, si por el humo se sabe dónde está el fuego, por la fosfina encuentra la policía los laboratorios clandestinos de metanfetamina.
Con sinceridad, no sé cuál de las hipótesis que se barajan en el mundo científico les parece más plausible para explicar que Venus huela a chamusquina y que su atmósfera esté llena de fosfina. Personalmente, me hace sospechar el hecho de que uno de los primeros efectos del coronavirus que asola nuestro planeta sea el de la pérdida del olfato. Quizás exista una conspiración para evitar que el olor de la fosfina -hasta ahora desapercibido- sea detectado por el común de los mortales y de ahí la aparición de la covid-19 para evitar que nos cosquemos de lo que se cuece en Venus.
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La humanidad lleva cientos de años empeñada en erradicar los malos olores. Para ello creó perfumes, desodorantes, antitranspirantes, esos pinos horribles para colgar en el retrovisor del coche o los ambientadores de baño de diferentes y persuasivos aromas. Ahora Venus se manifiesta y se hace presente por la peste de la fosfina que anida en las nubes perpetuas que llenan su atmósfera y dan fe de la existencia de vida.
En Vitoria siempre hemos vivido de espaldas a Venus. Si uno clica en Google y pone «Venus Vitoria» sólo le sale una peluquería en Zaramaga. Si clicas Venus, a secas, lo que más salen son moteles. Si la diosa del amor, la belleza y la fertilidad de la mitología romana que fue Venus levantara la cabeza no sabría qué pensar de la que se está liando con el planeta que lleva su nombre. Y no por su belleza, particularmente, sino por la peste a pescado podrido. Y es que, al parecer, los años no pasan en balde ni para ella.
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