Hipengiofobia
Actuamos de espaldas a los compromisos, como si fuese suficiente con poner emoticonos en las redes sociales
Sí, señoras y señores. Por fin di con el palabro. E inmediatamente después con el diagnóstico. Como un buen médico tirando de ojo clínico. Se ... trata de la hipengiofobia. Que no es otra cosa que el temor persistente, obsesivo, irracional y enfermizo ante cualquier tipo de responsabilidad.
Se reconoce por el hecho de que la huida de la responsabilidad es desproporcionada frente a la situación que la origina. No se puede explicar racionalmente y está fuera de nuestro control. Ante cualquier adversidad, ya sea gigantesca o minúscula, adoptamos la misma actitud de pánico que la del explorador capturado por la tribu caníbal al que se le ofrecen dos alternativas para que elija: «muerte o molongo».
En mi pueblo dirían que la traducción más idónea para este término de nombre impronunciable -hipengiofobia- en román paladino es la de 'cagarse por las patas de atrás' ante cualquier eventualidad, con una actitud asustadiza y recelosa ante la vida y ante el resto de miembros de la comunidad. Y no es tanto una enfermedad rara como una pandemia colosal que se ha incrustado entre las costuras de una sociedad contemporánea excesivamente instalada en la autocomplacencia, que vive adocenada y acobardada ante los retos gigantescos que se le plantean a la humanidad.
Al parecer, en vez de pertrecharnos e implicarnos en el liderazgo de los cambios, todo lo que se nos ha ocurrido es apuntarnos al Twitter, al Facebook y al Instagram para combatir el miedo y poder interactuar con los dedos de la mano, emulando a un triste tocólogo durante un tacto rectal.
Y en vez de comprometernos, de implicarnos, de apuntarnos al bombardeo, de asociarnos, de militar por la existencia, por la solidaridad o por los valores de la igualdad, reducimos nuestra participación a darle al 'me gusta' o a poner un emoticono con el gesto de enfado ante cualquier injusticia. Que alguien pone una foto de gatitos, nosotros reaccionamos poniendo el dedito gordo para arriba, o un corazón tierno. Que alguien da cuenta del asesinato de una activista por los derechos en Colombia o en Mexico, pues ponemos una carita de cabreo. Y luego nos vamos de rebajas y tan panchos.
Y es que nos equivocamos si pensamos que ya hay alguien ahí afuera para resolver entuertos y dejarnos en paz con nuestra tablet en casita. Si tu hijo es un maleducado y no hay dios que lo aguante, ya le meterán en vereda en la guardería, que para eso están. Si es un vago redomado, pues ya le meterán en algún programa para vagos redomados. Si ves que insultan a un vecino por su raza o condición sexual, ya lo arreglarán los municipales o la 'chalaina', que para eso les pagan.
Huimos de asumir cualquier nivel de responsabilidad para refugiarnos entre las cuatro paredes de casa, del txoko o del bar de abajo. A buen recaudo. De espaldas a la realidad y a cualquier asomo de dolor o de vergüenza ajena. Ya me lo arreglará el Ayuntamiento, el Gobierno vasco o la OTAN si es preciso. Que para eso pago impuestos.
Pero te equivocas si crees que cuando vengan mal dadas y se derrumben los diques de contención que te protegen de la intemperie habrá una terapia 'ad hominen' para cada migraña particular.
Nos dice la Wikipedia que los que adolecen de hipengiofobia suelen tener pocas amistades; dificultades para concretar citas con el sexo opuesto; abandonar la escuela prematuramente; rechazar las promociones en el trabajo; desmoralizarse y deprimirse; abusar del alcohol, y desarrollar otros trastornos psiquiátricos. Cuando lo leí pensé que le hubieran hecho un 'selfi', con un solo click, a toda la población del mundo desarrollado.
Hoy, no me cabe duda, don Quijote no llevaría «lanza en astillero ni adarga antigua» para enfrentarse al proceloso mundo de gigantes y magos y poder liberar a doncellas secuestradas. Hoy le bastaría con un palo de 'selfi' para hacerse una fotito con los molinos al fondo y colgarla en el muro de Facebook.
Con un palo del 'selfi' nos enfrentaremos a todo lo que nos caiga encima, ya se trate de invasiones extraterrestres, de terremotos, accidentes, catástrofes o ataques de animales. Porque la cuestión no es la de salvar al planeta, ni a los demás. Sino la de grabar sus penurias y sufrimientos ajenos para subirlos a las redes sociales.
Ante esta pandemia de hipengiofobia, creo que debiéramos echar mano de aquella frase atribuida equivocadamente a Churchill: «Si estás cruzando el infierno, sigue caminando». Y no se te ocurra pararte a sacar fotos, porque puedes abrasarte el culo.
Dos opciones se dibujan con claridad frente a nuestra mirada somnolienta. La primera, el modelo auspiciado por la Conferencia Episcopal cuando, ante el pleno de investidura, llaman a rezar por España. Me da que esto de despertar a Dios de la siesta para que nos arregle la tostada nacional, como que no resulta muy serio. La segunda, salir de la estupefacción y apuntarse a la vida. A la de verdad. Darse de baja de la virtualidad. A ello les impelo. Y que le den a la hipengiofobia.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión