Barrios de Vitoria
La gran familia de El Pilar, el barrio de Vitoria que cumple 60 añosHace seis décadas nació este barrio obrero, que preserva su esencia gracias al comercio, los lazos vecinales y una potente red de apoyo
Las raíces del barrio de El Pilar son muy extensas, en tiempo y distancia. El boom industrial que vivió Vitoria en la década de los ... cincuenta provocó que la ciudad pegase un estirón para dar cobijo a toda esa población –se habían casi triplicado los habitantes, de 50.000 a 130.000– que llegó desde otras comunidades en busca de un trabajo y pan. Y lo hizo a la orilla de las fábricas de Michelin, Forjas Alavesas o Galycas. Las sirenas y el humo marcaron el día a día del norte de la ciudad, cada vez más poblado. A Zaramaga, que acababa de empezar a latir, se sumó El Pilar. Seis décadas después de colocar la primera piedra, este distrito mantiene esa identidad de clase trabajadora y una impronta multicultural. Llevan 60 años construyendo un barrio.
Y todo lo que hoy en día es, podría no haber sido nunca. Porque sobre esta parcela de 340.681 metros cuadrados inicialmente se proyectó otro uso. El Plan General de 1956 planteaba trasladar la estación de tren a este punto, por aquel entonces conocido como Polígono 2. Basta con recorrer la amplia calle Paraguay, más ancha que el resto, para constatar un proyecto que finalmente terminó en el apeadero. Y que a su vez allanó el camino para dibujar un nuevo barrio con sus 27 calles y sus altos bloques de viviendas que se levantaron a la sombra de las empresas y en el arcén de la antigua N-1.
Esas manos trabajadoras fueron dando forma a El Pilar. Palmo a palmo. Como ese puzzle de 8.000 piezas que hoy se afana en completar Ascen Fernández de Larrinoa. Esa imagen de unión es la que mejor describe a un barrio en el que viven 9.032 vecinos, el noveno más poblado de Vitoria. Aunque año a año sigue perdiendo varios puñados de habitantes: en 2006 eran 10.636. «Desde que me casé hace 49 años vivo en El Pilar. Esto es como un pueblo, una gran familia. Y que nadie me mueva de aquí», comenta, en plena faena. «Ni con una escopeta en el pecho me cambian de lugar», confiesa Celestino López, quien a sus 74 años aún mantiene muy presente aquel 26 de julio de 1974. Una noche que marcó la historia luctuosa de Vitoria.
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Lo recuerda como si hubiese sido ayer mismo. «Mi mujer me despertó porque había escuchado una fortísima explosión. Salí al balcón y estaba todo en llamas. La nube era muy densa. En el suelo se quedaron marcadas las pisadas de los supervivientes». Lo que relata es la trágica colisión entre dos camiones cisterna de gas en la que perdieron la vida 11 personas y resultaron heridos otros 30. Ocurrió en la N-1, todo el tráfico de la nacional pasaba por esta antigua circunvalación, donde hoy está la rotonda que enlaza Portal de Arriaga con Santa Isabel.
A pocos metros del lugar, el barrio ha pintado un enorme mural para rendir homenaje a los fallecidos. En él se pueden escuchar los testimonios de quienes lo vivieron a través de los códigos QR o acercando el teléfono con antena NFC. Es una de las muchas actividades que la red social del barrio (asociación de vecinos Gure Auzune, el Bizan, los centros educativos, la parroquia, las entidades deportivas, el centro de salud La Habana y el Centro Ocupacional Puerto Rico, entre otros) ha llevado a cabo para conmemorar los 60 años de la gran familia de El Pilar.
Desde Extremadura
Desde Extremadura llegó Antonio Martín. «Vine igual que mi hermano, a trabajar. Por entonces el barrio ya empezaba a tomar forma, pero también había mucho barro». Y humo, que salía de fábricas como Forjas Alavesas. De la mano del educador social Carlos García de Garayo y Ana Ruiz de Apodaca, coordinadora del centro cívico recorremos el barrio para conocer a aquellos protagonistas que construyeron su historia. Esos que en los meses convulsos previos al 3 de marzo recorrieron calles como Paraguay en enfrentamientos con la Policía. «Todavía se pueden ver marcas de disparos en las fachadas», comentan.
