Una institución centenaria. Acceso al edificio principal de la Fundación Molinuevo hace medio siglo.Photoaraba y Archivo municipal/Ceferino Yanguas
El hospital de los niños pobres de Vitoria cumple 100 años
Un siglo de la Fundación Molinuevo ·
La vitoriana Ángela Molinuevo dejó en herencia dinero para construir una pionera residencia donde cuidar a los más desvalidos. Hoy sigue en pie gracias a Egibide
Hay gestos por inusuales que deberían recordarse eternamente por la generosidad de quienes los tienen y como ejemplo también de lo mucho que vale hacer el bien. Es el extraordinario caso de la dadivosa dama alavesa Brígida Josefa Ángela Molinuevo y Longuebau (Vitoria, 1845-Madrid, ... 1919), tía del abogado y alcalde Guillermo Elío, una mujer que donó parte de su patrimonio a beneficio de su ciudad natal. La benefactora dejó escrito a su muerte, a los 84 años, que se destinara su fortuna a la construcción de un hospital para niños de familias pobres y curas sin recursos. En 1920 no había un centro asistencial específico en Vitoria. El Hospital Civil de Santiago sí atendía a los adultos, pero no a los críos, y la sociedad demandaba cuidados para la población más menuda aquejada de enfermedades y epidemias graves. Así se cumplió la voluntad testamentaria de la bienhechora, que también era el deseo de su marido, Juan Cavero y Llera, fallecido antes, a cuya memoria honró ella con las debidas cesiones dinerarias al Obispado para la ejecución a partir de 1921 de la obra caritativa.
El matrimonio Molinuevo-Cavero destinó de su herencia dos millones y medio de pesetas y 150 acciones del Banco de España a la residencia que pasaría a denominarse Fundación Molinuevo. Hoy todavía perdura, aunque con un cometido distinto, el de centro educativo de Formación Profesional de Egibide. Tiempo después, cuando se escrituró la concesión de las propiedades de la pareja, los albaceas de doña Ángela, Francisco Ponce de León y Narciso Ruiz de la Bellacasa, realizaron una segunda entrega a la Iglesia con las mismas cantidades. La suma de tan generoso ofrecimiento para la atención de los desprotegidos benjamines y sacerdotes de la diócesis ascendió finalmente a cinco millones de pesetas y 300 títulos de la entidad bancaria.
Niños ingresados en el hospital junto con representantes del clero, médicos, monjas y familiares en 1935.
Photoaraba y Archivo municipal/Ceferino Yanguas
Se eligieron unos hermosos terrenos al norte de la capital, en la periferia, en la calle Francia (hoy, San Ignacio de Loyola), antes de llegar al barrio de Santa Isabel y al cementerio, después de descartarse el cercano solar del convento de Santo Domingo, frente a la Fuente de los Patos. La parcela ofrecía una generosa superficie de 40.000 metros cuadrados, espacio suficiente para albergar las instalaciones que diseñó el arquitecto local Cesáreo Iradier, quien años antes había proyectado el Nuevo Teatro (Principal) en la calle San Prudencio, y construyeron los contratistas Ricardo López de Uralde y Salustiano Mendía. En aquellos años, Iradier también levantó viviendas de distinguidas familias de la capital.
El 7 de agosto de 1921 se puso la primera piedra pero el moderno centro, uno de los primeros hospitales infantiles de España, no se inauguró hasta cuatro años después. El 11 de enero de 1925 abrió con una solemne misa oficiada por el obispo, el agustino Fray Zacarías Martínez, y presencia de las autoridades, agasajadas en la visita con pastas, licores y habanos surtidos por el café Suizo Moderno. Ayer se cumplió un siglo de la efemérides.
El 11 de enero de 1925 se abrió en una parcela de 40.000 metros cuadrados de la periferia uno de los primeros infantiles de España
El sanatorio disponía de consultorios médicos, cirugía, estancias aisladas para infecciosos, lavabos, comedor, amplias galerías, terrazas, sala de juegos y un enorme jardín con huertas... Lo formaron cinco pabellones. El central albergó la capilla a donde se trasladaron los restos mortales del matrimonio fundador, de acuerdo a sus últimas intenciones. Con el tiempo, la pequeña iglesia se suprimió y los panteones de Ángela y Juan se ocultaron tras un tabique. También se dispuso entonces de servicios administrativos, despachos médicos, sala de juntas, ropero, cocina y botica. Constaba de sótano para calefacción, carbonera, leñeras, despensa, almacenes y cuartos de la dependencia. En la planta principal se instalaron las ocho hermanas de la Caridad de Santa Ana elegidas por Molinuevo para el cuidado de los ingresados y las atenciones de la casa, sacerdotes enfermos, capellán, jefe-médico y administrador. En el piso superior se habilitaron las habitaciones de los niños menores de 10 años, hasta un máximo de treinta. «Había siete enfermitos con quienes conversó el Sr. Obispo con cariño de padre. Las criaturas tenían sus camitas convertidas en bazares, juguetes de todas clases, regalo de bondadosas señoritas vitorianas que hacían las delicias de los pequeñuelos», recogió la prensa el día del estreno.
Del notable equipo facultativo se responsabilizó el cirujano Felipe Elizagárate y tambien pasaban consulta los doctores Salazar, de medicina general y piel; el oculista Parra y el otorrinolaringólogo Olavarría. Con los años decayó el hospital, pero la Fundación Molinuevo atendió otras necesidades: La Gota de Leche, Casa Cuna, Escuela de gitanillos, Asociación de Familiares y Amigos de Subnormales y Seminario Menor... Hasta su actual uso educativo.
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