Fallecieron 11 personas al colisionar dos camiones de cisterna de gas. «Salí al balcón y todo eran llamas»
Trágico accidente de 1974
«Aquello fue tremendo... Pero nadie daba un paso atrás, teníamos que pelear por nuestros derechos», evoca Pedro Bermejo, después de dar un sorbo al vino blanco que saborea en el centro de mayores. «Lo inauguré el 4 de marzo de 1985. Era domingo y aún recuerdo cómo el primer día no vino nadie». El que habla es José Antonio Pastor, el que puso en marcha las máquinas de café de este local. «Mira hoy, está a tope siempre».
Y esa imagen es un fiel reflejo del barrio, que alarga la edad media más allá de los cincuenta. «Es una población envejecida, pero no muerta, muy activa. Y como todas las casas tienen ascensor, eso ayuda a que puedan venir al centro de salud. También tienen calefacción central y hay muchas zonas verdes», comenta María Isabel Sarriegi, médico del ambulatorio de El Pilar. Por su consulta ha pasado media vida del barrio a lo largo de 30 años de profesión. «Algunos vienen a tomarse la tensión o hacerse un análisis con la única excusa de tener alguien con quién hablar».
Diversidad
El envejecimiento del barrio avanza y por ello han impulsado una red de apoyo a los mayores, un escudo contra la soledad y el aislamiento. No hay que olvidar que tres de cada cuatro vecinos (6.500 sobre esos 9.000) tienen más de 35 años. Y que solo hay 636 niños de 0 a 11 años. Los datos son claros. Algo que también se puede ver en las aulas de los centros escolares, en las que toman asiento muchos alumnos de otros barrios. Y donde también se puede apreciar la migración que seis décadas después sigue llegando. Según datos municipales, 1.405 vecinos son de nacionalidad extranjera.
«Las aulas son un reflejo de la diversidad, unos niños que siempre le dan alegría al barrio», cuenta Simón Sánchez. Fue alumno del instituto Francisco Vitoria, el primero mixto de la ciudad. Llegó a jefe de estudios. Y hoy es el director. Ha cambiado la mochila por la maleta y tiene un análisis nítido de la evolución del barrio. «Las aulas se han modernizado muchísimo, los medios ahora son impresionantes», compara. Su objetivo es que todos consigan formarse para no tener que irse fuera a encontrar trabajo.
Algo que a José Luis le tocó hacer cuando tan solo tenía 22 años. Llegó de Logroño y desde el primer minuto se involucró en el barrio. «Recuerdo cómo, de la mano de la parroquia -se creó en 1973- fuimos puerta por puerta para tener un recuento de las personas mayores que había y las necesidades que tenían. 200 estaban solos». Esa semilla solidaria sigue aún más viva que nunca. Acaba de llegar al taller de bicis de Asier. «Le suelo traer sillas de ruedas que me entero que quieren tirar para que me las repare y dárselas a personas que lo necesitan». El año pasado rescató más de sesenta.
Los datos son claros: tres de cada cuatro vecinos tienen más de 35 años. Y solo hay 636 niños de 0 a 11
Asier García Gasteig es prácticamente nuevo. Hace diez años que levantó la persiana de su taller de reparación de bicis. «Venía del mundo de los coches, así que ya venía rodado como mecánico. Pasé aquí años de mi infancia y quise que mi negocio estuviese aquí, donde la bici también tiene protagonismo». Y donde el comercio local sigue a piñón fijo, porque por sus 27 vías hay distribuidos nada menos que 108 comercios minoristas. Y todo pese a los repechos que afrontan. Porque aquí también hay calles desiertas, como Costa Rica.
A este tejido económico se sumaron Yara Marzana, regente de la única librería del barrio. Y Marimar Presa, de la Casa de la Modista, que resiste como la última mercería. «Yo creo que te queda mejor esta tela, te hace lucir más», aconseja, en este universo de hilos, cintas y bordados. «Tendré como 2 o 3 millones de botones, kilómetros y kilómetros de telas... No sabes tú qué lío para el Ticketbai...», sonríe, mientras viste a un barrio que sigue cruzando las puertas de sus negocios.
Como el de Emilio Naharro y Ana Gallego. Su frutería, frente a la plaza de la Constitución, lleva 35 años alimentando a sus vecinos y cargando las bolsas de las clientas para llevárselas a casa. «Les tratamos como a una familia. Hemos visto cómo se ha transformado esta plaza. Antes era un hueco que se usaba por las bicis y era donde se instalaba el circo», evocan. La escultura gigante de Pepe Noja, de 1983, simboliza las manos entrelazadas como espíritu de la Constitución de 1978. Y por qué no, el abrazo de esta gran familia de El Pilar.
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